De Taxista a Presidente

El traje

Mientras Arnaldo ayudaba a Beto a construir su nueva imagen, Miranda los esperaba sola en el living.

            Como tardaban bastante más de lo que le suele llevar a un hombre cambiarse de ropa, Miranda encendió la computadora y chequeó su perfiles en las redes. Su vida virtual había cambiado drásticamente desde el anuncio de lo de Beto. De tener un puñado de amigas, de la escuela o de la peluquería, pasó tener miles. Ella posteaba pequeñas frases sobre Beto y recibía cientos y cientos de “likes” y comentarios. También le llegaban observaciones negativas y hasta amenazas leves, pero ella no dudaba en eliminar y bloquear a cualquiera que le tirara mala onda. El crecimiento de la popularidad de Beto en la redes había tenido que ver, en parte, con el apoyo y el cariño que demostraba su esposa en estos medios sociales. Sus posteos habían sido compartidos infinidad de veces, incluso por un par de conocidos periodistas del espectáculo o de política, indistintamente. Por ejemplo ya se rumoreaba en las computadores de cientos de miles de personas que Beto iba a estar en el programa de Silvana, todo por un calculado comentario de Miranda, donde no nombraba a la conductora pero sugería claramente que hablaba de ella.

Beto no estaba enterado de absolutamente nada de esto. Él no participaba en ninguna red social, ni le interesaba, ni siquiera entendía en realidad qué era aquello. Era simplemente algo con lo que su mujer y su hijo perdían el tiempo y él necesitaba ese precioso tiempo para descansar de su jornada sobre el taxi.

Esa noche, Miranda apenas había revisado la mitad de los comentarios y mensajes que había recibido cuando se abrió la puerta del dormitorio. Primero salió Arnaldo, con una sonrisa de satisfacción en su rostro terso.

- ¿Estás lista? – le dijo excitado.

Miranda asintió con la cabeza y Arnaldo habló hacia el interior del dormitorio.

- Dale, vení... no seas tímido.

Beto emergió caminando lentamente. Llevaba un traje gris perla, un saco con hombreras y una corbata rosa finita. Tenía el pelo peinado hacia adelante como tratando de disimular las entradas que le habían dejado los años. Era un poco ridículo, pero él se sentía muy ridículo.

Caminó unos pasos hacia Miranda con actitud de perrito mojado. Ella lo miraba sorprendida mientras Arnaldo, exaltadísimo, desplegaba su explicación.

- Esto es lo que puedo hacer en un ratito. Después se puede hacer algo más profundo, con peluquería, cambiar ese bigote por una barbita prolija, un buen corte de pelo... y después también se puede pasar a lo “extreme”¿no? ... digo cirujías y eso.

Al oír esa palabra Beto pareció despertar de una siesta.

- ¿Qué? ¿Qué cirujías?

- Bueno, dije que era algo “extreme”.

De repente Beto se pasó la mano por el pelo volviéndolo a dejar más o menos normal.

- ¡Miranda, esto es una payasada!

Cuando empezó a sacarse la corbata ella se paró y lo detuvo.

- ¡No, no! ¡No te saques nada! Esperá un cachito...

Ella apartó a Arnaldo y le habló de manera cómplice.

- Mirá Arnaldo, vos tenés que entender que esto es un poco repentino para él, hace treinta años que no hace otra cosa que manejar un taxi

- ¡Uy caramba! – dijo el joven, para quién eso era verdaderamente algo trágico.

            Miranda le siguió hablando, de manera suave y convincente.

- Por eso, a mí se me ocurre... dejame unos días la ropa... a ver si se acostumbra, si de a poco lo va asumiendo. ¿Te parece?

- Bueno, a mí me la prestaron...

- Pateá la devolución un par de días y te doy unos vales para la peluquería ¿Querés?

- Bueno, está bien, un par de días.

- ¡Genial!

Miranda tomó a Arnaldo por los hombros y lo empujó impaciente hacia la puerta se salida.

- Abajo girás y empujás, si está cerrado aguantá que a esta hora entra y sale mucha gente. ¡Chau gracias!! – le dijo hablando a alta velocidad y casi dando un portazo tras él.

Apoyó la espalda contra la puerta y le clavó la mirada a su desconcertado marido. Él notó en esos ojos negros algo que hace tiempo no veía. Tal vez fuera por los nuevos acontecimientos que lo sacaban de su eterno rol de tachero y lo convertían en una posible figura de poder nacional, tal vez fuera por la ropa, por el peinado, o por verse ella misma bonita y sexy con ese vestido negro, pero Beto se dio cuenta. Miranda estaba muy caliente.




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