Déjame ser

CAPÍTULO 7: TE QUIERO, TONTO

Pasaron dos meses desde aquella llamada con Vega.
El verano transcurrió entre mensajes, videollamadas y confidencias que sanaban sin necesidad de medicina.

Hablamos casi cada día. Y, sin darnos cuenta, la amistad fue creciendo. Se volvió algo firme, honesto. Como tener una hermana que no es de sangre... pero como si lo fuera.

...

El sonido metálico de una puerta deslizante me despertó.

Al principio pensé que era un sueño. Pero al mirar por la ventana, lo vi claro: un camión de mudanza.

Grande, blanco. Con dos hombres bajando cajas en la puerta de mi casa.

Me quedé quieto. No entendía nada.

Hasta que escuché la voz de mi madre por el pasillo:

— Nico, cariño... ya están aquí —dijo gritando desde la cocina.

¿Ya estaban aquí?

¿Quiénes estaban aquí?

¿Qué estaba pasando?

Dejé el móvil en la cama y bajé rápidamente las escaleras. No entendía nada.

Al bajar, dos hombres me estaban mirando fijamente.

Llevaban una gorra blanca, una camiseta gris llena de sudor, pantalones largos azul marino y zapatos negros cerrados.

Uno de ellos me miró y sonrió.

Se acercó y me dijo:

— Así que tú eres el famoso Nico —se quedó callado unos segundos y me extendió la mano—. Un placer, muchacho.

Yo no entendía nada. Le extendí la mano y me dio un golpe sutil en la espalda, como si me conociera de toda la vida. Yo no sabía qué estaba pasando.

Subí rápidamente a mi habitación, cogí el móvil y mandé un mensaje.

Nos mudamos en unos días, no sé cómo va a ser todo, pero tengo miedo- Nico

Vega sólo tardó unos pocos minutos en responder

Te voy a echar de menos, idiota —Vega

Yo también te quiero— Nico

···

El día pasó volando.

Hacía un calor impresionante. El sol se colaba entre las casas, proyectando sombras sobre la ciudad donde tantos recuerdos tenía: recuerdos de mí, pero también de miedo y burlas.

Pero también estaba la luz. Esa luz: Vega, mi madre, la enfermera. Todas las personas que me habían acompañado en este viaje, entre saltos y baches, que ya iba a dejar atrás.

Estuvimos todo el día empaquetando cajas, organizando todo en el camión. La casa estaba casi vacía, y el viento se colaba entre las ventanas, haciendo un eco que me recordaba algo: las risas, las burlas. Alguien que, de algún modo, quería desaparecer.

Cogí la última caja. Pesaba muchísimo. Bajé las escaleras poco a poco, sintiendo cómo un recuerdo se quedaba detrás. Cerré la puerta de mi casa, escuchando ese último...

Click.

Me alejé poco a poco, dejando atrás mi cuarto, el comedor, el baño... la casa que tantas veces fue testigo de mi tristeza.

Mi madre me cogió la mano, me miró a los ojos y dijo:

— Eres muy valiente, Nico. Vales mucho —dijo, casi en un susurro, dándome un abrazo.

— Te quiero —dije, correspondiéndole el abrazo.

— Yo también te quiero —finalizó ella.

Miré por última vez mi teléfono, pero antes de guardarlo en mi bolsillo, quise hablar con Vega.

Ya está todo listo, nos vamos en unos minutos, me da miedo empezar de cero— Nico

Te va a ir bien. Y si alguna vez te pierdes, recuerda que estoy a un mensaje de distancia— Vega

Gracias por este verano, no sabes lo que significa para mí — Nico

Te quiero tonto— Vega

Yo también te quiero— Nico

Me quedé mirando el móvil unos segundos, hasta que escuché la voz de mi madre

—Nico, vamos— dijo, alzando las manos

Guardé el móvil en mi bolsillo y me subí al coche con mi madre.

Delante de nosotros, el camión de la mudanza. Algo nuevo se aproximaba; no sabía si sería bueno o malo, pero sabía que me iba a cambiar.

Y detrás de nosotros, nuestra casa, nuestro hogar. Ese lugar que tantas veces fue testigo de mi tristeza, pero también me vio crecer y madurar.

Ahora sí, comenzaba la aventura.




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