Delitos del alma

Capitulo 9

9-

- ¿Cómo está la niña de mis ojos?

- Papá… Ya no soy una niña. – respondió Gia con ternura a su padre.

Su padre era el hombre más amoroso cuando se trataba de ella, siempre la protegió y la consintió en todo buscando equilibrar las exigencias de su esposasobre ella.

- Siempre serás mi niña. Ven a caminar un poco conmigo en el jardín.

Doménico Rossi ofreció el brazo a su hija esperando que no se negara, Gia como era de esperarse aceptó encantada dejando de lado todos los pensamientos que la absorbían en absoluta soledad en la terraza. Era una típica tarde de septiembre, tibia y propicia para hacer una caminata entre los manzanos a los que Doménico dedicaba horas de atención.

- Tu madre me contó que tuvieron problemas en el mercado. – dijo mientras caminaban bajo las sombras de los árboles.

- Si. Pero lo que pasó fue que Enza sacó conclusiones equivocadas y yo me alteré y no pude controlarme, comencé a gritar sin control en medio de toda esa gente, ya sabes… a mamá no le gustó para nada.

- Ah, Gia, sabes que no debes hacerle caso a lo que diga Enza, ni a lo que diga nadie y en algunas oportunidades tampoco a lo que diga tu madre.

El padre de Gia sabía que desde sus años de juventud Enza había sido el medio informativo por excelencia de la farándula para todo el pueblo, y por lo que se refería a Martina siempre había hecho más caso al qué dirán que a su propia familia, por lo tanto, en lo personal nunca había dado demasiada importancia a lo que ninguna de las dos tuviera que decir.

- No es eso…

- Y, ¿Qué es entonces?

- Es que mamá tiene razón cuando dice que estoy siempre deprimida, que no atiendo a Marco como debería por mi enfermedad. Sin mi tratamiento mi vida a veces es gris y otras veces me aturde con excesos de colores que me alteran tanto que pierdo el control. Aun así, lo que más deseo en este mundo no termina de llegar.

- El hijo que tanto deseas llegará solo sí debe llegar Gia. Quizá tú tienes una misión especial en tu vida. – dijo Doménico deteniendo sus pasos y mirándola a los ojos.

- Sé a qué te refieres. – afirmó con tristeza.

- Muchas parejas han adoptado y han logrado familias hermosas. Quizá ha llegado el momento de que tú y Marco lo consideren.

- No quiero renunciar todavía. Cada mes pienso que no lo seguiré intentando, que tomare de nuevo las drogas que me mantenían bien… pero pocos días después me arrepiento pensando en que lo voy a intentar sólo por una vez más

- Pero ya han pasado años Gia. Debes pensar en tu marido, para Marco no debe ser fácil vivir con el temor de que tu enfermedad llegue al punto de representar un peligro para tu vida, hasta ahora no ha sucedido hija, pero ese es el temor de todos los que te amamos.

- Lo sé papá, sé cuánto se preocupan todos, sé que soy una verdadera carga.

- ¡Vamos Giannina! – dijo Doménico elevando la voz y moviendo exageradamente las manos – Yo no pienso eso, no dije nada parecido… Además, Marco tampoco lo piensa; él te ama, te ama desde que eras una niña, nada hará que eso cambie.

Doménico sabía que parte de lo que decía era cierto, marco amaba a su hija con devoción desde hacía muchos años, pero también era consciente como hombre que tarde o temprano ese amor perdería fuerza por falta de estímulo y que con el tiempo sólo quedaría la rutina y el deber, pero no le importaba, diría lo que fuera con tal de ver a su hija mástranquila.

 

Sofía había pasado muy mala noche, lejos de descansar su mente se vio invadida por pesadillas  que la hicieron despertar angustiada repetidas veces antes del amanecer; en sus sueños estaba de nuevo en la fiesta en la casa del proxeneta ruso, se veía sentada junto a Pavel mientras Marco la miraba  fijamente, de alguna manera esa mirada le transmitía seguridad porque sabía que el sería el vencedor de la subasta cuando le tocara el turno a ella de ser vendida, la preocupación comenzaba cuando se vio siendo entregada a esa mujer tan extraña que la maltrato frente a todos –no… ella no es- gritaba en el sueño –ella no, ella no – insistía mientras veía a Marco inmóvil cuando la arrastraban lejos de él.

Despertó con la boca seca, la sed llegaba a un punto casi desesperante, recordó las palabras de Marco, “dentro de la casa te puedes mover con completa libertad” haciendo caso de aquellas palabras decidió bajar en busca de algo para beber, rápidamente se pasó el vestido por encima de su cabeza, bajó las escaleras con cautela para no hacer ningún ruido que delatara su presencia por la casa logrando llegar hasta la cocina sin que Marco lo notara. El sol apenas se veía aclarando en el horizonte, la cocina escasamente iluminada se veía rustica y antigua,pero con las comodidades modernas entre las que se encontraba una gran nevera en donde Sofía pensó que con seguridad habría algo para beber. En efecto, sin poder decidir que prefería del contenido de la neverala joven sacó una jarra de agua fría y una lata de Coca-Cola sin tener claro aún cuál de las dos tomaría primero, rápidamente pensó que tenía más necesidad de agua que de soda, colocó ambos sobre la mesa y buscó ayudada por la poca luz que entraba un vaso para poder calmar por fin la sed que le quemaba la garganta, revisó por todos lados encontrando ollas, platos y un sinfín de utensilios antes de encontrarlos.

La sensación del agua en su garganta fue gloriosa, Sofía nunca había sentido la sed producida por una resaca, luego del agua abrió la lata de Coca-Cola llevándosela a los labios, pero justo antes de saborear la bebida se detuvo al escuchar a lo lejos una mágica melodía que llegaba a sus oídos desde un lugar que no podía identificar. La melodía era claramente de un instrumento de cuerda, Sofía poco instruida en la música sospechó que se trataba de un violín; el instrumento era tocado por manos expertas, llenas de ternura y nostalgia que la llevaron a otra dimensión , las notas eran tocadas con una suavidad especial que acariciaban el alma adolorida de la joven como un bálsamo que aliviaba el dolor tan profundo que se había instalado en ella desde que llegara a esa casa en Rusia, llegó a pensar que quizá se trataba de duendeso hadas como los de los cuentos infantiles que sintieron su dolor y venían a consolarla.  Minutos después la música se detuvo devolviéndola a la realidad, la lata roja seguía entre sus manos intacta, su rostro estaba empapado en lágrimas, pero de alguna manera que Sofía no comprendía, se sentía mejor; el sol ya se había asomado y alguien se acercaba.




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