De Taxista a Presidente

El anotador

No tenía sentido elegir pasajeros tratando de adivinar quiénes lo iban a reconocer y quiénes no, así que Beto trabajó normalmente aquel día, parándole el taxi a todo el que le hiciera una seña con la mano en Buenos Aires.

            Y tal como suponía todos los pasajeros lo reconocieron. El momento en que esto pasaba era sorprendentemente idéntico para todos, era como una chispa de entusiasmo que se les encendía en la mirada.

- ¿Usted no es el de la tele, el que va a ser presidente?

Beto optó por dejar de negar ese destino y fingir que estaba contento por el asunto, porque de lo contrario tenía que ponerse a dar explicaciones sobre por qué no quería ser primer mandatario. De repente parecía que ser presidente era para todo el mundo el mejor de los destinos, el más maravilloso de los dones del azar. Si era por azar Beto habría preferido un millón de veces ganarse el gordo de navidad.

Las charlas con los pasajeros empezaban todas iguales pero cada una derivaba hacia un lugar peculiar, cuando el tema se ponía aburrido o incómodo Beto sacaba a relucir su nueva arma secreta: el anotador con la lapicera. Les pedía que escribieran propuestas de gobierno para su futura presidencia. Esto producía un silencio maravilloso. La gente se pasaba un rato considerable pensando, sinceramente no sabían qué poner fuera de los objetivos más obvios como “más seguridad” “menos pobreza”. Entonces Beto aprovechaba el desconcierto para preguntarles qué música les gustaba, ponía una de esas canciones en el estéreo y todo volvía más o menos a la normalidad. Viajando por Buenos Aires con la música bien alta.




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