De Taxista a Presidente

El partido

- Pan – dijo el mejor jugador del mundo y dio un paso adelante.

- Queso – respondió el ex mejor jugador del mundo y dio otro paso.

                El frío de la noche contrastaba con el calor que emanaban las tribunas repletas del estadio. Las gigantescas luces de las esquinas creaban sobre el césped un día falso, un día con cielo negro.

Las dos celebridades del fútbol caminaron con pasos cortos uno hacia el otro, ante la mirada de unas cincuenta mil personas, sin contar los que seguían el evento desde sus casas. Al encontrarse los pies en el centro de los dos caminos, al joven le tocó pisar suavemente la punta del botín del veterano y una leve sonrisa se dibujó en su cara.

Miró a los veinte jugadores que esperaban sentados ser elegidos, para saber qué equipo iban a integrar. Eran un grupo de estrellas increíble, eran leyendas vivientes, estaban los mejores, los más famosos, los retirados, los activos, las jóvenes promesas. Pero cuando el mejor jugador del mundo tuvo que decir el nombre de su primer elegido no tuvo dudas.

- Beto, para mí.

                Beto, vestido de arquero, se paró como un resorte sonriente y corrió a ponerse detrás de él. El estadio entero lo ovacionó. No gritaron el nombre de un equipo, no gritaron “gol”, ni siquiera gritaron el nombre de Beto, fue un grito simple, de cariño animal. Un grito que hizo temblar literalmente la tierra, Beto sintió esta vibración en el pecho y si no hubiera estado tan contento habría tenido miedo. Esas miles de personas que colmaban las plateas sabían que ese partido a beneficio de los hospitales de Buenos Aires, que había logrado reunir a las estrellas imposibles de reunir, había sido pensado y convocado por Beto. Ese grito era su agradecimiento.

                Continuó la elección de los dos equipos y cuando estuvieron conformados se pusieron camisetas de dos colores exóticos.

                Se ubicaron en sus respectivos campos y Beto tomó su lugar frente al arco. Desde ahí pudo ver a Miranda, Esteban y su novia Lola, que desde la tribuna lo saludaban entre sonrisas y banderitas argentinas.

                Beto llenó los pulmones de aire y lo dejó salir lentamente. Paseó la mirada por ese estadio efervescente, por esa gigantesca carpeta verde que se extendía hacia adelante. Ni en sus sueños más optimistas había logrado algo así y aunque nadie pudiera oírlo dijo al aire:

- Esto es lindo... es muy lindo… pero prefiero el taxi.




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