Una semana después, Christian continuaba en el hospital. La doctora Barnes le había diagnosticado de nuevo TEPT, se suponía que se identificaba cuando la persona con el trastorno había pasado 30 días con los síntomas; en el caso de Christian, todo se complicaba bastante. Los síntomas habían regresado meses atrás.
La decisión fue internarlo hasta ver mejoras.
Le habían dado una nueva libreta, era lo único que tenía en la habitación además de un marcador y la ropa que debía llevar, que usualmente parecían pijamas. Durante esa semana, Christian se acostumbró a su nuevo horario; levantarse a las seis, recibir su medicina, bajar al comedor a las siete para desayunar, a las doce para almorzar y a las seis para cenar. A las ocho apagaban las luces para dormir y diez minutos antes, un enfermero entraba para darle una de sus medicinas. Los martes tenía reunión grupal con chicos de su edad y con el mismo trastorno, los jueves se reunía con la doctora Barnes. Los viernes y sábados las visitas eran de tres a cinco de la tarde, mientras que los domingos todo el día hasta las seis. Christian recibió muchas visitas la primera semana, lo que le gustaba mucho a la doctora Barnes porque eso le ayudaba a no pensar en lo que no debería.
Las pastillas lo habían ayudado bastante a dormir, no había dado señales de pesadillas o de mal comportamiento, aunque eso no evitó que Matt desapareciera de su vista en ningún momento. No habló en su primera reunión grupal, aparte de su nombre y su edad. Con la doctora Barnes se desenvolvió un poco más, tal vez porque la conocía mejor que a los demás.
—Buenas tardes, Christian —dijo, levantando la vista de su escritorio para mirar al chico—. ¿Qué tal el almuerzo? ¿Comiste algo hoy?
—Tengo que hacerlo… —susurró luego de levantar los hombros con indiferencia y sentarse frente al escritorio de Miranda—. ¿No es así?
—Sí, es así —sonrió y entrelazó sus manos, lo miró, como esperando a que el castaño dijese algo—. ¿Cómo te has sentido en estos días?
—Bien.
—¿Sólo bien?
Asintió.
—Entonces… ¿no hay nada que te incomode de este lugar?
—La verdad es que no.
—Muy bien —murmuró la doctora Barnes y se recostó un poquito en su silla, sin apartar la mirada de Christian—. ¿Cómo estás?
El muchacho apartó la mirada, Matt se encontraba detrás de Miranda Barnes con los brazos cruzados, muy serio.
—No lo sé —susurró, todavía mirando a su hermano mayor. La doctora giró la cabeza, justo hacia donde estaba Matt.
—¿Por qué no lo sabes?
Christian volvió la mirada hacia Miranda.
—Porque… he tenido pesadillas.
—¿Las pastillas no han hecho efecto aún?
—No… no, antes. He tenido pesadillas antes. Y he querido hacer daño a las personas. Y cuando el señor Cook me hizo daño, sabía que lo merecía. Morir… porque todo lo que está cerca de mí, tarde o temprano, muere…
—No dijiste que el señor Cook fue el causante de tu desangrado la última vez que hablamos.
—No lo recordaba.
—¿Por qué te hizo daño?
Christian sonrió y miró a la doctora, echándose un poco hacia adelante.
—Porque lo merecía…
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Y por qué lo merecías?
—Porque… —susurró, se aclaró la garganta y lágrimas se acumularon en sus ojos—. Porque maté a mi hermano y a Bob Jones. Y a mi mejor amigo, Angel. Los maté. Y es mi culpa que estén muertos, por eso me lo merecía.