Ally se colocó los pendientes con cuidado, mirándose en el espejo de cuerpo completo y notando que se veía más delgada que hace años. Continuaba viviendo en la casa que en algún momento fue de sus padres, misma casa que ahora le pesaba tan solo tenerla. Cómo sería la dama de honor de su amiga Nancy ese día; no podía dejar pasar la oportunidad de verse bien.
Recogió algunas cosas y tomó un taxi que la llevaría al lugar donde se celebraría la boda y en lo único que pensó es que vería de frente a Druso después de tantos años. Porque sí, él era el hermano del novio y eso la tenía nerviosa a más no poder.
—Hola. —Ally entró al vestidor donde ya se encontraba su amiga—. Dios, te ves preciosa.
—Y eso, que todavía no terminan conmigo —Nancy tomó un pañuelo—. Hoy me siento como toda una persona de la realeza.
—Ya me imagino y más con esos padrinos que te conseguiste —bromeó—. Sin duda alguna, te mereces este día.
—Creo que sí —su amiga suspiró—. Tú te ves triste…
—No es nada, es que me acordé de algo, no te preocupes —sonrió a medias—. No pienses en nada más, es tu día, tu boda y es lo que cuenta, ¿estamos?
—Sí, está bien.
Se quedó con Nancy hablando de temas triviales, de cómo estaban los vuelos esos días y de que se esperaba que pronto quedara embarazada de su primer bebé. En un punto, tuvo que salir de la habitación para darle el espacio que ella requería para arreglarse. Entonces, ahí lo vio; Druso se encontraba junto con otro hermano del novio al otro lado del salón, vistiendo de lo más elegante posible.
Nunca dejó de buscar información de él en las páginas de chismes, mucho menos dejó de buscarlo para saber a qué se dedicaba. Por inercia, se llevó ambas manos al vientre, donde albergó durante meses a su pequeña, que falleció esa fría noche de invierno y que le hubiese encantado que conociera a su padre.
—¿Te encuentras bien? —Sariel le tocó el brazo—. Estás pálida.
—Estoy bien —Ally apartó la mirada de Druso—. Recordé algo de hace años, es todo.
—¿Un viejo amor? ¿Hay alguien conocido aquí? —indagó su amiga—. ¿Quieres ayuda?
—Nada.
Sariel no hizo más preguntas y solo le costó esperar a que todo iniciara en la ceremonia. Sería lo más difícil que haría en toda su vida, porque aparte de acosarlo en las redes sociales, siempre era con el corazón en la boca por si él aparecía en compañía de alguna mujer, pero conociéndolo, quizás ya tenía todo en secreto.
Ally lo siguió con la mirada; incluso lo vio llevar a una niña en brazos y supuso que era hija de alguien. Se echó aire con la mano, y luego apretó los puños cuando vio que Celia llegaba con su esposo. El odio que le tenía a esa mujer era tanto que deseaba su muerte de una manera tan dolorosa que nadie la recordara, ni siquiera su propio esposo.
No creía en el supuesto cambio que estaba teniendo y menos cuando por su culpa perdió a sus padres de esa forma tan cruel, y nadie le quitaba de la cabeza que formó parte de ese accidente que tuvo hace años.
Fueron llamadas las damas de honor para hacer su entrada. Se dio unas palabras de aliento; las necesitaba y más cuando lo vio entrar desde la distancia como uno de los acompañantes del novio.
—No llores, por favor —se dijo a sí misma.
De una en una fueron entrando al lugar y forzó una sonrisa mientras caminaba al altar para colocarse en su sitio correspondiente. No obstante, el esfuerzo que hizo para no mirarlo fue tanto y supo que hasta Celia la reconoció y posiblemente Azriel lo hizo. Nancy entró unos pocos después vistiendo su hermoso vestido y todas las miradas se posaron en ella o al menos así pensó, ya que Celia no dejaba de verla o a la otra amiga de Nancy… Yilda.
Meses atrás, esa misma mujer quiso hacerle lo mismo a su amiga Nancy, pero como ella tenía al que ahora se estaba convirtiendo en su esposo, la historia es otra.
Horas más tarde, ella nuevamente entró a las redes sociales y vio las historias de Druso, felicitando a su hermano, pero nada de que estuviera en compañía o algo parecido.
—Ally —escuchó a Celia llamarla—. ¿Podemos hablar un momento?
—No —dijo con seguridad y vio que ella se encontraba junto a su esposo—. Es la boda de mi mejor amiga, no quiero saber nada de ti.
—Serán unos minutos —pidió.
—Después de lo que me hizo, me pide unos minutos —apretó los puños en el vestido—. Usted es una escoria y su esposo lo es más porque solapó todo lo que hizo durante años y se hizo el ciego —negó con la cabeza—. Les invito a que se alejen de mí, porque nada de lo que digan me regresará lo que perdí esa noche.
—Es que…
—Nadie me quita de la cabeza que tuviste mucho que ver en ese accidente, Celia —rio con sarcasmo—. Ahora bien —se cruzó de brazos—. Habla, voy a escucharte.
Celia le hizo una seña para que se alejaran de las personas; sin embargo, ese hombre se mantenía a una distancia prudente por si algo se salía de control.
—Como madre, pensé que hacía las cosas bien por mis hijos —comenzó diciéndole—. Jamás imaginé que en algún momento esto se saldría de control.
—Se salió tanto de control que perdí a mi hija una noche y Druso sigue creyendo que yo le fui infiel ese día —su voz temblaba—. Hiciste tanto daño, que no vale la pena perdonarte.
—Druso puede escucharme…
—¿Cómo lo hicieron tus otros hijos? —se burló—. Hazme el favor, Celia, y ahórrate la humillación de verme pisotearte.
—Yo no tuve que ver con el accidente que dices —ella negó con la cabeza—. No sé nada de eso, me enteré ahora porque lo dijiste y no tenía idea de que estabas embarazada de mi hijo.
—Ya no vale la pena, porque tuve que enterrar a mi hija —miró por unos segundos el techo—. Olvídate de mí, porque yo hice eso contigo hace mucho tiempo.
La hizo a un lado y se integró a la celebración. Sus manos temblaban y no cabía duda de que esa boda no estaba saliendo como quería. No debía arruinarle el día a su amiga; sin embargo, ver a su ex nuevamente era demasiada emoción por un día.