Desastre TÓxico

3. LEVIA MAXIMUS

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LEVIA MÁXIMUS

Acerca del encuentro entre el Caballero legendario y el rey del mar…

 

Al tiempo que Lily vivía todas aquellas aventuras en Villa Olivo, Abraham y yo, en el colegio Jimstine, empezábamos a ponernos más activos en la lucha por la restauración del bosque de Farland.

Durante los días que se había ausentado nuestra amiga, se habían incrementado mucho los proyectos de ayuda al medio ambiente. Abraham y yo habíamos ido dos veces a ayudar a limpiar el arroyo, al igual que muchos seres en Farland, aunque eso no había hecho avanzar mucho el proyecto.

–Me encuentro aquí, en el arroyo del bosque de Farland, para reportar la situación en la que se encuentra el proyecto de restauración– dijo el hombre del noticiero –Como pueden apreciar, son muchos los que ya se han sumado a esta labor voluntariamente, aunque no parece haber muchos progresos.

Quienes habían sumado más manos al proyecto, por supuesto, eran los duendes y gnomos del lugar, que al verse despojados de la carne de tortuga en su menú, se habían dado cuenta de la importancia que tenía la limpieza del arroyo lo más pronto posible. Otros menos afectados, aunque de buenas intenciones, como nuestros amigos Déxter Finger, JL Bogart y Lynch Bernstroom, se habían unido a la causa, pero aún con ellos la tarea de ponerse un traje anti radiación y recoger residuos de monstruos tóxicos no era en absoluto agradable.

Quienes eran menos numerosos, pero aportaban la ayuda más valiosa eran los Robots constructores que ponían sus manos de palas y remolcadoras a la obra, recogiendo grandes cantidades de residuos en el proceso.

Se trataba de una ardua labor, pero aún así, era mejor que la clase de Leyes. El profesor Hatman había prometido exentar con una E a cualquiera que participara en el proyecto de limpieza, lo que explicaba por qué se habían unido casi todos los que habían salido mal en el examen.

La profesora Jizmark también nos había prometido puntos extra en la materia de Ejercicio si aceptábamos participar como voluntarios, lo que era bastante tentador después de nuestra derrota de la semana pasada contra el equipo de los “Rascahueles”, y la de aquella semana contra el equipo femenil de “Las Damas Serpientes”. Habíamos iniciado el mes con una muy mala racha.

–Según el marcador– leyó Abraham –Llevamos 5 partidos jugados, de los cuales hemos perdido 4.

–¿Qué tan malo es eso?– preguntó JL.

–Los equipos que pierden 5 partidos son eliminados de la competencia– le respondió Irand Mortz.

–No está todo perdido– dijo Abraham –Nuestros rivales de la próxima semana serán “Las Corderas”, que también han perdido 4 partidos. ¡Ánimo, equipo! ¡Tenemos posibilidades de ganar!

Debo admitir que el hecho de que el equipo se llamara “Las Corderas” no era tan alentador después de haber sido vencido por el equipo de “Las Hadas”. La verdad era que habíamos tenido una racha terrible contra todos los equipos femeniles, y aún no encontrábamos el motivo de esto.

–Las chicas son anatómicamente más ligeras– opinó Lynch Bernstroom –Es de esperarse que sean más rápidas, pues su cuerpo se desarrolla de manera diferente.

–Aún así no tiene sentido que alguien sea más rápido que Abraham– exclamó Irand Mortz –¡Es ilógico!

Aquello también era verdad. Después de todo, mi amigo era un héroe que luchaba por la justicia, y era uno de los pocos farlandianos que habían sido bendecidos con una velocidad prodigiosa y superior a la de sus compañeros. ¿Cómo era que con individuos rápidos como Abraham, y o extremadamente fuertes como Rocko Appleby, nos derrotaban equipos femeniles compuestos de niñas de 8 y 12 años?

–Jaime– me llamó el profesor Hatman –¿Te molestaría ayudar a esos señores con esos botes de basura?

–En seguida– le respondí, y fui a ayudar a dos hombrecillos de barbas largas, ropas coloridas y gorritos puntiagudos que resultaron ser gnomos. Estos diminutos personajes, a diferencia del resto de la ayuda, no utilizaban trajes anti radiación y no parecían necesitarlos.

–¡Vaya!– exclamó uno de ellos, bastante acalorado –¡Qué labor tan agotadora!

–Sí– respondió el otro ancianito mientras yo le ayudaba a cargar el contenedor –¡Y pensar que si aún tuviéramos al Unicornio con nosotros, podríamos limpiar este lugar en diez segundos!

–¡Ya vas a empezar otra vez con esa tontería!– le reprendió el otro gnomo –¡El Unicornio no existe!

–¡Claro que sí!

–¡Claro que no!

–¡Claro que sí!– repitió, y me volvió a ver –¡Díselo, muchacho!

–¿Decirle qué?– volteé de inmediato, pues no había prestado atención a las palabras de ninguno de ellos.

–Dile que el Unicornio es real.

–¿Qué es un Unicornio?

–¡Ja! ¿Lo ves, Palco? El niño ni siquiera sabe de qué hablas. ¡Unicornios! ¡Eres un lunático!




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