De Un Sueño a la Realidad

Capítulo nueve: Tú no lo entiendes, porque no lo has vivido.

      «¿Es cierto?».

      «¿Lo ves cada vez que cierras los ojos?».

      «Sólo necesitamos que nos digas la verdad».

      «Vamos a ayudarte».

Christian abrió los ojos mientras el agua, que recientemente se había restregado en la cara, estaba recorriendo su piel. Sus padres se habían ido horas atrás. Se miró al espejo y cuando encontró una silueta reconocida detrás de él, se sobresaltó.

      —¿Por qué no les contaste la verdad? —dijo Matt, mirándolo con una expresión dura y lo bastante seria como para indicar que estaba enojado.

      —Les conté la verdad —Christian se giró para mirarlo—. Estoy bien, Matt.

      —No. No lo estás.

      —Sí, lo estoy.

      —Despierta —habló su hermano mayor entre dientes, acercándose a él, el ceño fruncido y los ojos cafés mirándolo fijamente—. Estoy muerto, Christian. Estoy muerto. ¡No soy real! —le tocó la sien con el dedo índice, Christian cerró los ojos con fuerza—. Todo esto está en tu mente.

      —Tal vez —susurró—. Pero estás conmigo —Christian empujó a su hermano—. Puedo sentirte, Matt —le tocó el brazo con fuerza—. Puedo hacerlo. Así que no me importa si estás en mi mente o no. Tú estás conmigo.

      Matt se soltó del castaño y no dijo nada más. Brad llamó a Christian, diciéndole que alguien había llegado y que él estaba muy ocupado arreglando su traje como para atender. Christian le contestó que ya iba y para cuando se giró de nuevo para ver si su hermano mayor seguía allí, este ya había desaparecido.

      Sin más rodeos, se apresuró a ver de quién se trataba. Sabía que no era Cassandra, faltaba una hora para las ocho y él no estaba listo, así que no se preocupó por ella. Christian se asomó a la ventana de la sala para ver a la persona que había llegado, sorprendiéndose por la visita.

      Era Andrea Thompson, tenía ropa sencilla como para su estilo habitual, una sudadera con la capucha puesta, lo que le ocultaba un poco el cabello de ondas. Christian abrió la puerta y bajó las escaleras de espiral, sonriéndole a Andrea cuando se aproximó a la cerca y la abrió. Andrea lo saludó y apenas entró se quitó la capucha.

      —Lo siento si llegué en un mal momento… —murmuró.

      —No, claro que no.

      Andrea asintió y jugó con sus manos.

      —¿Estás… estás solo? —preguntó.

      —No, mi hermano está arriba…

      —Entonces hablemos aquí —ella miró hacia atrás y hacia los lados antes de volver los ojos hacia Christian—. Nadie nos oirá, ¿verdad?

      —No, nadie —Christian carraspeó la garganta—. ¿Estás bien, Andrea? Te ves algo alterada.

      Andrea soltó un suspiro.

      —Estoy bien… es sólo que… estoy preocupada por ti.

      Christian frunció el ceño, los verdes ojos de Andrea lo miraban fijamente y continuaba jugando con sus manos, inquieta. El chico soltó una risa irónica.

      —No lo entiendo, ¿por qué estarías preocupada por mí?

      —Por lo que he visto… —Andrea se acercó más a Christian, los ojos rodeando todo su rostro—. Tus arranques de ira. Las veces que te has quedado dormido en clases. Las ojeras.

      El castaño cruzó los brazos y sonrió de lado.

      —Estoy bien. En esos días estuve un poco estresado.

      —No lo cubras —Andrea suspiró—. Sé que estás mintiendo.




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