De Taxista a Presidente

El encuentro

Beto no encontró lugar para estacionar y tuvo que dejar el auto en un estacionamiento pago. La ocasión lo merecía.

            Cruzó con decisión la Plaza de Mayo y, a unos veinte metros de la entrada de la reja, vio que el mismo Policía que lo había recibido antes lo estaba esperando con una sonrisa. El no pudo evitar sonreír también.

            Cuando llegó junto a él, el policía le abrió la puerta, dejándole el paso libre.

- Adelante. Lo esperan en el primer piso. – le dijo con picardía.

            Beto agradeció sinceramente y encaró hacia la entrada principal, pero desde su lugar el policía tenía algo más que decir.

- Pero acuerdesé... acá adentro hay mucho…

- ¡Me acuerdo, me acuerdo, gracias! – lo interrumpió Beto apenas girando la cara.

            Llegó hasta la puerta y, como si fuera un aeropuerto, dejó su celular y sus llaves en una bandeja que le ofrecieron para luego pasar por un detector de metales que no encendía ninguna luz. A Beto no le hubiera extrañado si le decían que no funcionaba.

            Una muchacha de falda azul y camisa blanca, el vestuario acentuaba la sensación de terminal aeroportuaria, se le acercó, se presentó y con el mayor de los respetos, más cierta solemnidad forzada, le pidió que la acompañara.

            Subieron por una gran escalera de mármol blanco.

Algunos empleados, o visitantes, que veían a Beto en ese lugar cuchicheaban escandalosas suposiciones. Pero Beto no lo notaba, solamente miraba deslumbrado el interior de aquel lugar que siempre había visto desde afuera.

En el pasillo ancho del primer piso se cruzaron con el Ministro de Planificación del gobierno saliente. Beto lo miró fascinado como si fuera una estrella de cine, de hecho era prácticamente una estrella de la televisión por sus constantes declaraciones irónicas y polémicas a los periodistas. Justamente esto hacía que le dieran mucho espacio en el aire, porque ningún periodista, por más que obedezca órdenes de gobiernos o corporaciones, le hace asco jamás a una buena polémica.

El Ministro reparó en Beto y lo saludo con una sonrisa luminosa, como si fuese un aliado. Beto devolvió el saludo algo confundido.

Lo hicieron pasar a una sala grande y lujosa, con ventanales altos que daban hacia la plaza y con una mesa larga en el medio.

La muchacha vestida de azafata se despidió sin entrar.

- En un momento lo atiende el Señor Presidente.

- Si, gracias... – Beto quiso llamarla por el nombre, pero honestamente no lo había escuchado cuando se presentó.

Ella se fue, cerrando la puerta de madera antigua.

Beto se quedó solo en la sala inmensa y silenciosa. Lentamente se acercó a los ventanales, miró por el vidrio y vio la plaza desde otra perspectiva. Ahí afuera había un balcón, Beto lo miró y empezó a respirar hondo.

No era cualquier balcón. Era el balcón de la Casa Rosada. Ahí habían estado todos. Los más amados, los más odiados, los que habían influido de alguna manera fuerte en el destino errático e insatisfecho de Argentina. Todos.

Casi involuntariamente su mano se deslizó hacia el picaporte de la vieja puerta ventana. Lo tomó, lo apretó. Empezó a hacerlo girar lentamente.

- ¡Epa! ¿Ya querés salir a saludar al balcón? – lo interrumpió la voz de Aguirre.

            Beto se sobresaltó, largó el picaporte y giró. Vio al presidente y balbuceó un saludo nervioso.

- Ah, qué tal... buenas tardes... un gusto...

Aguirre, por el contrario, se manejaba con total confianza y seguridad, nuevamente parecía estar usando su modo amable, en lugar del modo tosco que usaba en privado. Le estrechó la mano con calidez, sacudiéndola un poco de más.

- El gusto es mío viejo, el gusto es mío... ¡Sentate por favor!

Aguirre acomodó dos sillas cercanas y allí se sentaron, dándole la espalda a la gran mesa de madera.

- ¿Querés tomar algo, café, té...

- No, está bien... – respondió Beto, todavía intimidado por la situación, pero Aguirre no se rendía tan fácilmente.

- ¿Algo fresco? ¿Una gaseosa, una cerveza?

- Agua fría podría ser.

- Perfecto.

Aguirre apretó un botón en un viejo intercomunicador que había sobre la mesa.

- Nena, traeme un vaso de agua fría y un té de los míos. – dijo levantando un poco la voz e inclinándose sobre el vetusto aparato.

            Soltó el botón, se acomodó hacia atrás haciendo crujir la silla y miró a Beto con una sonrisa bien actuada.

- Bueno, bueno... el famoso Beto Castellar...




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