Beto manejaba su taxi normalmente. O al menos tan normalmente como podía después de aquellos días de extraña fama. Cada tanto algún pasajero lo reconocía y podía tanto pedirle una foto juntos como recriminarle no haber luchado por la presidencia. Pero cada mes que pasaba esto iba ocurriendo cada vez menos.
En una esquina gris de Almagro un hombre de traje le hizo una seña para que frene.
Beto detuvo el taxi, pero el tipo trajeado en lugar de subir, abrió la puerta de un coche negro con vidrios oscuros y desde adentro salió, en un movimiento veloz, el presidente Castellar, y se metió al taxi de Beto.
Él giró en su asiento y lo miró.
- ¿A Balcarce 50?
Castellar le sonrió.
- Demos una vuelta nomás.- dijo con confianza.
Beto arrancó y anduvieron un momento en silencio.
- Castellar, yo le quiero decir que nunca quise sacarle la...
- Quedate tranquilo Beto. Yo sé bien cómo fue todo.
- Ah... claro...
- ¿No te molesta que te tutee, no?
- ¡No para nada! Desde que salí en la tele todo el mundo me tutea... Beto esto, Beto lo otro, en la verdulería, en el banco... en cualquier lado.
- Claro. Es así…
Castellar miró pasar la ciudad por la ventanilla, pensativo. Hacía algunos años que no se tomaba un taxi.
- Te quiero contar algo, Beto.
Fue algo que me pasó cuando tenía 25 años. Había estado en una reunión, porque me habían ofrecido ser concejal. ¿Y sabés qué? Me pedían 15.000 dólares para la candidatura. Yo tenía que pagar 15.000 dólares solamente para estar en la lista. Eso me dejó destruído, estaba indignado... con todo lo que había militado, todo lo que había trabajado... quería mandar todo a la mierda... quería mandarme a mí mismo a la mierda.
Y esa tarde me tomé un taxi. Era un 404, creo.
Sólo al escuchar ese modelo de auto Beto sonrió. Hubo una época en la que prácticamente todos los taxis eran Peugeot 404 y por supuesto Beto había trabajado con uno. El primer taxi que había manejado. Esas cosas no se olvidan.
Castellar siguió con su relato. Era un buen narrador, calmo, seguro.
- Y el taxista me preguntó qué música quería escuchar... tenía todo el asiento del acompañante lleno de cassettes...
Al escuchar esto Beto lo miró por el retrovisor tanto tiempo como el tránsito le permitió, porque antes de tener el mp3 era él quien tenía el asiento lleno de cassettes.
- Pero yo no estaba de humor y creo que ni le contesté- prosiguió Castellar- y el tipo agarró y puso un tango, un clásico: Yira Yira. Y mientras escuchaba lo que decían en el tango... iba sintiendo que era exactamente lo que me pasaba a mí... iba sintiendo que no era el único que había pasado por algo así... iba sintiendo una... comunión... como si a través del tiempo otra persona me estuviera diciendo “Te entiendo flaco”. Y cuando me bajé del taxi... me dije... esto no me va a frenar, yo no voy a parar por estos hijos de puta.
Y acá estoy.
Y ese taxista eras vos Beto.
Gracias.
Beto estacionó el taxi donde pudo. Giró en el asiento y miró a Castellar.
- Sabe que... no me acuerdo. Y de los demás... los que salieron en la tele... tampoco me acuerdo de ellos.
- No importa Beto. Nosotros nos acordamos de vos.
Beto sonrió con algo de vergüenza.
- ¿Y al final qué pasó?¿Pagó los 15.000?
- Al mundo nada le importa Beto... las reglas del juego son esas. Pero lo que a mí me importa es que como concejal hice poner semáforos en diez esquinas, hice tres salitas en barrios carenciados y hubo un micro programa de becas para chicos que corrían peligro de dejar la escuela. Eso pasó.
- Claro...
- Beto... ¿A vos te gustaría ser parte del gabinete?
- ¿A mí?
- Si... como Ministro de Bienestar Social, por ejemplo.
Beto contestó sin el menor rastro de una duda.
- La verdad... no. Estoy bien así... gracias.
- Claro... te entiendo. ¿Pero no te molestaría que te llame de vez en cuando para consultarte tu opinión sobre alguna cosa?
- ¡Me encantaría!
- ¡Perfecto!
Los dos Alberto Castellar se quedaron otro momento en silencio. ¿Había ocurrido aquello? Parecía todo tan absurdo ahora. ¿Había sido todo un sueño?
Una idea se manifestó inexplicablemente en la mente de Beto y lo hizo sonreír involuntariamente. Castellar, que era bueno leyendo las caras de la gente, se percató.
- ¿Qué se te ocurrió?
Beto lo miró con picardía.
-En una de esas... yo le puedo pedir un favor. No es algo que dependa directamente de usted, pero me puede ayudar a hacerlo.
- Lo que vos quieras Beto.