De Taxista a Presidente

El programa de TV

Cualquier cambio en la rutina era algo interesante para Beto. Con ese ánimo entró junto a su mujer y su hijo al canal de televisión. Una joven los guió por esos pasillos angostos con pedazos de escenografías viejas olvidados aquí y allá. Ella los trató con asombroso respeto, casi con cariño.

            En la sala de maquillaje se sintió tan impotente como en cualquier peluquería.

            Ya vestido con su traje gris perla, peinado y maquillado, pasó por una puerta que parecía la de una heladera gigante y entró al estudio. Le resultó un lugar anormal. Tal vez fuera por el sonido, ese silencio artificial de un lugar insonorizado, esa ausencia total de ruidos del exterior, creaba una sensación de vacío o de ingravidez. Tal vez fuera por la luz, porque el living escenográfico de Silvana se veía en persona mucho más luminoso que por la tele. Mirar esos sillones blancos era algo deslumbrante, insoportable. O tal vez fuera por la división tajante de los espacios, de un lado el living resplandeciente, limpio, ordenado, que tras una frontera repentina pero imaginaria se convertía en el estudio oscuro, desordenado, cableado, lleno de personas, algunas atareadas y otras que no hacían absolutamente nada.

            Miró a su hijo y a su mujer, estaban deslumbrados.

- Miranda creo que me siento mal, me parece que me voy a desmayar. – dijo absolutamente serio.

- ¡Dejate de pavadas que no te desmayaste en tu vida vos! – le replicó ella mientras le acomodaba un poquito la corbata rosa.

            Su hijo Esteban se había quedado unos pasos atrás, en una zona algo más oscura, porque sentía que desde allí podía mirar con impunidad. Pero no le interesaba mirar todo el estudio. A pocos metros de él estaban las bailarinas de Silvana y, comprensiblemente, le resultaba imposible detener su vista en cualquier otra cosa. La que estaba más cerca de él era una veinteañera llamativa, maquillada, operada, escotada, y teñida. El vestuario brillante y ajustado la convertía en una especie de ineludible sol sexual. Ella se dio cuenta de que Esteban la estaba mirando y le sonrió. Él, incrédulo, miró para atrás para ver si ella no le estaba sonriendo a otra persona, pero no había nadie más. Le había sonreído a él. Volvió a mirarla sin poder ocultar su sorpresa y ella se largo a reír al verlo así, boquiabierto. Esteban también sonrió, mirando el sol.

En medio del estudio una mujer de unos cincuenta años ordenaba todo lo que pasaba a su alrededor. Estaba vestida con simpleza, usaba el pelo corto y llevaba unos auriculares de los que emergía un pequeño micrófono, parecidos a los de los pilotos de avión, por donde se comunicaba con alguna otra persona que estaba en algún otro lado y que parecía ser la que daba las verdaderas órdenes. Tenía en las manos unos papeles y un cronómetro. Era la asistente de dirección. Ella se les acercó y les habló firme y rápido.

- En un minuto sale Silvana y arrancamos.

- ¡Perfecto gracias! – contestó Miranda, porque Beto se había quedado mudo al verla.

Mientras la asistente continuaba coordinando las tareas para el comienzo del programa, Beto la seguía con la mirada, una mirada seria de extrañamiento, casi de preocupación. Miranda lo notó.

- ¡Ey! ¿Qué pasa? No es culona ni nada...

- No, no... yo creo que la conozco... ¿Te acordás que te conté que una vez llevé a una ch...

Beto no pudo terminar su comentario. Lo interrumpió el sonido de los aplausos de unas diez personas que estaban en una especie de platea armada con sillas de plástico, que respondían a las órdenes de un joven flaco de bigotito, que también tenía los auriculares de piloto de avión. La pequeña ovación era el recibimiento de Silvana en el estudio. Todas las luces, todas las cámaras y todas las miradas apuntaron a esa mujer. Ella tenía sesenta y tantos años, pero las artimañas de la cirugía estética, la peluquería, la medicina nutricionista, la dermatología, las ciencias de la actividad física, más el experto maquillaje y vestuario, lograban que mantuviera cierto atractivo sexual.

Al verla allí, sonriente en medio de aquel living falsificado, Beto tuvo la insólita sensación de estar conociendo a alguien que conocía. Su voz, entre impostada y chillona, le resultó totalmente familiar. Ella desplegó con fluidez su secuencia de saludos, agradecimientos y propagandas encubiertas. Mostró lo que tenía puesto y los regalos que había recibido.

A un costado, sobre una especie de prisma hecho con hierros, había un televisor donde se veía la imagen que estaba saliendo al aire. Lo que pasaba en el estudio se reflejaba, comprimido y fragmentado, en aquella pantalla, dándole a todo un aire ominoso de teatro encerrado, de representación sin público.

Finalmente Silvana anunció al invitado de la noche.

- Y ahora con nosotros, el hombre del momento. Él, parece que por un error, figuró como el candidato a presidente porque se llama igual que... bueno ustedes saben la historia... con nosotros ¡Beto Castellar!




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