Delitos del alma

Capitulo 1

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Las dificultades económicas eran cada vez más profundas, las fuentes de trabajo escaseaban para las jóvenes profesionales como Sofía. Se había graduado poco tiempo antes de técnico superior en enfermería, pero a pesar de haberlo hecho con honores le era imposible encontrar un trabajo estable que le permitiera cubrir sus gastos.

Desde su llegada a Caracas desde un pequeño pueblo del interior del país, había vivido bajo el relativo amparo de una tía materna que, aunque no le cobraba con dinero por la larga estadía en su casa situada en un barrio pobre de la ciudad, si le exigía trabajos físicos endosándole las tareas típicas del hogar con la excusa de su avanzada edad y sus limitaciones de salud.

- Sofía, no te olvides de ir a comprar el pan y las cosas que te pedí antes de irte.

- Si tía, termino de vestirme y me voy a hacer eso.

- Iría yo... ¡Pero mis varices!

- No te preocupes tía, yo lo traigo. -aseguró la joven cargada de responsabilidades que cada día le pesaban más y más sobre sus hombros.

- Está bien hija.

 

Pero a Sofía se le hacía tarde ese día para llegar a su trabajo, era más bien un trabajo ocasional en el que tenía bajo su cuidado a un señor bastante anciano y enfermo que requería de cuidados especializados, aun así, era de muy buena ayuda a pesar de que era un sueldo de medio tiempo. Miró su reloj con preocupación, eran más de la una de la tarde, pensó en que ya no le daría tiempo de hacer lo que su tía le había mandado y volver para cambiarse puesto que no le gustaba hacer nada que no fuera referente a su trabajo con el uniforme de enfermera, por regla todas las enfermeras debían llegar con sus pacientes  de blanco pulcro, y el hecho de desviarse podría suponer algún tipo de riesgo para que eso no sucediera, pero ese día no le quedaría más remedio que arriesgarse. De pie frente al espejo de su lacónica habitación sometió su larga y rebelde melena castaña hasta doblegarla en una cola para luego enrollarla en un apretado moño que para finalizar coronó con una cofia blanca y almidonada de la que se sentía bastante orgullosa de portar, para finalizar su arreglo se vistió con su único uniforme, un vestido tradicional y muy sencillo de enfermera regalo de una familia agradecida por sus excelentes servicios en su primer empleo.

Una vez cumplidas con sus tareas y tomado el transporte público que la llevaría a su sitio de trabajo en Prados del Este, una zona privilegiada de la ciudad de Caracas donde se residenciaban muchas familias adineradas y en donde debía presentarse a las dos y treinta de la tarde se relajó un poco, el tráfico le hizo creer por momentos que no llegaría a tiempo, pero por uno de esos milagros que nadie puede explicar Sofía se encontró parada frente a la puerta de la hermosa casa con jardines amplios y hermosos balcones en donde la esperaba su paciente a las dos y veinticinco minutos de la tarde.

La joven enfermera entró cautelosa a la habitación del anciano, como siempre su cuerpo se estremecía al entrar en ese espacio, todo era muy limpio pero muy frio, casi como un museo con ese mobiliario de madera oscura en el que resaltaba la cama de hospital en donde dormía el enfermo que a veces estaba tan quieto que parecía un muñeco de cera.

- Buenas tardes, señor Alejandro. – saludo  Sofía a su paciente con cariño - ¿Cómo se siente hoy?

El anciano apenas balbuceó alguna cosa incomprensible.

- ¡Espero que eso sea algo bueno!  

Sofía como cada día al llegar, revisó los signos vitales del hombre que a pesar de su debilidad denotaba haber sido un hombre alto y fornido en los sus años de juventud, midió su temperatura, tomó su presión arterial y la frecuencia cardíaca. Luego le administró los medicamentos correspondientes de la hora que el médico tratante había prescrito. Todo era para darle comodidad al hombre que pasaba los noventa años y que padecía una enfermedad terminal.

Por lo general Sofía pasaba el resto de la tarde en soledad cuidando de cualquier eventualidad que pudiera presentarse. La señora de la casa, hija y por lo que Sofía presumía única pariente del señor Alejandro, pasaba muy pocas veces a verlo, cuando lo hacía no se quedaba más que unos minutos con su padre, se cercioraba de que estuviera todo bajo control y luego se retiraba dejándolos solos de nuevo, nunca había hablado mucho con ella, sólo las preguntas de rigor concernientes a su padre, excepto los días viernes que se detenía unos minutos más para darle a Sofía su cheque de paga, que no era poca considerando las pocas horas que trabajaba allí, pero que aun así no era suficiente para cubrir sus necesidades básicas haciéndolo más evidente en su uniforme y zapatos desgastados además de su hermoso rostro de hermosas facciones que reflejaba preocupación  cada vez que verificaba el monto.

Sin saberlo su figura fue lo que le había conseguido el trabajo, el día en que fue entrevistada para el puesto, había tenido como competencia enfermeras que lucían mayores que ella, sin duda con más experiencia y evidentemente con mejor presentación en cuanto a sus uniformes y accesorios, cofias nuevas uniformes impecables, hojas de vida envidiables, pero ninguna tan condenadamente hermosa como ella. Su rostro felino, sus curvas latinas… eso fue lo que le aseguró el puesto en aquella casa sin más preguntas que su nombre completo y su edad.  

- Siéntese por favor. – dijo el señor que la entrevistaba, un hombre de mediana edad de aspecto intimidante y de un extraño acento extranjero.

Sofía se sentó donde le indicó el hombre entregándole de inmediato su hoja de vida un poco nerviosa por la falta de expresión en el rostro tan severo de su entrevistador.

- Muy bien. ¿Sofía? – dijo por luego de examinar el contenido de la carpeta que ella le había entregado.

- Si. – se apresuró a contestar – Sofía Hernández.

- Muy bien Sofía Hernández. – dijo en hombre pensando en voz alta - Te graduaste hace poco.




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