Delitos del alma

Capitulo 3

3-

   - Sofía. ¿Estás lista?

Nora tocaba fuertemente la puerta de la habitación de huéspedes donde Sofía trató infructuosamente de dormir los últimos días.

- Si, ya salgo.

- Te esperamos en la cocina.

Sintiendo el corazón apretado dentro de su pecho, llena de preguntas y temores sumados a fuerte nudo en el estómago, la joven enfermera hizo uso de toda su valentia, tomó su maleta y salió de la habitación. Ya casi llegando a la escalera decidió pasar a ver por última vez al anciano que cuidaba cuando toda esa aventura del viaje comenzó. Entró cuidadosamente a la habitación, Miró a un lado para cerciorase que la enfermera que lo cuidaba durmiera sin sospechar de su presencia, pensó que el enfermo lo estaría también, pero para su sorpresa no era así, en su cama el anciano parecía más despierto de lo que nunca lo  vio mientras lo cuidaba, sus parpados abiertos dejaban ver unos ojos oscuros que la observaban con intensidad, Sofía llegó a creer que estaba recuperándose del estado casi comatoso en que había estado desde que lo conocía.

- Señor Alejandro… - susurró inclinándose hacia él.

El anciano balbuceó inteligiblemente.

- Me voy, me voy con su hija fuera del país.

De nuevo el hombre parecía intentar darle un mensaje indescifrable.

- No se preocupe, va a seguir bien cuidado. La señora Nora volverá pronto.

De los ojos del anciano comenzaron a brotar pequeñas lágrimas haciendo su semblante muy triste.

- ¡No! No llore, su hija viene pronto.

- N… No.

- ¿No qué? Ay, ¿Quiere que me quede?

El anciano afirmo con la cabeza.

- Señor Alejandro, allá voy a trabajar y a tener una mejor vida, pero le prometo que volveré para verlo.

Perdidas las esperanzas de explicarse, el enfermo levantó con dificultad una mano para acariciar el rostro de Sofía con suavidad, la joven no pudo reprimir más las emociones contenidas echándose a llorar junto a él.

- Adiós, señor Alejandro.

Sofía llenó sus pulmones de aire tratando de llenarse de fuerza para emprender su camino, enderezó su espalda dándole una última mirada a esos ojos que parecían querer decirle algo, besó la palma de su mano lanzando el beso invisible al hombre que quedo acostado simulando llevar el beso a su pecho del lado de su corazón, salió de la habitación evitando mirar atrás temiendo que si lo hacía rompería a llorar de nuevo.

- Ven Sofía, come algo. – dijo José al verla entrar en la cocina donde Nora preparaba un desayuno rápido, café y sándwiches.

- No, gracias. Es que me siento algo nerviosa y no creo que me pase la comida.

- Vamos Sofía – insistió Nora – Come esto.

Dijo mientras le ponía frente a ella un plato con un sándwich de jamón y queso recién salido de la tostadora.

Obedeció sin ganas, los nervios junto con la insistencia de Nora de hacerla comer la pusieron más tensa aun, tenía ganas de salir corriendo de esa cocina que de pronto se volvió muy pequeña para ellos tres, sólo que realmente no sabía si sus pies la llevarían a su casa donde vivía con su tía o hacia el aeropuerto donde la esperaba un avión con destino a Europa.

El aeropuerto de Maiquetía era la puerta de salida para Sofía,  mientras hacían la pequeña cola para embarcar su equipaje no podía más que estudiar el hipnotizante  piso de azulejos de colores que con su patrón artístico había despedido y al mismo tiempo había recibido a millones de personas en aquel terminal aéreo, no pudo evitar pensar en todas las despedidas que allí se habían dado, en las lágrimas que se habían derramado en esas oportunidades, o en todos los reencuentros de familias o amantes que se habían tenido que separar por quien sabe cuántas circunstancias e historias que ella jamás habría de conocer.

Nora y José se mostraban particularmente serios, en el camino le habían dicho que ya tenían en su poder el pasaporte que habían mandado a hacer para ella, pero se lo entregarían justo antes de abordar y que luego debía devolverlo, “solo para estar seguros de que no lo pierdas” Le dijo Nora.

- Es mejor así, ¿te imaginas que lo pierdas entre un vuelo y el otro? Recuerda que es la primera vez que viajas y te puedes confundir.

- ¿Usted cree?

- Estoy segura Sofía, ¿verdad que es así José?

- Sí, claro. – afirmó escuetamente saliendo por un momento del silencio prolongado que se impuso prácticamente desde el momento que salieron de la casa.

- Estoy preocupada por el señor Alejandro. – confesó Sofía unos minutos después de salir.

- ¿Qué te preocupa? – preguntó Nora con un tono de voz más serio.

- Su salud, y el que usted esté tan lejos de él.

- Él está buen cuidado Sofía, y si llegara a pasar algo… - la voz de Nora pareció atorarse en su garganta un segundo – nada, Igual ya él no reconoce a nadie, da igual quien esté a su lado.

Sofía quedo impresionada con la frialdad de la respuesta de la mujer, sobre todo considerando que ella hablaba de la inminente muerte de su padre, pensó en lo equivocada que estaba al creer que el anciano no reconocía a nadie, no podría creer que eso fuera así después de la manera como la había despedido esa misma mañana, pero no se atrevió a decírselo a su patrona pensando en que quizá se molestara con ella por entrar al cuanto del enfermo sin su permiso. La fila de gente había terminado y era su turno de entregar su equipaje.

José se hizo cargo de todo, entregó la documentación, habló con la elegante señorita encargada de hacer el procedimiento, las maletas fueron pesadas y enviadas al avión según la deducción de Sofía que no perdió detalle de lo que ocurría a su alrededor y a quien nadie le explicó nada de qué era lo que sucedía en un terminal aéreo o de cómo eran los procedimientos regulares.

Abordar el avión fue toda una experiencia, así como le había dicho Nora le entregaron su pasaporte y el boleto aéreo justo antes de presentarlo al agente de aduanas, éste los tomó, los leyó y comparó la foto en el pasaporte con el rostro de Sofía, lo selló y lo devolvió a sus manos dándole la bienvenida y deseándole un buen viaje.




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