Beto salió del ascensor, cerró la puerta metálica y sin dar un paso miró hacia la calle. Tras el vidrio lo esperaban los periodistas. Incluso desde adentro se daba cuenta de que eran muchos más que el día anterior. Supuso que el extraño éxito de su frase “pero basta carajo” habría hecho venir a todos los noteros y movileros de todos los canales, buscando capturar otra joyita por el estilo.
Pensó que si viviera en esos edificios de las películas podría salir por la escalera de incendios.
Tomó aire y salió.
En cuanto se le vinieron encima él hizo un gesto de alejarlos con las manos y sorpresivamente los periodistas, aleccionados por quienes habían estado allí la mañana anterior, hicieron una prolija ronda donde todos podían preguntar. Beto sonrió.
- Ahí está... van aprendiendo ¿eh? Muy bien.
Señaló a un periodista que estaba en el centro.
- Arrancamos por el señor y damos toda la vuelta, sin repetir y sin soplar.
El periodista señalado no perdió ni un instante.
- ¿Hay alguna novedad sobre la presidencia?
Beto suspiró, habló relajado, como si se le estuviera contando su problema a un amigo.
- No, nada che. Ninguna novedad. ¿Ustedes no saben algo? ¿Nadie salió a hablar del gobierno, o la oposición?
Los periodistas se miraron entre ellos, algo confundidos por recibir una pregunta en lugar de darla, o tal vez porque caían en la cuenta de lo sorprendente que era que nadie haya hecho ninguna declaración oficial sobre un tema que determinaba sencillamente el destino del país.
El segundo periodista en orden tomó la posta.
- ¿Qué opina de la inseguridad, Beto?
- ¿Eh? ¿Así nomás de la inseguridad en general me preguntás? Qué sé yo... no sé... que está mal.
- Pero por ejemplo: ¿Está de acuerdo con la baja de la edad de imputabilidad?
- No, no, no, ese no es el problema...
- ¿Cuál es el problema entonces?
- ¡Las cárceles!
Beto dijo eso con total naturalidad, y los periodistas se quedaron un momento mudos.
- ¿Cómo es eso? ¿Dice que no hay suficientes cárceles?
Beto negó con la cabeza e involuntariamente adoptó un tono de voz didáctico.
- No, no, miren, para que me entiendan les voy a contar una cosa... a ver… el hijo de un compañero taxista, ya tiene veinticinco años el pibe creo, cayó preso por robar en un locutorio, hace cuatro años más o menos. Era la primera vez que el pibe hacía algo así, se dejó convencer por unos amigotes y qué sé yo...
Bueno resulta que al flaco lo agarran y estuvo en la cárcel dos años. La pasó muy mal, pero muy mal en serio. Y entonces de ahí adentro salió... digamos... otra persona. Salió destruído. “Yo ya estoy jugado” dice mi compañero que le decía todo el tiempo. Ahí adentro perdió cualquier esperanza. Lo humillaron, lo quebraron. Y aprendió a ser un delincuente en serio. Entonces... diganmé si estoy diciendo cualquier pelotudez pero a mí me parece... que si los tipos que se mandan una cagada una vez, salen peor de la cárcel... estamos multiplicando la inseguridad, el delito... los estamos mandando a la escuela de chorros. ¡Tendría que ser al revés! ¡Tendrían que salir mejores personas de la cárcel! Con un oficio, con educación... Les juro que el papá del flaco, mi compañero, tampoco volvió a ser el mismo. Esto es algo destructor. Destruye a la gente. No es una boludez, no es una noticia para escribir o leer en el diario. Pasa todos los días, a gente de carne y hueso que está al lado nuestro, en la cola del supermercado, en el colectivo...
Los periodistas escuchaban absortos las palabras de Beto, algunos casi emocionados, pero el siguiente en el orden de la ronda rompió el silencio.
- Todo eso suena muy lindo pero en la realidad es muy difícil.
- Bueno, eso no sé. Supongo que será cuestión de plata en el fondo. Pero si sé que con una cárcel así tendríamos cada vez menos delincuentes, en vez de tener cada vez más. Si seguimos gastando la plata en más policía y más armas no creo que se arregle nada.
Otra vez hubo un silencio, como si todos estuvieran pensando seriamente en el asunto. Pero Beto tenía algo para acotar:
- Ahora… eso sería para los primerizos. Si después de eso reinciden... ¡A un pozo y listo!!