Dedicado a su silencio

Paz y Sol

M.

Creando una ilusión para que la historia sea glamorosa, dedicada a su silencio y dedicada a nadie.

Mientras los temblores no paraban, sentado, solo, pensaba en la tarde de la escuela desde hacía mucho tiempo, y pensó que, en sus días finales, sin poder moverse tanto, solo tenía que pensar en una cosa para morir en paz, en realidad, de la chica coqueta que conoció sin querer y que terminó siendo su ilusión final, el último de todos los tiempos, concluyendo de viejo, que fue el último amor que sintió de verdad. En el recreo, mientras todos bajaban, en la chacoteria de los adolescentes, Alexander propone un simple juego, pedirle el número a cualquier chica que se le cruce, haciéndose el valiente junto con los demás, van decididos hacia el patio principal. Por azares del destino, y cosa que marcó hasta envejecerse, se encontraba ella, del mismo grado, pero diferente salón. Una chica con gran lindura desde lejos, acompañada de su amiga en brazos, pero que realmente resaltaba más que cualquiera del entorno. Alexander simplemente no pudo sostener la valentía que había propuesto él, pero fue sino, su amigo que más aventado, fue y le dijo las palabras más humillantes - Oye, dice mi amigo si puedes darle su número. Ella, con un tono gentil, no lo pensó tanto y dijo. Lo siento, pero no nos conocemos. Claro estaba para él que más que un rechazo fue una excusa para irse, quizás apenada.

- Si le pido el número es para conocernos, no?

Claro que todos se lo tomaron a broma, pero en ese instante, algo marcaría en él. En la noche, pensaría antes de dormir en aquella chica desconocida, con el rostro radiante y la voz suave. No paraba de pensar en aquel rechazo tan amable, que lo dejó encantado. Y perduró por semanas mientras se preguntaba si a aquella chica también le pertubaba la mente como a él. Las cosas se caen mientras el temblor aumentaba, Alexander en su silla mecedora, con un cigarro en mano, y los pesares en su mente, lagrimeaba al recordarla, con una mirada estática intentaba hacer memoria, pues sentía que ese sería el último dia de vida. Las dudas que duraron semanas se fueron aliveando, mientras pasaba más tiempo con Luana, eran amigos del mismo salón. Era una chica refinada, engreída y añiñada, pero con un intelecto mayor que de las chicas presentes. Sin pensarlo tanto, Luana le había pedido ser su enamorada. Alexander había aceptado, pues la presión de entonces lo obligaba a estar con alguien. - Conoces a Luana, le decían sus amigos enganchados en la idea de que Alexander no desaprovechara la opurtunidad. - Es linda, inteligente, si no lo aprovechas uno más lo hará. Y fue así que aceptó estar con Luana, su primera relación de escuela. Aunque fue más un amor temporal, pues en realidad no la amaba, simplemente fueron amigos que se tuvieron tanto cariño como para creer estar en un enamorado o decidio de ella.

Habían pasado semanas, y él intentaba quererla, pensando en como ser un buen enamorado, y parecía ser fácil en esos momentos, pero que sin esperarlo, una duda nueva le había nacido. Era una chica, le había escrito primero, él sin pensarlo tanto respondió. Supo que estaban en el mismo colegio, y que su nombre era Mirella. Al principio, las conversaciones eran simples, un Hola, ¿Cómo estás?, ¿Qué haces?, nada que llamara la atención de Alecander, excepto la pregunta de el "por qué" esa tal Mirella le había escrito. Fue en el instante en que ella le saludó primero, en persona, que él pudo recordarla. Era aquella desconocida que le había rechazado. Con la mente en blanco, no sabía cómo reacionar, pues ella le había saludad con una naturalidad, preguntándose él mismo si ella sabía que era el mismo chico que habia rechazado. Fue el shock, que le hizo retumbar todo el cuerpo, y sin tardar tanto recibió el saludo. Ella se iba con una sonrisa mientras él no paraba de pensar en lo ocurrido, solo sabía una cosa, que de apartir de ese momento, cada vez que se encontrarían ellos se saludarían. Y así fue, esta vez fue Alexander que la saludó primero. Era algo suyo, aunque no pasaba de los saludos, algunas veces se saludaban con Luana al lado. Ella le dijo que conocía a Mirella, en realidad eran amigas. Decidida en parar su rutina, le pidió cortar contacto con Mirella. Mientras que en los mensajes aún hablaban de a poco. Pero dejó de hacerlo él, pues quería que Luana no se sintiera preocupada. Claro que en el fondo Alexander no quería dejar de hablar con Mirella, pues la intriga que ella le transmitía, no lo dejaba en paz.

Se preguntaba casi a diario el por qué Mirella le había escrito, y se preguntaba si ella sabía que era a quién había rechazado. Con el dolor del mundo, odio no saludarla más por Luana, evitaba cruzarse con ella, aunque las veces en que salía al baño, o subía por las escaleras, lo hacían toparse con Mirella. Pensaba en el destino, en las concidencías. Y cada vez que se cruzaban por error, no podía no saludarla. Era un choque eléctrico cada vez que la veía a los ojos. Sabía que no quería tanto a Luana, al menos no como enamorados, y cerca de acabar el tercer año de secundaría, le diría la verdad a Luana. Ella, con tanta comprensión aceptó la roptura con estusiasmo. Ya en Diciembre habían acabado las clases, sin pensarlo, Luana decidiría cambiarse de salón. Terminando en el salón de Mirella para cuarto de secundaría. A unas horas antes de Navidad, Alexander se preparaba para saludar a todos los que conocía e inclusive a los que no pero quienes estaban en su red social. Al llegar la hora de saludarse, él mandaba saludos y bendiciones a la mayoría de su lista de contacto, principalmente a toda su promoción y amigos cercanos. Algunos otros familiares. Y antes de él, alguien le llevó la delantera, era Mirella, que le había saludado de imprevisto. Fue algo más que un simple saludo para Alexander, pues él no lo esperaba. Habían dejado de hablar por mensaje desde que Luana le pidió no hacerlo. Al contestarle, pareciera que conectaron aún más. - ¿Tú también saludas a todos en Navidad?.




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