Aquel trayecto desde la Casa Rosada hasta Villa del Parque no fue sólo un desplazamiento físico para Beto. Fue un viaje mental, tal vez espiritual.
Viajó por sus incredulidades, por sus esperanzas, sus miedos, sus anhelos.
A medida que cruzaba calles, se detenía en semáforos y doblaba esquinas, Beto iba aclarando sus ideas, descartando pensamientos, decidiendo un camino.
Tratando de ser razonable y humilde había actuado como un cobarde y un tonto. No tenía sentido seguir rechazando una oportunidad tan rara, tan insólita. Si había alguien que se iba a oponer a este proceso ya no iba a ser él.
A ese auto subió un taxista y bajó un futuro presidente.