Delitos del alma

Capitulo 7

7-

El invierno se acercaba rápidamente en Rusia, los días eran cada vez más cortos y fríos. Para Sofía la esperanza era un sentimiento lejano en el que ya no pensaba, luego de la muerte de la adolescente fue como entrar en un limbo de tiempo en el que solo se subsistía sin mayor propósito que el de no morir de frio por las noches. Las tardes transcurrían en cámara lenta, la rutina era lo único de lo que estaban seguras las mujeres en su pequeño mundo. Sofía se alimentaba sin percibir los sabores de la comida que les llevaban, tomaba el agua que le daban sin especular acerca de la cantidad o si tendría alguna droga que las mantenía a todas en el letargo en el que se encontraban, las llevaban a un pequeño baño una a una, dos veces al día, ese era el momento en que debía hacer sus necesidades quisieran o no puesto que no tendrían más oportunidad, hasta el día siguiente, todo aquello ocurría en cámara lenta, como si se tratara de una barata película independiente de un director psicópata.

El hombre que había violado a la adolescente hasta matarla desapareció, en su lugar había llegado otro que ayudaba a Berta a ocuparse de las prisioneras, a ese hombre Sofía no recordaba haberlo visto el día que llegara a Rusia, este era un poco más bajo de estatura, su cabello era más claro y su expresión un tanto menos dura, eso le daba cierta tranquilidad a su espíritu, quizá este no tenía intención de violarlas hasta la muerte, quizá este era buena persona y las trataría con algo de consideración…

La monotonía fue alterada esa noche, Sofía pensó que el día había llegado a su fin y que solo debía esperar de nuevo la mañana para que todo comenzara de nuevo, ni ella ni ninguna otra esperaba la visita de Pavel que irrumpió de pronto espabilándola.

- Buenas noches. – dijo en ruso con el rostro tan expresivo como una piedra de pie ante las mujeres acostadas en el piso.

Siguió hablando a las nacidas en la zona quienes comprendían perfectamente el idioma, por sus rostros contorsionados, sus expresiones de miedo Sofía comprendió que lo que el ruso con cara de ángel les estaba diciendo no eran precisamente buenas noticias.

Minutos después se dirigió directamente a ella y a marcela que esperaban en silencio en un rincón.

- Ahora les traduzco a ustedes lo que le acabo de decir a las otras. – dijo Pavel mirándolas intimidantemente – Mañana será un gran día para ustedes, comenzaran a pagar las deudas que contrajeron al llegar aquí. Celebraré una fiesta en la que vendrá gente muy importante y de mucho dinero a la que ustedes deben complacer en todo lo que les pidan, ellos pagaran por satisfacer sus deseos y ustedes lo harán para que paguen con gusto, mientras mejor se porten mejor será la paga, algunas se irán con el que pague suficiente por llevárselas y otras sise diera el caso se podrían quedar para ser enviadas a otro sitio. Si llegan a hacer algún tipo de escándalo o se portan mal con alguno de ellos tendré que matarla y en ese caso no me quedará más remedio que cobrarle a sus familias. Berta les hará saber lo que tienen que hacer.

Sin más el hombre se fue, dejo a Sofía con un millón de preguntas no formuladas, ¿A quiénes tenía que complacer? ¿Que tenía que hacer? ¿Llevársela a dónde? El miedo renació con fuerza, miró a Marcela que no decía ni una palabra, miró más allá a las otras chicas que tenían la misma expresión que Marcela de “esto era todo, llego el día” Sofía no pensaba así, no podía hacerlo, ¡había salido de su país para trabajar decentemente, no para ser prostituta en un país extraño! Su corazón latía fuertemente, las manos le sudaban, quería gritar, quería salir de allí a como diera lugar. Se levantó lentamente del piso, fue hasta la puerta que Pavel había cerrado al abandonar la habitación, cerró fuertemente los puños y comenzó a golpear con todas sus fuerzas y a gritar a todo pulmón.

- ¡Quiero salir! ¡Sáquenme de aquí!  

- ¡Sofía calla! – dijo una voz a sus espaldas.

- ¡No… quiero salir de aquí! – insistía desesperada cuando fue volteada rudamente por Marcela que la sostenía por lo hombros.

- Sofía, por favor contrólate, el hombre dijo que nos mataría… ¡te van a matar!

- No quiero ir a esa fiesta… ¡No soy prostituta! – dijo ahogada en su propio llanto.

- Lo se… lo sé. – consoló Marcela a Sofía abrazándola mientras ambas temblaban.

El sol estaba en lo más alto de cielo cuando Berta abrió la puerta para llevarlas a la casa grande, al verla entrar con su sonrisa siniestra Sofía supo que el momento había llegado, sería vendida al mejor postor para beneficio de otros. Sus piernas se negaban a sostenerla, un extraño frio le llenó todo el cuerpo haciéndole imposible moverse con celeridad, casi petrificada en la esquina de la habitación donde había dormido los últimos días luchaba entre el temor a lo que vendría y el instinto de sobrevivencia que la hacía obedecer a las órdenes de los rusos que la tenían secuestrada. Marcela al darse cuenta, la tomó de la mano para darse fuerzas una a la otra, no les quedó más remedio que tomar sus pequeñas maletas imitando lo que hicieron las demás.

Ninguna se atrevió a correr en busca de su libertad, ninguna lo llegó siquiera a pensar a pesar de lo fácil que podría parecer, los amplios campos alrededor de la casa no las tentó, tenían que pagar la deuda, tenían sobre todo que proteger a sus familias, padres, hermanos, hijos a los que buscarían para cobrar lo que ellas no pagarían si escapaban. Caminaban en silencio detrás de Berta hacia la casa grande donde entrarían por una puerta lateral. Una vez adentro fueron conducidas a una habitación grande, mucho más grande que la habitación en donde habían estado hasta ese momento, allí había varios espejos medianos, sillas, un par de sofás y un perchero lleno de lo que a simple vista parecían prendas de vestir, a un lado otro espejo de cuerpo entero, al final una puerta que luego descubrirían que era un baño.




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