De Taxista a Presidente

Las propuestas

- ¡Bondiolita completa para el Sr. Presidente! – dijo el parrillero.

            Beto le dedicó una sonrisa resignada y caminó hacia la mesa de plástico blanca donde lo esperaban los cuatro compañeros de siempre. El sol del mediodía ya estaba algo agresivo, por lo que los taxistas habían alejado un poco la mesa, siguiendo la sombra de un eucalipto.

            Beto usó con sus compañeros la misma estrategia que había encontrado exitosa con sus pasajeros, preguntarles qué harían ellos en su lugar.

            Las respuestas fueron variadas.

- No podés hacer nada, ahí tenés que hacer lo que te dicen.

- Pena de muerte a los corruptos. Escuché por la radio que eso lo hicieron en Singapur, o en un lugar así, y ahora son como una potencia.

- Hay que echar a todos los políticos al mismo tiempo, prohibirles tener cargos públicos y llamar a elecciones nuevas. Toda gente nueva, como vos.

            Mientras hablaban Beto tuvo tiempo de ir a buscar su bondiolita, de comérsela tranquilo y terminarse la botellita de agua mineral. En un momento se percató de que se había alargado un silencio. Sus compañeros lo estaban mirando, esperando alguna contestación a sus respuestas.

- ¿Y? ¿Qué te parece, Beto? ¿Harías algo de esto? – preguntó Ramiro.

            Beto los miró pensativo un momento. Luego miró al horizonte y dejó salir un suspiro resignado.

- Ya les dije que no voy a ser presidente gilunes.

            Hubo una mezcla de risas y protestas.

            Beto escuchó la puerta de un auto cerrarse y miró hacia el estacionamiento. Vio que se estaba acercando Oscar, el que faltaba de los comensales, el hombre de sesenta, pelo blanco y mirada amarga. Beto tragó saliva, porque la historia que había contado a los periodistas, la del chico que había estado en la cárcel, era la historia del hijo de Oscar. Cuando la estaba relatando frente a los micrófonos no se le había pasado por la cabeza como le caería eso al verdadero protagonista. Repasó velozmente en su memoria lo que había dicho en ese momento y se tranquilizó porque estaba seguro de no haber nombrado a Oscar ni a su hijo, ni haber dicho nada insultante.

            La mesa se quedó en silencio. Todos miraban a Oscar acercarse lentamente. Llegó hasta ellos y se quedó parado ahí mirando a serio a Beto.

            El viento volvió a suspirar entre los eucaliptus. Beto se puso de pie titubeando y quedó frente a Oscar. Habló vagamente, como quién busca una excusa.

- Mirá... yo... no me di cuenta…

Pero sin decir una palabra Oscar dio un paso adelante y abrazó a Beto con la fuerza que le quedaba en sus brazos. Al principio Beto se sorprendió, pero después le dio unas palmadas en la espalda y correspondió el abrazo. Cuando se separaron Beto vio una única lágrima en el ojo izquierdo de Oscar, él se la secó inmediatamente y le habló conteniéndose para no llorar.

- Yo pensé que... – Oscar miró el pasto y después el cielo. Con bastante esfuerzo logró mantener la humedad dentro de sus ojos y la voz más o menos firme – Yo pensé que nadie me entendía.

            Entonces fueron los ojos de Beto los que se humedecieron. Oscar le sonrió con sinceridad.

- Gracias.

            En el fondo Beto se sintió confundido por ese agradecimiento. ¿Lo había ayudado de alguna manera? ¿No le había expresado ya personalmente su solidaridad por el problema de su hijo? Posiblemente no.

El celular de Beto interrumpió el momento. Él miró el número en la pantalla y vio que era el de Miranda. Se excusó con sus compañeros, se alejó un par de pasos por el césped y atendió.

- Hola... si vieja, todo bien... ¿Qué? ¿En serio? Pará un cachito...

Bajó el teléfono y les habló con entusiasmo, casi con picardía, a los taxistas que lo miraban desde la mesa.

- No se lo van a poder creer, me invitan al programa de Silvana.

Silvana era una modelo, devenida en actriz, devenida en conductora de TV, que llevaba años con su programa y había sabido conquistar el cariño de la gente en base a mostrarse un poco más tonta de lo que era. A su programa iban todos los famosos más famosos.

- ¡Epa Beto te vas para arriba! – se sorprendió Ramiro.

- ¿Y cuánto te pagan? – dijo secamente Despiste y todas las miradas se posaron en él. Despiste se acurrucó, algo incómodo por esos ojos sorprendidos, y se defendió como si hubiera incurrido en una blasfemia- ¿Qué pasa? ¿No les pagan a los que van ahí?




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