De Taxista a Presidente

El vuelo

Frente a su casa Beto encontró a una multitud. La gente ocupaba toda la calle y parte de la plaza, formando un gran semicírculo con el centro en la puerta de su edificio. Se escuchaban algunos bombos y gritos desperdigados.

            Ingenuamente él caminó hacia ellos, estirando el cuello para tratar de ver el motivo de la reunión. Pensó que alguien estaría hablando.

            Cuando empezó a entrelazarse con la gente, un muchacho grandote de remera negra lo miró incrédulo.

- ¿Beto? ¡Aguante Beto! – dijo en voz bien alta.

Lógicamente los que estaban alrededor escucharon esto y miraron para ahí.

- Si hola… ¿Qué está pasando acá? – dijo Beto intimidado.

- ¿Cómo “qué está pasando”? ¡Es por vos Beto! ¡Venimos a hacerte el aguante! – respondió el muchacho gritando de entusiasmo.

- ¡Ahh! Ehhh... bueno... gracias... gracias a todos por venir.

            El muchacho no tuvo mejor idea que gritar a la multitud.

- ¡Acá está Beto!!!

            Decenas de caras giraron y lo miraron con sonrisas sorprendidas. Beto sintió miedo genuino. Miró al muchacho y reparó en su buen porte, medía más de un metro ochenta y debía pesar más de cien kilos. Se acercó y le habló casi en secreto.

- ¿Vos me podrías ayudar a abrir cancha para ir hasta mi casa? Después me asomo al balcón para saludar.

            El muchacho aceptó inmediata y seriamente su rol de ayudante. Frunció el seño y estiró el cuello regordete analizando el panorama. Entre ellos y la puerta había unos veinte metros repletos de personas, que ahora estaban murmurando y girando hacia atrás para ver a Beto, porque la voz se estaba esparciendo como ondas lentas en el agua.

- Lo veo difícil maestro – dijo como si fuera un experto en la materia- pero se me ocurre algo mejor: ¡MOSH!!!

- ¿QUÉ???

El Muchacho tomó a Beto del cinturón y, con la ayuda de algunos colaboradores espontáneos, lo levantó en el aire y, dando instrucciones a viva voz, lo posó sobre las manos de la gente que estaba frente a ellos. Beto quedó suspendido en el aire apoyado en decenas de manos que lo fueron haciendo sobrevolar la multitud lentamente, como si fuera una estrella de rock sobre su público. La gente lo veía y aplaudía. Él al principio se paralizó presa del pánico, pero poco a poco se fue soltando, fue dándose cuenta de lo extraordinario y lo maravilloso de la situación y se echó a reír.

En el departamento Miranda escuchó un cambio en el griterío y se asomó al balcón para ver que pasaba. Vio a Beto acostado boca arriba sobre la multitud y pegó un grito de miedo. Pero desde abajo él la miró y la saludó con una sonrisa.

- ¡Esteban! ¡Vení que a tu padre se lo pasan de mano en mano!!!!

            El vuelo de Beto fue una fiesta para esa gente. No hubo maldad, no hubo feas intenciones ni egoísmos. Todos, y al mismo tiempo ninguno en especial, lo ayudaron a llegar hasta la puerta. Lo vieron sonreír y sonrieron con él. Aplaudieron, festejaron.

            Lo hicieron bajar justo en la puerta del edificio. Él, de nuevo sobre sus pies, levantó las manos y saludó con un grito de euforia.

- ¡GRACIAS!!!

La multitud estalló.

Beto les dio la espalda para abrir la puerta con su llave y murmuró para sí mismo:

- Por Dios, cómo me tocaron el culo.

            A un costado de la multitud había una camioneta. Sobre su techo había un camarógrafo de un canal de noticias que había encuadrado cuidadosamente todo lo ocurrido. Esto se había transmitido en directo y había llegado al televisor de Castellar. Así él pudo ver como decenas de personas le mostraban su cariño incondicional a un hombre que podía ser presidente. Algo que ningún político del mundo pudo soñar jamás. Y fue demasiado.

Sacó su celular. Apretó un par de botones y esperó un momento con el aparato en la oreja. Del otro lado atendió el presidente Aguirre en persona.




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