A veces tomaba ese camino a propósito, pero esa tarde lo hizo automáticamente. Con la bandera baja para no levantar pasajeros y sin preocuparse por la congestión del tránsito, que le daba tiempo para volver a pensar siempre en lo mismo, Beto avanzó lentamente por la 9 de Julio hasta el semáforo donde Jonathan hacía sus malabares.
El chico había estado esperándolo todo el día. Se le acercó corriendo y le golpeó la ventanilla.
Beto despertó de sus deliberaciones y vio la inmensa sonrisa de Jonathan desde atrás del vidrio. Bajó la ventanilla para hablarle, sintiéndose culpable por no haberle traído el habitual sánguche de jamón y queso, pensando que el niño no habría almorzado por su olvido. Pero él no le dio tiempo ni a saludar. Le habló con una velocidad y un entusiasmo que nunca le había visto.
- ¡Beto! ¡Vas a ser presidente!
Beto tardó un segundo en reaccionar.
- No campeón... – le dijo tratando de calmarlo.
- ¡Qué bueno!!! ¡Por fin!!! – siguió vociferando Jonathan con una sonrisa explotándole en la cara.
- No, escuchame Jonathan porque...
- ¡Me lo dijo mi mamá! ¡Estamos todos re-contentos Beto! ¡Ahora sí que vamo a estar bien! ¡Mi mamá, mis hermanos! ¡Si vos sos presidente todos vamos a estar bien!
Inmediatamente Jonathan se puso a bailar lleno de alegría, mientras canturreaba al ritmo de una murga imaginaria
- ¡BETO PRESI-DEN-TE! ¡BETO PRESI-DEN-TE!
Él quiso explicarle las cosas, pero se quedó mirándolo bailar. Jonathan bailaba de una manera hipnótica y hermosa.
Miró la sonrisa en los cachetes sucios, las zapatillas rotas raspando el asfalto, los bracitos flacos y curtidos por el sol que hacían ondas imposibles en el aire, la remera gastada que se enroscaba en el torso flacucho.
La luz del semáforo se puso verde. Se escucharon unos bocinazos. Beto arrancó el taxi y Jonathan lo saludó con una sonrisa sin dejar de bailar en el medio de la calle.
- ¡Chau Beto presidente! ¡Gracias por todo, gracias!
Mientras se alejaba Beto miraba al chico por el retrovisor, él seguía bailando y bailando entre los autos. No le importaba que le tocaran bocina o lo insultaran los automovilistas, Jonathan tenía algo nuevo, algo que nunca había conocido en su corta vida. Tenía la esperanza de un mañana mejor. Y le encantaba.
Beto lo siguió mirando por el espejo hasta que desapareció de su vista. Miró al frente y se le humedecieron los ojos.
Tal vez, allá en el semáforo, Jonathan siguiera bailando.