De Un Sueño a la Realidad

Capítulo treinta: Este es sólo el principio.

Pasaron diez años.

      Christian se levantó con el sonido de la alarma, se removió en la cama para apagarla y entreabrió los ojos, observando a Cassandra, de espaldas, durmiendo. El castaño se le acercó para abrazarla, rozó su barbilla contra el hombro de la pelirroja —probablemente picándole con los vellos—, dejando varios besos en su piel. Cassandra se movió y giró el cuerpo para quedar frente a Christian, abriendo los ojos.

      —Hoy es el día —dijo el castaño, sonriendo.

      —Sí —respondió con voz ronca y se acercó para besarlo, sonriéndole después—. ¿Estás emocionado?

      —Es la boda de mi hermano, claro que sí —Christian se apartó de ella, sentándose en la cama y rascándose la barba—. Me encargaré de los niños, ¿está bien?

      —Gracias, por eso eres el mejor esposo —Cassandra sonrió.

      —Lo sé —finalizó el castaño, dejando un último beso en los labios de ella.

      Se levantó de la cama y caminó hasta el baño, lavándose la cara y cepillándose los dientes. Se peinó el cabello hacia atrás y se miró la barba, tenía que afeitarse. Nunca se imaginó que sus vellos crecerían tan rápido. Cuando salió de su habitación, bajó las escaleras y atravesó la sala, estirándose mientras caminaba.

      —Buenos días, Amy. ¿Qué tal el día de hoy?

      —Buenos días, señor Morgan —dijo la voz femenina, las cortinas de las grandes ventanas se abrieron. El estilo industrial de la casa se reveló ante la tenue luz del sol—. El día está nublado, pero aceptable. Parece muy agradable.

      —Gracias, Amy. Eres la mejor —murmuró Christian, sonriendo y llegó a la cocina.

      Tomó un vaso de agua, observando desde ahí la sala de la casa. Había un estante con diversas placas y trofeos que habían sido otorgados para Christian y Cassandra, provenían de premios a los que habían sido invitados durante el tiempo, desde que publicaron sus primeras obras. Se habían vuelto escritores reconocidos en la ciudad y así también, con el poder de las redes sociales y las variadas editoriales, en otras partes del mundo. Era uno de los sueños más profundos de Christian y con esfuerzo y dedicación, una editorial aceptó su primera obra juvenil, que lo llevó al éxito.

      Cuando terminó el agua, volvió a subir las escaleras y entró al cuarto de su hijo mayor.

      —Nathaniel, es hora de levantarse —dijo mientras se sentaba en la cama del niño de cinco años, quitándole las sábanas—. Vamos, pequeña pulga. No seas perezoso, hoy es la boda del tío Brad y la tía Danielle.

      —Cinco minutos más, papi —murmuró el niño.

      —Bien, Nate —Christian le revolvió el cabello rojizo, levantándose de la cama—. Iré por tu hermana. Y volveré aquí. Cinco minutos.

      —Cinco… minutos —respondió el chico, adormilado.

      Entonces Christian se marchó a la habitación de al lado, abriendo la puerta y encontrándose con su hija de un año de pie, en su cuna.

      —Oh, mira quién ha despertado ya —dijo, sonriendo ampliamente—. Hola, Juliett. ¿Estás emocionada por la boda del tío Brad y la tía Danielle?

      En respuesta, la niña sonrió. Christian la cargó, dejando un beso pequeño en la mejilla de Juliett. Se parecía a ambos, pero tenía más de Cassandra que de él. Su cabello también era rojo y sus ojos cafés claros, así como Nathaniel. Christian se quedó hablándole y haciéndole mimos a Juliett por un rato y luego, volvió a la habitación del niño.

      —Nate —tocó la puerta un par de veces con Juliett en el brazo—. Pasaron cinco minutos. Vamos, despierta, dormilón.

      —No han pasado cinco minutos —dijo Nathaniel entre las almohadas.

      Christian rió.




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