De Taxista a Presidente

El Hombre

Aquel día, además de usar dentro del auto sus anteojos oscuros y su gorrita, Beto optó por sacar el cartelito con su nombre del respaldo del asiento del acompañante y guardarlo en la guantera. Era muy improbable que se topara con un inspector municipal que quisiera hacerle una multa por eso.

Así pudo trabajar con bastante normalidad, de hecho casi nadie lo reconoció esa mañana. De todas maneras no le preguntó a ningún pasajero cuál era su música preferida y evitó cualquier tema de conversación con ellos. Manejó su taxi sinceramente aliviado y por momentos hasta se olvidó de su delirante situación política.

A las once y treinta y siete minutos, cerca de la plaza San Martín, justo debajo de la sombra de un paraíso, paró el taxi un hombre morocho, robusto y algo panzón, vestido con un traje gastado, que llevaba un portafolios viejo.

Se subió al auto, se secó el sudor de la frente con un pañuelito celeste y dijo con seguridad:

- Buenas. Arranque y siga nomás.

                Beto arrancó y siguió sin cuestionar, porque a veces los pasajeros daban esas indicaciones escuetas, pero a las dos cuadras ya no pudo evitar preguntar concretamente:

- ¿A dónde jefe?

El hombre sacó del portafolios una pistola de grueso calibre y tranquilamente apoyó la punta del caño en las costillas de Beto. Él se tensó.

-Tranquilo que si hacés lo que digo sin chistar no te va a pasar nada. Vamos a un lugar tranquilo donde no haya gente.

- ¿En Buenos Aires? ¿Un lugar sin gente en Buenos Aires? ¡No existe!

- Dale, no me hagás enojar, buscate alguna cortada o algo.

- ¡Pero te aviso que no tengo mucha guita, empecé hace un par de horas!

- ¡Callate y buscate una cortada!

                Beto pensó en cortadas tranquilas que estuvieran cerca. Paradójicamente estaba pensando en cuál era el mejor lugar para que le peguen un tiro. La situación era muy rara. Ya lo habían asaltado varias veces y lo único que les importaba a los chorros era la plata, todos querían la plata y ninguno quería viajar hasta una cortada. El corazón de Beto se aceleró de golpe. ¿Este tipo iba a matarlo? Lo único que podía hacer era darle conversación para averiguar lo que estaba pasando.

- No me podrías sacar un cachito eso de las costillas... me duele un poco.

El hombre apretó el caño del arma aún más fuerte contra su torso.

- ¡Callate!!!

                Tenía que hacerlo hablar. Empezó haciendo que su problema sea de los dos.

- Y bueno, a ver... una cortada... acá desde el centro... creo que nos conviene ir a Barracas... antes había lugares tranquilos por la Costanera Sur pero ahora...

- A donde sea.

Tal vez lo mejor fuera tratarlo como a un pasajero más.

- ¿El Chaqueño Palavecino?

- ¿Qué??

- Que si te gusta la música del Chaqueño Palavecino.

                El hombre pareció escudriñar la pregunta en su cabeza y finalmente encontrarla inofensiva, así que contestó con calma.

- No. No me gusta el folclore a mí.

- ¿Ah no? Mirá vos...

- Y ahora callate.

Beto siguió manejando un rato en silencio, porque no era bueno contradecir inmediatamente a alguien que tiene una pistola en tus costillas. Pero un rato más tarde retomó la charla como si no hubiera pasado nada.

- ¿No te gustará Madonna, no?

El hombre largó una risita.

- ¡Ja!... me gusta ella, más que la música.

                Beto se enganchó inmediatamente con la charla de hombres babosos y empezó a explotar ese ángulo.

- Y... se mantiene bien la guacha.

- Y si, pero ahora hay cada pendeja...

- Seeee... es infernal. Antes no salían así por la tele. Tenías que ir al teatro de revistas para verlas así. Tenías que garpar. Ahora ponés la tele y ¡PUM! ¡Un culo!

                El hombre se rió con sinceridad.

- Jajajaja... si... los pibes de ahora la tienen servida.

- Lo que yo no sé es si ellos van a ponerla más o menos que nosotros.

- Más que yo difícil. – dijo el hombre hinchando el pecho.

- ¡Epa campeón!!

Los dos se rieron a carcajadas. Beto contraatacó.

- ¿Pero al final qué música te gusta? ¿Elvis?

- Seeee... Elvis me gusta...

- Pero no es lo que más te gusta ¿no? ¿Qué es lo que más te gusta?

El hombre hizo un segundo de silencio.

- ¿No me vas a cargar?

- Yo nunca hago eso. Y esto se lo pregunto a todos los pasajeros. La música es como las mujeres, todas tienen algo lindo.

El hombre volvió a quedarse un momento en silencio. Lentamente retiró el arma de las costillas de Beto y se reclinó en el respaldo. Dijo la siguiente palabra como si fuera su confesión más secreta.




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