Desastre en el hielo

3. Stalker

«Ella estaba limpiando las mesas para recibir a los clientes de esa hora del día cuando escuchó el sonido de las campanillas de la entrada sonar y de ahí se dejaron ver varios hombres que le pusieron en alerta. Eran muy altos, demasiado fornidos y parecían ser bestias con cara de corderos. Como no le tocaba atender clientes por el momento, dejó que sus compañeros se alistaran para hacer las cosas.

Bajó las sillas de sus respectivos lugares y las colocó en el piso, sintiendo en su cuerpo la mirada de alguien. No se atrevía a mirar en dirección a esos chicos, por lo que prefirió mejor no girarse hacia ellos en ese momento.

—Se te necesita en la cocina —le informó el chico detrás de la caja—. Vienen más personas y los reservados no ayudan mucho, que digamos.

—Está bien —Ally asintió—. Avísame cualquier cosa.

Ella entró a la cocina para ayudar en lo que podía mientras los pedidos iban en aumento. Esperaba poder llevarse buenas propinas ese día para poder pagar la renta y pagar la inscripción del curso de azafata que se había abierto hace poco. Estaba por cambiarse el delantal por uno más cómodo cuando entró el gerente buscándola.

—No hay personal que atienda a algunas mesas —el gerente la miró con pena—. Por favor, a esa mesa lo antes posible.

—Está bien…

Con un suspiro miró la mesa que todavía no había sido atendida y no sabía por qué, pero su corazón comenzó a latir con bastante fuerza. Eran esos jugadores de hockey que a su padre le gustaba ver.

—Buenos días —ella llegó con su libreta y sonrió de manera ensayada—. ¿Ya saben lo que van a ordenar?

—A ti… —dijo un chico tratando de sonar coqueto y ella enarcó una ceja mirándolo—. Eres muy hermosa…

—Y es una lástima que ya este plato tiene dueño que se lo coma —Ally le guiñó el ojo—. Díganme qué va a comer, por favor…

—Acabas de romperme el corazón —el chico se llevó una mano al pecho—, pero me gusta tu sentido del humor… así que quiero la orden tres…

Se giró hacia los otros y pensó que su corazón se iba a salir del pecho cuando sus ojos se posaron precisamente en el hombre que había visto antes en un anuncio de internet. Trató de que su corazón no se le saliera del pecho, pero le era imposible. Les dijo que iría en unos minutos con sus órdenes y se marchó rumbo al mostrador.

Continuó ayudando a la persona y, como si el mundo estuviera en su contra, se filtró en la prensa que ahí estaba comiendo uno de los mejores equipos de hockey de Estados Unidos. Muchos fanáticos llegaron a ver qué pasaba o si era cierto que ellos estaban ahí. Ally lo único que quería era que su turno al fin terminara para poder irse a su casa.

Muy entrada la noche, estaba ayudando a sus compañeros a organizar las mesas, recordando que esos chicos, uno en particular, le llamó más de la cuenta la atención; era ese tal Druso. Negó con la cabeza, puesto que ese hombre parecía ser el ser más prohibido del universo y lo que menos quería era tener que lidiar con personas locas.

Estaba fuera de la cafetería esperando un taxi que llamó, cuando un auto se paró frente a ella, el cristal del asiento del copiloto bajó y su corazón comenzó a palpitar con fuerza al reconocer a la persona en el asiento del piloto.

—¿Quieres que te lleve?»

Ally entró a las redes sociales de Druso, entre las más antiguas y las más nuevas, y no había nada ahí que lo pusiera en evidencia. Incluso, las fotos que él había subido en sus años de noviazgo, donde su rostro siempre se encontraba oculto, fueron eliminadas. No le echaba la culpa, según sus ojos, ella, la novia infiel que jamás lo quiso.

—¿Qué estás haciendo? —Sariel le pasó una limonada—. ¿Ese es el hermano de Niklas y Azriel?

—Sí, es Druso —ella asintió buscando más fotos—. ¿Sabías que tiene una hija?

—Le pregunté a Yilda y me dijo que la pequeña es adoptada. —Su amiga se sentó a su lado—. No sé mucho, pero que es su hija, lo es.

—Pensé que en Estados Unidos era imposible adoptar si no eras casado y como él es un jugador…

—Para muchos no es imposible eso —Sariel se encogió de hombros—. Supongo que Druso conoce y sabe mejor que nadie las consecuencias de lo que hace y por eso decidió adoptar —la miró—. ¿Por qué tanto interés en él?

—Su hija —respondió con sinceridad—. Me dijo mamá…

—Vaya, siento un déjà vu con esto…

—Joshua y Yoman —Ally completó—. Estos niños, cada día que pasa, le buscan un novio distinto a sus padres…

—Bueno, tengo que decirte que tiene toda la razón…

Ambas fueron llamadas de inmediato para abordar. Nancy estaba de vacaciones por su luna de miel, al igual que Niklas. Sin embargo, para nadie era un secreto que Niklas tenía sus influencias por donde sea y que, si por él fuera, Nancy nunca trabajaría de azafata.

Le tocaba ese día hacer uno de sus vuelos hasta los Estados Unidos, sin queja alguna.

—Si hubiese sido Nancy, no tomaría este vuelo por nada del mundo —murmuró colocándose el cinturón de seguridad—. Odia los vuelos así de largos.

—Ni Niklas tampoco —bromeó Sariel a su lado—. Es de esos vuelos en los cuales ni quieres mirar hacia otro lado.

—Exactamente.

Por la ventana pudo ver cómo poco a poco el avión dejaba de estar en tierra y el paisaje iba cambiando lo suficiente como para saber que en cualquier momento algunos pasajeros entrarían en shock.

Buscó el carrito que contenía la comida y se dispuso a pasar entre todos los asientos para entregarles aperitivos que fueron preparados para todos ellos.

—Ally —la llamó Sariel y dejó de cortar algunos panes—. ¿Puedes ir tú al área de primera clase? —suspiró—. La imbécil de Lucía se cortó, no sé qué cosa, y anda haciendo un escándalo.

—Está bien —dejó lo que estaba haciendo.

Vio a Lucía chillar y parecía ser más una novela barata que otra cosa. Aunque, se encontró extraño que su amiga le estuviera pidiendo tal cosa, que fuera a atender a esas personas, pero no hizo muchas preguntas. Ya el carrito estaba listo y, por lo que pudo ver, tampoco es que estuvieran muchos pasajeros en esa área en realidad.




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