Delitos del alma

Capítulo 14

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- Voy a redecorar la casa.

- ¿Cómo dices Gia?

- Dije que voy a redecorar la casa mamá.

La madre de Giannina dio un breve vistazo a su alrededor, el saloncito en donde se encontraban estaba hermosamente amoblado, era cálido y acogedor, sabía que era el sitio preferido de su hija en toda la casa, allí le gustaba pasa las tardes cuando estaba de humor para salir de su habitación.

- Pensé que te gustaba tal y como está, siempre dices que está en particular es tu habitación favorita, además compraste muebles nuevos hace poco tiempo.

- No me importa, quiero aprovechar que estas aquí. Tú me va a acompañar a escoger las cosas nuevas.

- ¿No vas a esperar a tu marido?

En ese momento entró Rosa luchando por cargar con eficiencia el servicio de tazas, tetera y platos con pastelillos para la merienda de las señoras, Martina prefirió callar ante la presencia del ama de llaves, así le daba tiempo de pensar en cómo manejar la conversación con su hija de una manera que no la alterara.

- Gracias Rosa. – dijo Gia pensativa.

- No se preocupe señora, solo quiero que se coma algo, un café con leche y unas galletas le caerán bien.

- Pero Rosa… - interrumpió Martina molesta – mi hija no debe tomar café, te dije que trajeras té de camomila. El café la pone nerviosa.

El ama de llaves no consiguió palabras para defenderse, Giannina hablo por ella.

- Yo le dije que trajera café.

- Pero Gia, el doctor dijo que…

- El doctor dijo nada. ¡Yo quiero café!

Martina sabía que no podía discutir con su hija, esa simple discusión ya había logrado que sus facciones se descompusieran amargándose en segundos.

- Está bien. Un café de vez en cuando no te hará daño. -dijo mirando tranquilizadoramente a Rosa que colocó la bandeja en una mesita cerca de ellas disponiéndose a servir – deja eso Rosa, yo me encargo.

- Está bien señora, voy a está en la cocina por si me necesitan. – dijo agradecida de poder salir de allí lo antes posible, sabía que su patrona podía tener una discusión con su madre en cualquier momento y esa posición de testigo a ella le incomodaba de sobremanera. – sólo le voy a decir que esas son las galletas que tanto le gustan señora Gia, la fui a comprar en la pastelería de don Luciano, esa queda más lejos que la de don Pedro y la señora Elena, pero sé que son las que más le gustan a la señora Gia…

- Gracias Rosa. Ya lo entendimos. – interrumpió Martina – cualquier cosa te aviso.  

- Si, pero quería que se diera cuenta de que traje las de Almendras que…

- Está bien Rosa, por favor déjanos solas.  – explotó.  A Martina se le hacía siempre muy difícil lidiar con la siempre interminable catarata de palabras de la empleada de Giannina.

Rosa calló de inmediato comprendiendo que a ninguna de las dos le interesaba lo que ella tenía para decir, miró a Giannina y al ver que ella perecía no haber escuchado nada más que la voz en su cabeza, simplemente se retiró lo más aireada que pudo.

- Con permiso. – dijo finamente dejándolas solas de nuevo.

Giannina observó a su empleada salir de la habitación, aunque parecía estar en otro mundo estaba consciente de lo que había sucedido.

- No está bien que la trates así.

- Es que me aturde con tanta habladuría. Más tarde la busco y le pido disculpas. Ahora, sígueme contando.

- ¿De qué madre?

- Me contabas de tus planes para cambiar algunas cosas en la casa. – dijo tomando una galleta del plato para ofrecerla a su hija.

- No quiero.

- ¿Por qué? Están deliciosas.

- No quiero madre, es todo.

- Gia, no puedes seguir así. Desde que estoy aquí casi no te he visto comer. ¿Qué le voy a decir a tu esposo?

- Que, si quiere que me vuelva el apetito, tendrá que venir él. Ya me tiene cansada con tanto viaje.

- Pero, él está trabajando Gia. – agregó mientras endulzaba el café de su hija para dáselo en sus manos.

Giannina tomó la taza agradeciéndola con un leve movimiento de cabeza.

- No me importa. No quiero que siga viajando como lo ha hecho en las últimas semanas.

- Pareces una niña pequeña Gia.

- ¡No soy una niña madre!

Giannina estaba profundamente ofendida, sus ojos se pusieron brillantes, líquidos por las lagrima que amenazaban con salir.

- Lo sé hija, lo sé. – se apresuró a decir Martina rogando al cielo que no fuera demasiado tarde para evitarle una crisis de llanto – Fue sólo un decir… Ahora sígueme contando que es lo que quieres hacer en tu casa.

- Todavía no lo sé. – dijo cambiando súbitamente de humor- quiero sorprender a Marco. ¡Quiero que cuando él llegue consiga todo diferente!

- Pero para eso necesitaras mucho tiempo, Marco no tardará, más de unos días en volver.

- ¡Yo lo voy a hacer!

Martina comenzó a sentir lastima por su hija, su repentina ilusión de sorprender a su marido con empresas imposibles, su modo de hablar, sus gestos y más que nada su mirada pedida delataban su falta de cordura.

- Está bien cariño, te voy a ayudar en lo que pueda. Escogeremos el color de las paredes, los muebles, todo lo haremos nuevo. ¿Ya pensaste en que color quieres las paredes?

- Las quiero verdes. – afirmó rápidamente.

Martina miró sorprendida a su hija, sabia lo mucho que ella detestaba el color verde.

- Pero el verde no te ha gustado nunca.

- Pero ahora sí. – dijo con los ojos abiertos como platos – Quizá es eso lo que debo hacer. Cambiarlo todo.

- Pero… ¿Pintar de verde?

- No madre, no solo eso ¡cambiarlo todo!

- Gia no te entiendo amore.

- ¡Sii! – gritó eufórica – cambiarlo todo, cambiar la casa, cambiar mis gustos. ¡Todo!

- Tus gustos son perfectos hija, y la casa la remodelaste el año pasado. Entiendo lo de cambiar algunas cosas, pero ¿todo?




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