Estaba retrasada otra vez. Ya era casi una costumbre. Revolvía la montaña de ropa que se acumulaba sobre mi cama, buscando algo que ponerme. Al final, encontré algo medianamente decente y logré arreglarme a tiempo.
En clases, me sentía incómoda y aburrida. Me estresaba el hecho de que no estábamos aprendiendo nada, y lo peor era que nadie decía nada al respecto. Parecía que les daba igual perder el tiempo y el dinero. Yo trataba de no agobiarme demasiado, aunque cada vez que podía, lo comentaba con mis amigos. Ellos estaban de acuerdo… pero igual no hacían nada.
Después de las tres horas más largas de mi vida, ya estaba con mis amigos en la cafetería. Nadie mencionó nada sobre Luke, y lo agradecí. No quería hablar de él… tal vez porque sabía que me juzgarían, y con toda la razón. Yo misma sabía que lo mío con él no estaba bien.
Tras una larga charla sobre la salida al cine —la cual sería mañana, jueves— todos confirmaron que irían. Yo, al principio, no estaba tan segura, pero aun así acepté. Tal vez, después de todo, me haría bien divertirme un rato.
—¡Chicos! —dijo Hugo, casi gritando, sacándome de mis pensamientos de golpe.
—Sí, ya, pero no grites —respondió Liz de inmediato, y los demás asintieron.
—Perdón, es que quería su atención para decirles que, al final, mi hermano no va con nosotros.
—Está bien —dijeron Eli y Kely casi al mismo tiempo, mientras Liz solo asintió.
Yo, por otro lado, no dije nada al respecto. Daba igual, nadie le tomó importancia.
.......
Ya en casa, me preparaba algo para comer. Era tarde y no había probado bocado en todo el día. A veces simplemente no tenía apetito… y sabía por qué. Eran secuelas del pasado.
Aun así, me animé a preparar un sándwich. Mientras lo hacía, el teléfono vibró sobre la mesa. Tenía un mensaje nuevo. Lo tomé y vi el nombre en la pantalla: Luke.
Hola, amor. ¿Cómo estás?
Bien, ¿y tú? ¿Cómo vas? —respondí.
Excelente. Me alegra mucho. ¿Qué tal tu día?
Pues bien. Estuve en clases, pasé un rato con mis amigos y luego hice mis deberes. Por cierto, voy a salir al cine con mis compañeros y amigos después de clases. Es algo que estuvimos hablando esta mañana y también anoche.
Respondí con algo de emoción, entusiasmada por la idea de salir. Pero su siguiente mensaje borró rápido esa sensación.
La verdad, no me parece que salgas con personas que acabas de conocer. Además, es un peligro, sabiendo que el lugar donde estudias queda bastante lejos de donde vives.
Rodé los ojos al leerlo. Sus palabras me parecieron ridículas, sobre todo después de lo que había pasado hace unos días… su falta de conciencia todavía me daba rabia. Así que solo respondí lo que realmente pensaba:
No veo el problema, porque no regresaré tarde a casa. Además, ellos ya no son extraños para mí; nos conocemos desde hace semanas y se han portado muy bien conmigo. Así que sí iré, y es lo último que diré sobre el tema.
Su respuesta llegó rápidamente
Igual no me parece. Haz lo que te convenga.
Suspiré. Siempre lo mismo. Su manera de querer tener la razón, de hacerme sentir culpable por todo… Y aun así, una parte de mí seguía intentando justificarlo.
Sabía, en el fondo, que estaba mal… pero aun así decidí pasarlo por alto una vez más. A veces no entendía la estupidez que abundaba en mí.
De regreso a casa, le estuve dejando mensajes a mi mamá avisándole que saldría mañana con mis amigos después de clases. Al principio no le agradó la idea, pero justo antes de irme, mis amigos sugirieron hablar con ella por teléfono para tranquilizarla.
Y así fue. La llamé, y hablamos entre todos. Después de unos minutos, Liz tomó la palabra y le explicó que solo queríamos salir un rato a divertirnos, que entendía que no los conocía, pero que incluso podríamos organizar otra salida para que ella los conociera.
Para mi sorpresa, mi mamá reaccionó muy bien. Dejó a un lado su modo de “mamá sobreprotectora” y, finalmente, aceptó que saliera con mis amigos.
Esa mañana me encontraba alistándome; eran las cuatro y media y, como siempre, debía levantarme muy temprano, ya que el instituto quedaba bastante lejos de casa. Entre bañarme, vestirme y organizar mis cosas, el reloj marcó las cinco. No acostumbraba a desayunar tan temprano, así que, como casi todos los días, me llevé el desayuno que mi mamá me había preparado.
Me apresuré a ponerme una camiseta roja, que hacía parte del uniforme. Tenía un escudo con el nombre del instituto y la carrera que estudiaba: inglés. Luego me puse mi pantalón favorito y mis zapatos. En otra ocasión habría usado algo diferente —más bonito, tal vez—, sobre todo sabiendo que hoy iríamos al cine. Pero no quería complicarme la vida esta vez. Además, estaba segura de que los demás también irían con el uniforme, y no me equivoqué.
Ya en clases, pude ver a Hugo, Kely y varios del curso con la misma camiseta. Liz, en cambio, llevaba una polo básica, y Eli una camiseta con pantalones grises y un buso, seguramente por el frío.
En clases estábamos todos nerviosos, ya que hoy sería el parcial. El profesor acostumbraba a poner exámenes todos los jueves, y este no sería la excepción.
Al principio me sentía un poco tensa, pero cuando tuve el examen en mis manos me relajé; la mayoría de los ejercicios estaban fáciles y sabía que lo terminaría en poco tiempo.
Mientras resolvía las preguntas, no pude evitar notar que muchos de mis compañeros se estaban copiando, y el profesor ni siquiera intentaba evitarlo. Entonces lo entendí: por eso nadie decía nada. Les dejaba hacer lo que quisieran con la clase.
En ese momento supe que no era un buen docente. Rogaba porque lo cambiaran pronto, de lo contrario tendría que cambiarme de curso… y no me agradaba mucho la idea.
Terminé el examen y, unos minutos después, lo entregué. Tomé mis cosas y salí del salón. Afuera esperé a los demás, y cuando finalmente salieron, fuimos juntos a la cafetería. Decidimos quedarnos unos minutos hablando antes de salir al cine.