Delitos del alma

Capitulo 11

11-

La luna brillaba en lo alto del cielo, perseguía el auto en el que Marco viajaba vigilando cada kilómetro que recorría, a pesar de que no viajaba solo, ella era su única compañía, desde la parte de atrás, en el asiento trasero Marco la miraba casi pidiéndole una explicación a todo lo que le estaba pasando, quería respuestas a preguntas que él mismo no se atrevía a formular pero que su consciencia le gritaba insistentemente.

¿Por qué Gia? ¿Por qué debía estar enferma? ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar vivir el calvario de la negativa de ella a tomar sus medicinas? ¿Hasta cuándo tendría que vivir en esa soledad que le carcomía el alma al no poder compartir sus triunfos, sus fracasos, su vida con la mujer que amaba profundamente sin tener que cuidarse de alterar sus emociones? No quedaba de otra que reconocer por primera vez que el cansancio que sentía ante esa situación crecía peligrosamente; añoraba  a la esposa sana, alegre cuando debía serlo y que se molestar cuando realmente tuviera motivos pero que en ningún caso se excediera de los parámetros normales; se había comenzado a sentir hastiado de vivir con temor de que cosas como las de ese día  sucedieran más a menudo, que el simple hecho de una llamada lo pudiera tensar sus nervios hasta hacerlo alejarse de sus recién descubierta manera de escaparse de su realidad. Esto lo llevaba hasta otro terreno cuestionándose otra vez, ¿era tan grande lo que estaba sintiendo con esa nueva situación de poder sobre Sofía que Giannina podía pasar a un segundo plano en su vida? Nunca se había sentido incomodo o mucho menos molesto por que debía ir al lado de su esposa, ella estaba destinada a ser por siempre el amor de su vida, pero en él había nacido algo nuevo, algo que lo hacía sentir vivo, ese poder de saber que tenía el control completo sobre la vida y la voluntad de otra persona era energizante y no estaba dispuesto a renuncia, al menos no por ahora.

- Creo que se acerca un auto. – dijo Martina a su esposo mientras compartían una infusión en el recibidor.

- ¿Será Marco?

- Ojalá que sea él… -Martina posó la taza en la mesa frente a ella, se levantó para asomarse por la ventana – Sí, creo que es él.

Para cuando el auto se detuvo frente a la puerta de la casa, ya los padres de Gia estaban afuera para recibir al esposo de su hija, Martina fue la primera en acercarse.

- Marco, gracias a dios que ya estás aquí.

- ¿Cómo está Gia?

- No te preocupes. – se apresuró a decir Doménico – Ella está mejor, está dormida, pero venadentro hijo.

Los tres entraron, Marco dejó en el olvido todos sus pensamientos para enfocarse en su esposa preguntando cada detalle de lo ocurrido.

- No te angusties hijo, su madre y yo la atendimos, vino el doctor y dijo que ya todo estaría bien, fue sólo un ataque de ansiedad.

- Pero ¿Por qué, que lo causó? –insistió mientras ya iba escaleras arriba.

- Lo mismo de siempre Marco. – agregó Martina mientras le seguía los pasos – ansiedad. Es que te tardaste mucho en regresar…

- Nada Marco. – interrumpió Doménico reprochando a su esposa con la mirada – Sabes cómo es, ella simplemente se puso nerviosa no pasó nada fuera de lo normal.

Al llegar frente a la puerta de la habitación en donde descansaba Giannina, los suegros de Marco se despidieron respetando la privacidad del matrimonio.

- Buenas noches, hijo. – Dijo Doménico con marcado cansancio en la voz.

- Que descanses. – saludó Martina.

- Buenas noches.

Al despedirse Marco se preparó para entrar a la habitación, suspiró profundamente buscando fuerzas para lo que sabía que vendría, llanto, miedo, zozobra; para todo eso él tenía que servir de consuelo.

La habitación estaba a oscuras, Marco pensó en lo extraño que le había parecido siempre el hecho que de todas las fobias y temores a los que Gia debía enfrentarse, la oscuridad nunca había sido unproblema. Ella se veía prácticamente inmóvil, solo su pecho se movía suavemente al ritmo de su respiración. La misma luna que lo acompañara en su viaje hasta el lecho de su esposa iluminaba el rostrofemenino haciéndolo más pálido, casi sepulcral.Giannina se veía serena sumida en un sueño reparador. Marco dio pequeños y silenciosos pasos hasta la cama, con cada paso alejaba más sus pensamientos anteriores en donde ella representaba un peso para él, todas las preguntas que su consciencia le había gritado se acallaron dejando el espacio libre para el amor que su corazón hacia correr por cada centímetro de su ser, amor que esa mujer débil y enferma se había ganado hace muchos años desde cuando era prácticamente una niña.

Cuidadoso de no despertarla se sentó junto a ella, no quería perturbar el descanso tan necesitado por su mente, pero cedió al impulso de tocarla acariciando su rostro con infinita delicadeza; Gia guiada por instinto más que por la sensación en su piel comenzó a abrir los ojos lentamente, sus labios se curvaron de inmediato en una sonrisa tímida que reflejaba alivio y paz, sus brazos se alzaron pidiendo con humildad un abrazo protector, Marco no se hizo de rogar, la rodeó suavemente hasta atraerla a su pecho brindando el tan necesitado calor.

- Amore mío, giogia. (amor mío, mi alegría) – dijo Marco al oído de su esposa.

En repuesta solo hubo sollozos de alivio, mezclados con temblor en todo su cuerpo.  Su esposo ya había llegado, para Gia todo estaría bien.

- Estaba tan asustada…

- Asustada Gia, ¿de qué?

- ¡No lo sé!

Gia levantó la mirada para ver a Marco a los ojos, en ellas había dolor y desconsuelo.

- A ver, dime ¿qué pasó?

- Es que… fue sólo… - Gia suspiro en un intento por controlar sus emociones – Es que pensé que ya tardabas mucho en regresar. Yo quise creer que estabas muy ocupado con trabajo.

Marco asentía con la cabeza mientras escuchaba a su esposa acariciandole el rostro con suavidad.




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