Para cuando llegó julio, el instituto comenzó a recibir a los estudiantes que volvían de sus vacaciones. Uno de ellos fue Brad, quien apenas llegó, se unió a los entrenamientos de la misión.
Los días consistían en levantarse temprano y trotar todo el campus para hacer cardio, descansaban por la tarde y en la noche, se reunían en el sótano de la Torre Europa, donde Star siempre los esperaba después de la cena. Estaban aprendiendo técnicas de lucha, puntos sensibles de una persona, cómo armar, desarmar y cargar una pistola, cómo manejar armas filosas y puntería, incluso con arcos. No eran sólo ellos contra Seth, aquel hombre tenía bastante apoyo de su lado.
Una tarde se la pasó todo el tiempo con Conan, aquel chico que se reía de manera contagiosa y las chicas decían que tenía el mejor cabello de todo el instituto. Christian lo acompañó al aula de música, donde se sentó en una de las sillas y tomó uno de los violines con delicadeza.
—¿Alguna vez escuchaste la historia del salón de música? —preguntó, Christian se había acomodado en una de las sillas también, quedando frente a Conan.
—En realidad no.
—No existía hasta hace unos cuatro años. Cuando llegué al instituto apenas tenía un par de meses inaugurado —comentó mientras afinaba las cuerdas del violín—. El director adora la música, tú mismo lo has visto. Ahorró un montón para comprar los instrumentos y construir el aula —sonrió, observando a Christian—. Y aun así sigue trayendo uno que otro nuevo.
—Eso es realmente genial —murmuró el castaño.
—Sí. El director Heinrich es un ejemplo de que a todo debemos ponerle pasión.
Christian asintió, estando de acuerdo y entonces Conan se puso a tocar. Según había escuchado, desde niño había estado aprendiendo a tocar el violín, pero no se había fijado en lo bueno que era hasta que comenzó a escucharlo. La melodía se extendió por toda el aula como una bomba, los movimientos de Conan eran ágiles y calmados, sus largos dedos se ajustaban bien al arco del instrumento, sus ojos cafés mantenían una gran concentración en las cuerdas y mientras la melodía se hacía más rápida, más intensa se volvía su mirada. Para cuando terminó, Christian estaba pasmado.
—Der Erlkonig, de Schubert —susurró el joven.
—Muy bien, Chris —Conan sonrió, bajando el violín—. ¿Cómo estuvo? Creo que me faltó algo…
—¿Bromeas? Estuvo genial.
—Gracias. Mi maestra creía que no era lo suficientemente bueno y me ordenaba repetir la canción una y otra vez —murmuró mientras miraba el violín—. Aún me siento de esa manera, ¿sabes? Que no es suficiente.
—Es suficiente, lo juro —Christian se levantó, extasiado y miró a Conan—. Eres muy bueno. No le prestes atención a lo que tu maestra te dijo en el pasado, lo lograste. Lo único que tienes que hacer es… —se detuvo, dándose cuenta de lo que estaba diciendo. Conan quedó esperando lo que seguía.
—¿Hacer qué, Chris? —preguntó.
Christian desvió la mirada por unos segundos.
—Dejarlo ir —susurró.
Luego de aquello, volvió a su habitación y se dispuso a revisar su correo. Tenía un horario estipulado para hablar con Cassandra en FaceTime, ya que la mayoría de veces sólo se comunicaban por mensajes. Desde que se enteró del plan y el reclutamiento y todo lo que tenía que ver acerca de Seth Cook, ellos lo habían enfrentado. Christian se había dado cuenta que Cassandra no sabía cuál era su función y que eso implicaba algo que ella claramente no quería. Su padre muerto. Christian no le contó acerca de eso, no podía, era mucho que pensar, era un peso sobre él porque el chico no quería asesinar a nadie.
Uno de los consuelos que tenía sobre Chicago lo recibió aquel día. Era el vídeo de la obra de teatro. Christian sonrió y llamó la atención de Jamie y Jimmy para que lo vieran junto a él. El castaño leyó la nota que había antes del archivo del vídeo en voz alta.