Al entrar al restaurante, se sentaron en una mesa cerca de una de las ventanas, no había mucha gente y de fondo sonaba música clásica muy suave. Un mesero se acercó a ellos con una sonrisa amigable y dijo algo en italiano que parecía ser la bienvenida.
—Bienvenidos a El Viñedo —siguió en el idioma que todos entendían y les ofreció las cartas del menú—, soy el asignado para atenderles esta noche, ¿qué desean ordenar?
Ambos pidieron lasaña y para tomar, soda, aunque el mesero hubiera sugerido casi todos los vinos de la carta. Mientras esperaban hubo silencio, no hablaron durante un rato, Christian pensó que se debía a la reciente historia que Cassandra le había contado, pero luego se dio cuenta que el silencio no era para nada incómodo entre los dos.
Christian miró a la ventana, algo que estaba acostumbrado a hacer por manía y entonces, se sobresaltó, asustado. Matt se encontraba afuera, observándolo desde la ventana. Christian abrió los ojos ante la sorpresa, se le veía demacrado, parte del cabello rubio estaba manchado de sangre, tenía cortes en la frente, los pómulos y el cuello, así también como diversos golpes en varias zonas. Sangre salía de su bajo abdomen, machando su ropa, su mano derecha parecía retenerla, pero entonces la levantó y usó la sangre para escribir en la ventana.
Es tu culpa.
Christian palideció e inhaló profundamente, su cuerpo había comenzado a temblar.
Tú me mataste.
Lágrimas se habían acumulado en sus ojos y su boca estaba semi abierta en medio de la sorpresa. Estuvo a punto de hablarle, de decirle que no era cierto, que él no lo había matado, pero entonces algo hizo que regresara a la realidad.
—¡Christian! —la voz y el contacto de Cassandra con su brazo lo sacaron de aquella horrible alucinación. El castaño la miró, los ojos bien abiertos y brillosos, el labio inferior temblando un poco—. ¿Qué ha pasado?
Christian volvió a mirar a la ventana, calmando la respiración, luego giró su vista a Cassandra de nuevo y tragó en seco.
—Lo… lo siento —murmuró, casi sin aire y se levantó del asiento—. Necesito ir… necesito ir al baño. Lo siento.
Cassandra le dijo que estaba bien y entonces él se fue, las manos temblándole cuando tuvo que abrir la puerta y luego la llave del lavamanos. Dejó el agua correr por ellas y entonces se lavó el rostro, siento el frío refrescante en su piel. No era real. Tenía que recordárselo cada vez que experimentaba un episodio así.
Todavía no entendía por qué seguían volviendo.
Cuando se calmó, volvió a la mesa con Cassandra y ella lo recibió con una sonrisa amigable y ojos preocupados. Christian se sentó y tomó un poco del agua que había en la mesa, mirando a Cassandra.
—¿Estás bien? —preguntó, curiosa y preocupada a la vez—. Te veías muy asustado.
—Estoy bien —le respondió, sonriendo un poco y entonces la lasaña llegó, justo antes de hablar de nuevo.
El mesero dejó todo en la mesa, cubiertos, servilletas una pequeña canasta campesina con panes, los platos de lasaña y por última, los vasos con la soda. Luego les sonrió a ambos cuando agradecieron y dijo que disfrutaran de la cena.
—Buen provecho —le dijo Christian cuando tomó el tenedor.
—Buen provecho —le siguió ella, sonriéndole.
Entonces comenzaron a comer, la leve tensión por el episodio de Christian desapareció cuando empezaron a hablar de la escuela y de algunas cosas graciosas en su vida. Había momentos en los que sólo se reían y se miraban, Christian disfrutaba el sonido de la risa de Cassandra y contemplaba el azul de sus ojos como si observara el mar cuando el sol lo alumbraba.
Al terminar, estaban con el estómago casi adolorido de tanto haberse reído. Christian pagó la cuenta y luego de recibir el cambio, ambos salieron del restaurante y entraron al auto, tomando el camino de vuelta hacia la casa de Cassandra.