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EL FLAUTISTA REPTIL
Acerca de los extraños eventos que sucedieron en la vida de Lily…
Los días siguientes, las tortugas empezaron a apoderarse de Villa Gris. Cierto que esto no era un mal tan grande como los que acostumbraban azotar Villa Gris, e incluso, la gente de fuera diría que con el tiempo es posible congeniar con las tortugas y vivir cómodamente con ellas. ¿Por qué era esto un problema entonces? Cualquiera pensaría que las tortugas se encontrarían entre algunos de los animales más inofensivos que podrían invadir una ciudad, con sus caparazones que las hacen lentas y su dieta a base de algas e insectos, pero la realidad en Farland era otra: las tortugas de fuego provocaban incendios, las tortugas de hielo congelaban las carreteras y provocaban accidentes; en las calles todo el tiempo se podían ver tortugas de todos tamaños, formas y colores invadiendo las casas, robando la comida de los restaurantes, comiéndose las jardineras y mordiendo a cualquiera que pasara desprevenido cerca de ellas. Por si esto no hubiese sido suficiente, la gente de Villa Gris no era muy fanática de las tortugas, y menos aún desde el día en que un ejército de monstruos parecidos a tortugas había intentado someter a toda la ciudad.[1]
La cosa empeoró aún más cuando a las tortugas se les unieron los lagartos y las lagartijas.
–¡Auxilio!– gritó el señor Bernstroom el día que un grupo de lagartos se metieron en su local de carnicería –¡Alguien ayúdeme!
–¡Tranquilo!– gritó el Defensor Joe Sislock, acudiendo al rescate –¡Ya estoy aquí!
La verdad es que Sislock había demostrado ser un miembro valioso del equipo de los Defensores combatiendo amenazas extraterrestres y ninjas, pero no tenía idea de qué hacer frente a un grupo de lagartos.
–No puedo golpearlos, porque son criaturas protegidas por la ley de Farland– meditó –pero no puedo dejar que se queden en la ciudad y hagan los destrozos que ellos deseen. ¡Lo tengo!
Haciendo uso de su velocidad incrementada, tomó un barril de carne y lo llevó afuera. Los lagartos observaron curiosos cómo arrojaba los pedazos de carne de Platybelodon[2] al piso y estos lo seguían gustosos, directo a la salida.
Cuando los monstruos, lagartos farlandianos (de al menos 8 metros de largo) estuvieron fuera del local, Sislock y Bernstroom entraron y cerraron la puerta.
–¡Listo!– exclamó triunfal –¡He salvado la carnicería!
–¡A costa de un barril de mi mejor carne!– murmuró el molesto vendedor –¡Yo pude haber hecho eso!
Lo cierto era que la amenaza de los reptiles estaba lejos de terminarse, y los esfuerzos por limpiar el bosque para que regresaran a su hábitat se habían tornado más lentos de lo que se había esperado en un principio.
Esa mañana Célery, acompañado de sus discípulos Curley y Draknov, así como de su hija Elizabeth, se reunieron con el ministro de Tecnología Villagricense, el señor Douglas Montmorency, para tratar el asunto de la limpieza del bosque.
–Me gustaría saber qué se ha hecho, señor Douglas– comenzó el caballero –Ya han pasado 3 días y aún no se han enviado las máquinas con lluvias descontaminantes al arroyo del bosque.
–Estimado Célery– respondió el ministro –Me temo que será imposible hacer algo con las máquinas de clima para solucionar el problema de la contaminación del arroyo.
–¿A qué se refiere?
–Se lo explicaré en un momento. Por favor, acompáñeme.
Los Defensores fueron escoltados a una sección del Instituto de tecnología de Villa Gris que estaba destinado al turismo. Se trataba de una especie de museo. Continuaron acompañándolo hasta llegar a lo que parecía ser una vitrina donde reposaba una máquina plana y redonda, rodeada de engranes tanto por fuera como en su interior.
–¿Sabe lo que es este objeto, caballero?
–Si mal no recuerdo mis clases– respondió –se trata de la primera máquina reguladora de clima.
–¿Sabe qué edad tiene?
–Aproximadamente veintitrés millones de años– respondió Curley –Es casi tan antigua como la misma especie farlandiana.
–Así es– continuó el ministro –La primera máquina de clima fue diseñada aproximadamente hace 13 millones y medio de años antes de la Guerra del ADN, por genios desconocidos del pasado. ¿Tiene idea de cuándo fue construida la máquina más moderna?
–Antes de la Guerra Nimbólica,[3] hace unos 9 millones de años.
–Exactamente– respondió el ministro –dos millones de años después de que se descubrió cómo prolongar indefinidamente la vida de las máquinas, lo que implica que en todo ese tiempo no ha sido necesario reparar, dar mantenimiento ni construir más máquinas reguladoras de clima.
–Puedo deducir, por lo que están intentando explicarnos– dijo el caballero –que no tienen idea de cómo controlarlas.