Desastre en las nubes

1. Los primeros buenos días

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«Había cometido un pecado, uno muy, tanto que su mente solo estaba pensando en una cosa, en huir lejos de todos. Arropó con cuidado a la pequeña vida que estaba llorando en sus brazos, dándose cuenta de qué ya no había vuelta atrás.

Tenía un nuevo nombre y un bebé en brazos. Lo peor de todo eso, es que ni siquiera era su hijo biológico, si no un niño que acababa de robarse de un orfanato que lo iba a usar para llenar de alegría a una familia rica sacándole sus órganos sanos, puesto que el único defecto que tenía ese bebé, era su corazón.

— ¿Está bien, señora? —le preguntó el taxista, mirándola por el retrovisor—. Se ve tensa.

— Sí, señor —asintió hacia el hombre, y luego miró al bebé—. Todo está perfecto»

Nancy cruzó los brazos en su pecho viendo cómo su hijo de apenas cinco años sonreía enormemente como si nada. Había pasado por tantas cosas a lo largo de los años, que le daba igual todo. Mientras Joshua estuviera con ella, sería la mujer más feliz del mundo. Le costó un montón tener que lidiar con el síndrome que padecía su retoño, puesto que aparte de su enfermedad cardíaca, debía vivir con un niño genio bajo su mismo techo. 

Aunque le pagaban bien como azafata, a duras penas podía con las deudas de su hogar, aparte de eso, solo tenía a una amiga que había pasado por algo drástico en su vida de igual modo. Era unos años mayor que ella, era indispensable la unidad que ambas tenían por su pasado. Ninguna juzgaba a la otra, nunca lo hacían y era lo mejor que podía haber pasado.

 Se llevó una mano al cuello, cuándo sintió un pequeño malestar. Recordar todos los pecados que cometió en su momento la dejan aún peor que antes. 

— Me iré —su mejor amiga, la cual le tendió la mano cuando lo necesitó, salió de la habitación—. Lamento no poder quedarme con él. Tampoco puedo llevarlo a la guardería del hospital.

— Descuida —Nancy espantó las palabras—. Debí suponer que pasaría algo como esto y no te preocupes, lo dejaré en la guardería del aeropuerto —fue hasta la cocina—. Puede quedarse ahí. Tengo dos vuelos cortos y mañana no creo que tenga que trabajar. 

— En verdad estás de suerte que no te toque por un día estar cerca de Niklas —Yilda buscó la lonchera—. Recuerda las citas médicas. Una de las dos debe ir lo antes posible.

— Serán más y más medicamentos para Joshua —puso los ojos en blanco—. No tengo tanto dinero para seguir gastando como necesito —se rascó el brazo—. Ve, de igual manera, no creo que Joshua termine sus labores aquí.

— Llámame cualquier cosa, mi turno es de cuarenta y ocho horas —Yilda besó sus mejillas con simpatía—. Pequeño desastre —llamó al niño, el cual estaba dibujando—. Ya no le des más dolores de cabeza a tu mami, sabes cómo se pone cuando está estresada. 

— Mamá dijo que soy un desastre bonito y que nunca hago nada malo —Joshua se dio la vuelta hacia ambas mujeres—. Adiós, tía. 

— Adiós —Yilda se agachó para darle un beso en la frente—. Toma tus medicamentos, pasarás todo el día sobre las nubes, siendo un desastre. 

— ¿Voy a subirme a un avión? —preguntó esperanzado—. ¿Sí, mami?

— No, no vas a subir a un avión, porque tu tía está loca —miró con seriedad a su amiga—. Ella ahora solo anda diciendo cosas sin sentido. No le hagas caso. 

— Rompes mi corazón —Yilda hizo un puchero—. Bye, tengo que ir a salvar vidas por culpa de mi jefe.

— Cuídate. 

Yilda salió de la casa, y ella fue a buscar su maleta con el equipaje. Estaba lista desde hace un buen rato, únicamente esperaba en transporte qué la llevaría hasta su destino.

— Mamá —Joshua tomó su mano cuando salieron de la casa—. ¿Por qué no te agrada Niklas?

— Le rompió el corazón a mamá y porque no se mete con personas como nosotros —levantó la mano hasta el hombre del taxi—. Descuida, no lo verás allá, porque me haré cargo de que ese hombre no te vea. 

— Yo sí quiero conocerlo —Joshua hizo un puchero—. Por favor…

— Joshua, soy tu madre y si te digo que no, es que no —abrió la puerta trasera del auto, en lo que el hombre le llevaba la maleta al maletero—. Sube, es un vuelo un poco largo…

— Bien, mami —su hijo hizo un puchero—. Es el mismo hombre de siempre —le susurró a su madre—. Hola, señor Lerman.

— Hola, Joshua —el chofer mostró una sonrisa agradable—. Desde hace años, soy el único que ves.

— ¿Y no estás casado? —indagó el pequeño—. Mi mamá está soltera. Mi papá murió —comenzó a decirle—, pero a ella le gusta alguien más.

— No digas eso —le dio unos golpecitos suaves en la boca—. Lo lamento, señor. De seguro debe estar harto de que en los últimos cinco años esté escuchándolo hablar sobre cualquier cosa.

— No se preocupe. Me parece gracioso escucharlo hablar como todo un adolescente —el taxista le ayudó a entrar—. Es un niño muy inteligente.

— Demasiado que me tiene más pobre cada día que pasa —le puso el cinturón de seguridad—. Usted siempre está disponible para mí, cada vez que llamo al centro de taxis, me lo mandan…

— Eso sonó muy latino —el hombre entró al auto—. Por alguna razón, siempre estoy cerca o llegando.

— Entiendo —Nancy observó el camino que se iba perdiendo—. Vivir en este país es algo de locos. Actualmente, se ven un montón de cosas.

— Sí, y más con todas las cosas que están pasando —Lerman los miró por el asiento retrovisor—. Tengo entendido que son las vacaciones de verano las cuales están a la orden del día.




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