De Villana a emperatriz

Capítulo 10

La cocina del templo parecía un hormiguero incendiado.
Niños corriendo con cubetas de agua, acólitos con bandejas, sacerdotes cortando pan como si estuvieran en guerra con las hogazas.
El aire olía a caldo, humo… y desesperación.

Yo estaba sentada en un taburete demasiado alto para mis piernas cortas, observando el caos con la barbilla apoyada en mis manos.
A cada rato pasaba alguien frente a mí gritando:

—¡Más cucharones!
—¡El fogón dos se quemó otra vez!
—¡¿Quién dejó a ese niño con un cuchillo?!

Y aun así, en ese desastre organizado, solo Thesner parecía tener tiempo para sentarse conmigo.

—No me mires así —gruñó, acomodándose en otro taburete que protestó bajo su peso— Yo no soy más que tu niñero. No esperes de mí una revelación divina.

Lo afirmo: Thesner era un vinagre humano.
Pero un vinagre honesto.

Suspiré, dejando que mis pies colgaran en el aire.

—No quería una revelación —murmuré— Solo… entender qué va a pasar conmigo.

Thesner lanzó un resoplido, como si mis preguntas fueran más pesadas que las ollas que hervían detrás.

Tu tío decide. Yo obedezco. —Se encogió de hombros— No tengo más autoridad que la escoba apoyada allá en la esquina.

—Eso ya lo sé —respondí con una sonrisa triste— Pero pensé que alguien… no sé… tal vez lucharía por mí.

Sus ojos se movieron hacia mí lentamente.
No con lástima.
Con esa forma directa suya de mirar, como si me dijera “no te escondas detrás de tus palabras”.

—¿Luchar por ti para qué? —preguntó él— ¿Para dejarte aquí, siendo la huérfana de un templo? El mundo no es amable con los pequeños, niña. Mucho menos con los que tienen ojos de oro y misterios encima.

Me quedé callada.
El caldo hirviendo detrás de mí hizo un blop como si apoyara su argumento.

—No lucharán por mí —susurré— Nadie lo hará.
Si soy la bastarda de un noble… ¿qué esperan que pase? ¿Qué me reciban con flores? ¿Que me traten mejor? Van a hacerme la vida difícil. O peor. Porque bastarda es una palabra que la gente ama usar como si no fuera una niña, sino un insulto con piernas.

Thesner soltó un bufido, pero no de burla.
Más bien de alguien que odia aceptar que una niña tiene razón.

—Tú todavía estás muy pequeña para entenderlo —dijo, con la voz ronca, casi baja entre tanto ruido— Pero tu tío… no lo hace por crueldad. Ni por deshacerse de ti. Él cree que dejarte aquí sería condenarte. Que crecer en una casa noble te dará algo que este templo no puede darte.

—¿Qué? —pregunté— ¿Dinero? ¿Apellidos? ¿Un techo donde odien mi existencia pero deban saludarme con cortesía hipócrita?

Él entrecerró los ojos.

Derechos, niña. Esa es la palabra.
Aquí eres solo una boca más que alimentar.
Allá… aunque no lo quieran… tendrán que tratarte como sangre de su sangre.

Me reí sin humor.

—¿Y eso qué cambia?

Thesner apoyó un brazo sobre la mesa y habló con más suavidad de la que jamás le había oído.

—Cambia que tendrás un lugar. Aunque sea uno que tengas que arrancar con tus propias manos.
Cambia que dejarás de ser la niña huérfana a la que un templo puede enterrar en cualquier rincón sin que nadie pregunte.

Silencio.

El caos de la cocina siguió, pero de golpe sonó lejano.

Thesner se inclinó un poco hacia mí.

—Sé que tienes miedo.
Y sé que estás enojada.
Pero eres más fuerte que la mayoría, Aurelya. Incluso que muchos adultos.
Y tu tío lo sabe. Por eso quiere sacarte de aquí.

Me mordí la lengua porque no quería llorar frente a él.
Ni frente a nadie.

—Entonces… ¿de verdad no tengo elección?

—Ningún niño la tiene —respondió él, encogiéndose de hombros— Pero tú crecerás. Y cuando lo hagas… decidirás más de lo que imaginas.

Me quedé viéndolo.
Ese hombre rudo, malhumorado, que cortaba verdura como si odiara cada trozo, era probablemente la única persona que no trataba mi vida como un trámite.

—Gracias, Thesner.

Él gruñó.

—No agradezcas. Me pone nervioso. Y no le digas a nadie que fui amable contigo.

—¿Qué le digo entonces? —pregunté, ladeando la cabeza.

—Que el viejo Thesner te gritó.
Y que te dijo que dejaras de estorbar.
Eso suena más a mí.

Me reí esta vez de verdad.

El grito de un cocinero interrumpió el momento.

—¡¡THESNER!! ¡EL CALDERO TRES SE ESTÁ QUEMANDO!

Él se levantó refunfuñando.

—¿Ves? Hasta el fuego tiene más autoridad que yo.

Y allí lo vi retirarse al desastre.

——

El atardecer se colaba por las ventanas del dormitorio de niñas, tiñendo todo de ese color dorado que siempre hacía que pareciera que estábamos dentro de un sueño. Yo estaba sentada en mi camastro, con las manos en el regazo, intentando encontrar la forma menos dramática posible de decir lo inevitable.

Leonide estaba peinando a Myra con la habilidad de alguien que había pasado toda su vida entre sirvientas; Myra solo se dejaba hacer, porque sabía que si protestaba le quedaría un nido en la cabeza.

Fue Myra quien me miró primero.

—Aurelya, ¿por qué tienes esa cara? —frunció la nariz— Te ves como cuando Thesner te obliga a beber esa medicina horrible.

Me armé de paciencia.

—Porque… me voy mañana.

Las dos dejaron de moverse.

Leonide soltó el peine. Mira abrió la boca como si fuera un pez fuera del agua.

—¿Qué? —preguntaron al mismo tiempo, con voces agudas y el dramatismo digno de un funeral.

Asentí con calma… aunque por dentro sentí un pinchazo.

—Mi tío cree que será mejor para mí vivir una temporada con una familia noble.

Myra parpadeó, confundida.

—¿Pero por qué? Aquí tienes cama, pan, sopa y… —miró alrededor, como buscando más argumentos— y un techo que no se cae… mucho.

Leonide cruzó los brazos, su expresión claramente indignada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.