Demons (libro 3. Batalla Final)

Últimos acontecimientos

La noche de los hechos y antes de que los nephilims entraran en batalla y mientras Araxiel se ocupaba de los que habían resultado heridos en la escaramuza que había tenido lugar en la propiedad de Samael, Devriel sujetó el brazo de su hermano.

 

  • Kami, tienes que ayudarme – dijo en tono angustiado

 

Kamiel era el mayor de los hijos de Araxiel, de manera que siempre se había visto en la ingrata tarea de cuidar del incordio que tenía como hermano menor. Sin embargo, y  a pesar de que alguien pudiese pensar que le molestaba por la forma en la que se peleaban cada vez que se veían, no había nada más alejado de la realidad, pues Kamiel adoraba a sus dos hermanos, pero estaba seguro que si tuviese una moneda por cada vez que Devriel le decía aquello, con seguridad habría podido llenar varias bóvedas del sótano, pero aunque la mayor parte del tiempo se trataba de sacar a la criatura de los líos en los que se metía por causa de su caótico comportamiento, él se preocupaba lo mismo al escucharlo y se olvidaba de reñirlo por llamarlo Kami.

 

  • ¿Qué sucede?
  • Se trata de Maureen y Tony
  • ¿Y esos son…?
  • Son mis amigos, pero más importante que eso, son amigos de Lil

 

Kamiel entendió con rapidez la preocupación de su hermano, pero aquella era una decisión que no podía tomar él sin la  debida autorización de un caído, ya que aquellas personas no eran nephilims. Era verdad que en ocasiones ellos intervenían en pequeñas situaciones que involucrasen a los mortales, pero cualquier acción mayor debía ser autorizada por uno de los Nueve; lógicamente y en su caso, siempre recurría a Heylel. Sin embargo, en aquel momento le parecía improcedente acudir a él para preguntarle cualquier cosa, así que como su propio padre estaba muy ocupado, decidió planteárselo a Limeriel quien naturalmente dio su autorización, porque en cualquier caso, Heylel le acababa de decir que se ocupase de aquello.

 

  • Pero no los traigan aquí
  • ¿Y dónde los llevamos? – preguntó Kamiel
  • ¿Por qué? – preguntó Devriel a su vez
  • Dev, sabes que Maureen es un poco… exaltada, y en el caso de Tony, y aunque es más racional, nos considera un peligro, de modo que estando las cosas como están con Lil, es mejor que no estén cerca de ella.
  • Pueden llevarlos a mi casa en Toulouse – dijo Armeriel – Allí estarán seguros

 

Devriel se lo agradeció y partió en compañía de su hermano y de Enamel, pues sabía que de ningún modo lo dejarían ir solo y era eso lo que en primera instancia lo había llevado a pedirle ayuda a Kamiel.

 

Con Maureen no hubo problema y de hecho como diría la chica más adelante, con aquellas preciosuras de hombres, habría ido a cualquier lugar. Tony por su parte sí dio todos los problemas del mundo, y Kamiel, que era poco paciente, estuvo a punto de asestarle. Pero finalmente lograron ponerlos a salvo en la propiedad de Armeriel.

 

  • ¿Vives…aquí? – preguntó Maureen a Devriel
  • No, esta es la casa de un amigo
  • ¿Casa? ¿En verdad llamas casa a esta monstruosidad? – preguntó Tony
  • Escucha amigo, no sé si solo estás molesto o si tienes mal carácter, pero sugiero cuidar los calificativos si existe la posibilidad de que el dueño de esta monstruosidad te escuche – le advirtió Enamel

 

El comentario de Tony obedecía a que de ninguna manera un Castillo, y menos uno de aquellas dimensiones, podía calificar en el renglón de casa; y el de Enamel, a que Armeriel le habría cortado la lengua a quien se expresase en aquellos términos de su hogar. Como ya se dijo, Armeriel descendía de los fundadores de la dinastía merovingia, y aunque la mayor parte del tiempo residía en Italia, no era porque no amase su hogar, sino porque aquel chico parecía vivir únicamente para defender y proteger las que seguía considerando sus propiedades y a sus habitantes, y las mencionadas propiedades abarcaban varias naciones europeas que en el pasado pertenecieron por derecho de sangre a Thierry, su progenitor. Por lo anterior, y aunque no residía de forma permanente en el Castillo de Saint-Pierre, no por eso se mostraría más dispuesto a escuchar comentarios como el que acababa de hacer Tony.

 

 

 

La situación de Samael se presentaba complicada, porque ocultarle lo sucedido a Nael, era aparte de problemático, peligroso y no precisamente para él, pues fuera de un seguro y horroroso pleito, Nael no podía hacerle nada en realidad.

 

Satanael, y como era lógico, odiaba por principio a cualquier ángel, tanto a los que seguían donde debían como a los caídos, pero como no era estúpido, en cuanto se enteró de la disensión, trabajó con ahínco para atraerse la atención de los disidentes, y consideraba uno de sus mayores triunfos haberlo conseguido y no solo a unos cuantos caídos, sino también a uno muy poderoso y peligroso como Samael, algo de lo que se vanagloriaba tanto como podía. Sin embargo, o bien Nael era un excelente mentiroso, y lo era, o había superado en parte su antipatía al menos por los caídos que ahora militaban en sus filas, y en el caso de los descendientes dependía más que todo de su origen, primero que nada, pues si el padre era especialmente problemático, con seguridad los retoños no serían mucho mejores; lo otro a tener en cuenta era su poder, pues de eso dependía que los encontrase más o menos útiles; y por último, que fuesen susceptibles a ser seducidos.




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