Estacionó el taxi en la cochera. Había sido una jornada laboral agotadora, pero más mental que físicamente.
Apoyó un momento la frente contra el volante y respiró hondo. Bajó del taxi y tuvo la misma charla sobre la confusión presidencial que había tenido con decenas de pasajeros, con el encargado nocturno de la cochera. Ya sabía exactamente lo que el muchacho le iba a decir y más o menos lo que él tenía que decir para que la cosa no se extendiera mucho. Y como el encargado nocturno de la cochera era un muchacho bastante sencillo, efectivamente la cosa fue breve.
Caminó las tres cuadras hasta su casa pegado a las paredes, con la cabeza hundida entre los hombros y mirando hacia abajo, para no llamar la atención. Pensó en la tortura que debía ser la fama.
Llegó hasta la esquina de su casa y se asomó por el ángulo de una pared. Miró desconfiado hacia la puerta de su edificio. No había ningún periodista, ningún cholulo, ningún militante.
Suspiró aliviado y caminó hacia la puerta. Tal vez todavía era posible seguir con su vida normal.