De Villana a emperatriz

Capítulo 5

El patio lateral del templo estaba lleno de mariposas ese día. Las flores recién abiertas parecían custodias silenciosas del verano, y Myra corría entre ellas tratando de atrapar alguna para “convertirla en amiga”. Yo solo esperaba que no terminara accidentalmente arrancando una planta sagrada… otra vez.

—¡Aurelya, mira esta! ¡Es azul! ¡AZUUUUL! —gritó Myra, casi tropezando con una raíz.

—No la toques —advertí con voz tranquila— Es una mariposa de luz. Si la asustas, estallará en polvo.

Myra abrió los ojos como platos.

—¿En polvo mágico?

—En polvo que te deja calva por una hora.

Se detuvo en seco.

Podría haberle dicho la verdad, pero su expresión valió la pequeña mentira.

Fue entonces cuando la vimos.

Una niña pequeña, de unos seis años, vestida con un traje color pastel lleno de encajes minuciosos y flores bordadas. Tenía el cabello castaño claro, casi dorado, recogido en dos coletas perfectas, cada una adornada con un lazo verde que combinaba con sus enormes ojos verde esmeralda.

En sus brazos, llevaba una muñeca de trapo con un vestido más elegante que el mío: Colette.

La niña caminaba despacito, como si cada paso fuese parte de una coreografía delicada. Detrás de ella, una niñera con moño tenso la seguía como si temiera que el mundo mismo fuera indigno de tocar a su pequeña noble.

—Esa debe ser Leonide Bellessence —susurré—. La hija del vizconde.

Myra dio un salto y agitó los brazos.

—¡HOLA! —gritó con la sutileza de un terremoto.

Leonide se sobresaltó, pero no se escondió. Al contrario, sus ojos se iluminaron como si la hubiesen invitado a un juego prohibido.

La niñera, en cambio, frunció el ceño.

—Señorita Leonide —dijo con tono rígido— no se acerque demasiado. Esas niñas…

Su mirada se detuvo en mí.

Había visto esa expresión mil veces: una mezcla de lástima y juicio. La forma en que algunos adultos me miraban por ser huérfana… o por creerme menos.

Leonide inclinó la cabeza, como si la voz de la niñera le hubiera entrado por un oído y salido por el otro.

—¿Tu nombre? —preguntó con voz suave, enfocándose en mí primero.

—Aurelya —respondí— Y ella es Myra.

Myra hizo una reverencia exageradísima que casi la manda de cara al suelo.

—¡Myra de la Gran Estrella! —declamó con un falso acento noble— ¡Cazadora de mariposas, princesa de los postres robados y conquistadora de problemas!

Leonide soltó una risita chispeante, como campanillas.

La niñera abrió la boca para reprocharlo, pero Leonide le hizo un gesto tan elegante y diminuto que la mujer guardó silencio de inmediato.

—Me gusta tu acento —dijo Leonide a Myra— Parece de historia trágica.

—¡Me encantan las tragedias! —respondió Myra, orgullosa.

—A mí también —confesó Leonide, abrazando a Colette— Las tragedias son las historias que más se quedan en el corazón.

Había algo brillante en sus ojos… algo que no debería existir en una niña tan pequeña. Una mezcla de sensibilidad y destino. Como si ya estuviera acostumbrada a sentir más de lo que podía explicar.

La niñera carraspeó.

—Señorita Leonide, recuerde que no debe—

Pero Myra ya la había tomado de la mano.

—¡Ven! ¡Vamos a enseñarte el árbol donde Aure casi muere! —exclamó feliz.

—¿Myra…? —le advertí en voz baja.

Demasiado tarde.

Leonide abrió la boca en un pequeño “oh”, fascinada.

—¿Casi moriste? —me preguntó con curiosidad dulce.

—No fue tan dramático —respondí.

—¡SÍ LO FUE! —gritó Myra—. ¡Una rama le cayó del cielo! ¡BOOM! ¡Yo hice la representación! ¿Quieres verla? ¡Colette puede participar!

Leonide apretó a su muñeca.

—Colette nació para el teatro.

Y con eso, las dos salieron corriendo hacia el pequeño claro. La niñera casi colapsó de un ataque.

—¡Señorita Leonide! ¡No corra! ¡No— NO— SEÑORITAAAAA!

Al final, corrí detrás de ellas para calmarlas… pero terminé siendo absorbida por su caótico baile dramático.

Leonide cantó con voz suave la “Balada de la Rama Traicionera”.
Myra cayó al suelo fingiendo estar herida mortalmente.
Colette interpretó el papel de asesina arbórea.

La niñera se persignó tres veces.
Yo lloré de risa.

Y así, sin darnos cuenta, terminamos las tres (niñas pequeñas, almas distintas) jugando, cantando y creando un pequeño universo donde todo era posible.

Leonide era chispeante e introvertida a la vez. Se sonrojaba si la miraban directamente, pero inventaba diálogos teatrales como si hubiera nacido para un escenario. Era empática, dulce… brillante. Tenía ese tipo de risa que se siente como si te arrojaran flores encima.

Y le gustaba Myra.
Porque Myra era imprudente.
Una chispa de libertad en un mundo que esperaba que las niñas nobles fueran porcelana.

La niñera seguía mirándome con incomodidad, como si estar cerca de mí pudiera “ensuciar” a la pequeña vizcondesa. Pero Leonide siempre encontraba manera de interponerse entre su juicio y mi existencia.

Ese día terminamos compartiendo panecillos dulces sentadas en las escaleras del templo.

Leonide me ofreció uno sin que yo lo pidiera.

—Eres amable —me dijo— Y un poco triste.

Sentí el corazón sacudirse.

—No estoy triste —mentí.

Ella sonrió, esa sonrisa suya tan suave que parecía una caricia.

—Yo sé reconocer las almas que duelen —susurró.

Yo me quedé en silencio, porque no tenía palabras para contradecirla.

Desde ese día, Leonide Bellessence se volvió parte de nuestra pequeña vida dentro del templo.

Tres niñas.
Tres mundos.
Tres destinos enredándose sin darse cuenta.

Dos años después

El mundo seguía girando.
Las niñas crecían.
Los días eran tranquilos… casi demasiado tranquilos.

Hasta que llegó el ataque.

El aire se quebró con un rugido imposible, las barreras temblaron y la sombra de los monstruos cayó sobre Astrea como un eclipse.




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