Rápidamente quise abrir, pero me detuve en seco recordando lo que me había dicho días atrás en la calle. Ella ahora trabajaba con un tipo que quería verme muerto, me estaba odiando y yo no estaba dispuesto a morir. Me quedé al otro lado de la puerta esperando que se marchara, pero ella no se rindió, comenzó a golpear la puerta.
Giré el picaporte y abrí la puerta, me quedé de pie frente a ella sin dejarla entrar. — ¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté. Mi voz sonó fría, y se sentía tan mal volver a ser un hijo de puta con ella.
—Debemos hablar —soltó.
— ¿Con quién vienes?
—Sola —frunció el ceño.
—No te creo —la miré fijamente.
—Te estoy diciendo la verdad, Caín. Sólo déjame entrar.
—Está bien, pero no tengo mucho tiempo —la dejé entrar con un nudo en mi garganta. Me hubiese gustado verla entrar con su maleta diciéndome que volvería.
Miré en silencio sus movimientos, usaba una falda apegada a su cuerpo junto con una mini camiseta. Y sus ahora, infaltables tacones. Caminó por alrededor y sin sentarse se volteó para mirarme. Sus ojos cafés y sus largas pestañas se quedaron puestos en mí.
—Necesito que dejes de seguirme, Caín —me pidió. Reí ante su comentario y ella no se inmutó. —Te estoy hablando en serio.
— ¿De qué demonios estás hablando? —sonreí. — ¿Qué tan importante te crees ahora, Blancanieves?
—Tan importante como para que Darell Bennet tenga a todos sus hombres con los ojos puestos en lo que hago.
—Resulta que ahora te has convertido en una experta chica de las calles —me burlé. —No jodas, Cailín —me senté en el sofá, mientras ella me seguía con la mirada queriéndome asesinar.
—Es demasiado obvio, Caín.
— ¿Demasiado obvio para quién? ¿Para ti o para el hijo de puta con el que trabajas?
Mi comentario la hizo callar y lo único que hizo fue respirar profundo y acomodar su cartera.
—Sólo deja de molestarme —me dijo. Y rápidamente caminó hacia la puerta de salida, esta vez la seguí.
—No te vayas —le pedí. Ella volteó a mirarme.
Su mirada aún me decía que existía la Cailín de la que yo me había enamorado, la chica que corría a mis brazos para regalarme todo el cariño que tenía. Aquella chica que me había entregado todo y también la que me había enseñado a querer como nunca antes. Ella seguía ahí, inserta en esa careta que quería formar Cailín, y aunque sea lo último que hiciera en esta vida iba a traerla de vuelta, ya que jamás podría volver a enamorarme como lo estoy de ella. — ¿Qué quieres? —Se dirigió hacia mí. Me sorprendía cada vez más lo fría que podía ser conmigo.
—Estoy preocupado por ti, Cailín —confesé.
—No necesito que te preocupes por mí.
Caminé hacia ella hasta que quedamos frente a frente. Nuestras miradas se repelían, pero yo luchaba constantemente en mantener mi vista en la de ella. Tomé su rostro con ambas manos sin recibir un rechazo de su parte.
— ¿Por qué estás haciéndome esto? —pregunté en un susurro. Pude notar el brillo en sus ojos, pero ella quería ocultar todo tras unos grandes muros. —Sólo tú puedes entender lo mucho que te amo, Blancanieves.
La acerqué a mí hasta que sus labios estaban a centímetros de los míos. Estaba esperando que me detuviera con una bofetada, pero no fue así. En el momento en que la besé, de inmediato me correspondió el beso. Un beso largo y profundo, no quería separarme de ella. La extrañaba y me hacía falta para seguir avanzado..., nos separamos para respirar y nuevamente la besé, esta vez con desespero. Parecía todo tan natural, normal, como si en realidad ella jamás se hubiese olvidado de mí. Sus manos estaban alrededor de mi cuello y me besaba como si ese fuera su lugar. Y sí que lo era y lo seguiría siendo. Avancé unos pasos apegando su cuerpo a la muralla, encerrándola con mis brazos, hasta que sin pensarlo la sostuve en el aire subiendo sus muslos a mis caderas. No le importó cuánto me estaba odiando, ni para quien estaba trabajando, ella estaba ahí..., besándome y desabrochando cada cosa que nos estorbaba.
Caminé hasta la que era nuestra habitación, suavemente la dejé en la cama y me posicioné encima de ella. Besé cada centímetro de su cuerpo quitando toda la ropa que nos estorbaba, ella se contraía a nuestro roce de piel y eso me encantaba. Ella también me besaba, me tocaba y me hacía sentir totalmente débil, me quitó el short y de un tirón dejó mi camiseta lejos de nosotros.
Jugaba conmigo.
Quedamos totalmente desnudos mirándonos a los ojos, y fue ella quien me sostuvo de la cadera y se acomodó para, finalmente, tener sexo. Sus largas uñas se clavaron en mi espalda mientras gemía debajo de mi cuerpo y yo cada vez sentía más éxtasis. Todo acabó bien, como siempre en estas situaciones ¿No?
Me recosté a su lado mirando su cuerpo desnudo. Nos manteníamos en silencio. Cailín siempre me abrazaba para dormir luego de hacer el amor, pero esta vez no lo hizo y que amargo se sintió. Cuando me acerqué a ella para abrazarla, ella rápidamente se alejó, se sentó en la cama y luego caminó a tomar su ropa que estaba esparcida en la habitación, se metió al baño y me dejó esperándola. Rápidamente me vestí, ilusionado cada vez más.
Escuché la puerta del baño y se abrió frente a mí. Ella se detuvo mirándome unos segundos.
—Esto no debería haber pasado. Me voy, Caín —dijo. Y salió de la habitación casi arrancando de mí.
¿Qué demonios había sido eso?
— ¡Espera, Cailín! —La llamé antes de que saliera del departamento. — ¿Qué demonios sucede?
—Esto no debió haber pasado y ya, ahora deja que me vaya ¿Si?
—No puedes irte —la miré.
—Si puedo.
— ¡¿Entonces por qué mierda has venido y aceptado tener sexo conmigo?! —Me exalté, ella se sobresaltó, pero luego regresó a su semblante frío.
— ¿Crees que sólo tú puedes hacerlo?
— ¡¿De qué hablas Cailín?!
— ¡¿Crees que sólo tú puedes acostarte con quien quieras y luego hacer como si nada?! —Me gritó.