Miranda sintió una sacudida en el hombro y despertó. Vio que Beto estaba inclinado sobre ella, vestido, listo para salir a trabajar.
- Miranda, despertate… necesito que me ayudes.
Ella se levantó entre molesta y curiosa. Acompañó a Beto hasta el balcón y miró hacia abajo, tal como él le pidiera. Frente a la puerta del edificio había una multitud. Además de los quince o veinte periodistas con sus cámaras y camiones, había unas cien personas, algunas con carteles o banderas pintadas a mano.
Ella miró a su marido y le sonrió.
- ¡Son tus fans!
Justamente por eso Beto necesitaba ayuda. Miranda se vistió bien, se peinó, se maquilló y lo acompaño en el ascensor, hasta la puerta del edificio.
Cuando los dos salieron a la calle los periodistas se les abalanzaron con sus micrófonos por delante y empezó la ansiedad, la catarata caótica de preguntas simultáneas y gritadas. Beto no trató de contestar nada.
- ¡Momentito momentito muchachos!!! ¡Habíamos aprendido a portarnos bien!! Ahora hay más gente pero ya saben que no tiene que ser un despelote esto.
Con algo de dificultad y empujones los periodistas volvieron a formar una pequeña ronda en torno a Beto, pero la multitud se movía involuntariamente de forma ondulada y hacía que el círculo cambiara constantemente de forma y lugar. Beto hizo avanzar un paso a Miranda.
- Miren, les quiero presentar a Miranda...
Ella saludó ondeando la mano como una princesa, con una sonrisa que parecía estar a punto de hacerle explotar los cachetes. Beto siguió presentándola, hablando en voz alta y segura.
- Ella es mi mujer... ella sabe todo de mí, absolutamente todo, así que le pueden preguntar a ella, estoy seguro de que va a ser mucho más interesante que volver a preguntarme a mí si voy a ser presidente porque ya les dije que no. ¡Me tengo que ir a laburar, en serio!
Beto se lanzó a atravesar la multitud, y dificultosamente fue avanzando. Una señora lo tomó del cuello y le dio un beso en la mejilla. Él no sabía si sonreír o pegarle.
Los periodistas lo siguieron de todas maneras con sus cámaras y micrófonos, hasta que uno, viendo que la cosa estaba luchada, se decidió por hacerle una pregunta a Miranda.
- ¿Beto va a ser presidente?
- ¡POR SUPUESTO!!!
Esta respuesta fue como una palabra mágica para los todos periodistas. Repentinamente Beto había dejado de existir y todo lo que importaba era captar las declaraciones de su mujer. Todos los micrófonos cámaras y miradas se posaron con ansiedad sobre en ella. Finalmente alguien estaba diciendo lo que querían escuchar.
El periodista buscó la confirmación:
- Pero él dice que no.
Miranda se soltó a hablar como si estuviera con las chicas del barrio en la peluquería.
- No le den bola a Beto, es un desastre. Él vive en una nube. Lo único que le preocupa es que el taxi ande bien, que mi hijo le baje músicas al mp3 y ver a Racing.
- ¿Beto es de Racing?
- ¿No sabían? ¡Fanático!!!
Mientras Miranda disfrutaba la atención que recibía y los periodistas disfrutaban la información inútil pero íntima, Beto caminó las tres cuadras hasta la cochera, seguido por varios inexplicables fanáticos que le pedían una y otra vez que se saque una foto con ellos. Beto sintió que poner cámaras en los teléfonos había sido una terrible idea de alguien, que debía causar muchos problemas a mucha gente. A él como mínimo lo estaban retrasando para llegar a su taxi. En recorrer las tres cuadras tardó diez minutos, más del doble de lo habitual.
Por los comentarios de una chica gordita se dio cuenta de que varias de las personas que lo estaban siguiendo eran en realidad fans de Silvana. Imaginó que nunca podrían acceder a ella y se contentaban con estar con Beto, que sí había estado con ella. Imaginó que Silvana saldría de su casa en un auto con vidrios oscuros y entraría al canal de televisión sin bajarse. Tal vez en el fondo el destino de los famosos, la cúspide del reconocimiento social y el amor popular, era no poder jamás volver a pisar la baldosa de una vereda.