Los cascos de los caballos resonaban sobre las viejas baldosas de la entrada. En aquellas ruinas, de lo que alguna vez fuera un imponente santuario, ahora solo quedaba el techo sepultado entre escombros y rocas, que se precipitaron desde la montaña. El tiempo y abandono habían dejado su rastro.
Seren fue el primero en bajar del lomo del animal. Soltó las riendas y vio al caballo dar unos pasos antes de dejarse caer agotado. Suspiró sintiendo un poco de remordimiento por la marcha forzada a la cual había tenido que someterlo. Desvió la mirada y se acercó hacia el otro caballo. Ofreciendo su mano a la castaña.
Ella asintió y bajó, dejándose arrastrar por sus brazos, hasta que sus pies tocaron el piso.
Al igual que su caballo, el otro animal se dejó caer resoplando y estirando sus patas. Jadel observó su imagen y Seren aprovechó para verla.
No había sido un viaje sencillo. Prácticamente sin reservas y a la intemperie, sin embargo, ella no se había quejado, ni hecho comentarios. Aun no entendía porque Zayn le había dejado escapar. Sus ojos siguieron el corte en su brazo, que ahora era solo una pequeña marca. Sin duda había pensado en todo.
―¡Vamos! Nos espera ―apremió Seren.
Ella asintió y con paso firme, a pesar de la superficie irregular, lo siguió.
―¿No harás preguntas? ―inquirió intrigado por su silencio.
―No tengo problemas ―dijo con voz tranquila.
Habían coincidido pocas veces y aunque siempre permanecía en silencio, se había dado cuenta que era alguien astuto. Por algo había logrado escapar con vida.
―Darius está muerto y salvo que me lleves a ver al diablo, supongo que estoy bien. ―Él sonrió y continuó avanzando.
―No puedo garantizarte que no lo sea ―murmuró antes de empujar la enorme roca que cubría la entrada al sitio―. Pero creo que tienen un mismo objetivo, así que quizá se entiendan.
Ella elevo las cejas, pero no respondió.
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El sitio estaba más deteriorado de lo que parecía por fuera. El olor a madera podrida y a humedad irritó su nariz, pero hizo un esfuerzo por no demostrarlo. En su mente seguía el rostro agobiado del hombre que tanto había amado y que le había suplicado marcharse. Es un tonto, pensó. Su tiempo había acabo y nada de lo que hiciera podría repararlo. Nada le devolvería lo que perdió aquella noche.
Después de recorrer varios pasillos, Seren se detuvo frente a una enorme puerta. Le dedicó una mirada y entró. Ella intentó descubrir a quien estaba dentro, pero lo único que percibió fue un olor desconocido y la presencia imponente de un fundador. No conocía a ninguno, salvo a Darius, así que prácticamente daba lo mismo.
―Señor ―saludó Seren colocando una rodilla en el piso e inclinando la cabeza.
En el centro de la habitación, recostado sobre una enorme silla de piedra, vio al vampiro de aspecto burlón. Pelo ligeramente largo y rubio, rasgos varoniles y duros enmarcados por un par de ojos carmín. Un poco mayor, pero con un atractivo enigmático.
Ella permaneció inmóvil, sin acertar a hacer o decir algo. Sabía que no tenía ninguna obligación de acogerla, así que tendría que mostrarse mansa y obediente. Al menos hasta decidir qué hacer.
―Trajiste compañía ―dijo con voz potente, que la hizo temblar. Seguido por una sensación sofocante que nubló sus sentidos.
Por sentido común hizo una reverencia, imitando a Seren. Ahora entendía porque tanta pantomima, ese vampiro era realmente intimidante.
―Sí, señor ―respondió Seren―. Ella estaba con Darius, sé que es de confianza. Podría ser de ayuda.
En todo momento su tono de voz era reservado. Jamás hubiera imaginado que tendría a alguien más como señor. Sin duda Seren era un vampiro muy extraño. Pero a quien le debía haber logrado escapar.
―De acuerdo ―respondió mirando de nuevo a Seren, como si de pronto ella le resultada aburrida―. ¿Y bien? ―inquirió echando el cuerpo al frente―. ¿Cómo fueron las cosas?
Seren mantuvo la cabeza gacha y negó. Percibió de inmediato el cambio en su cuerpo. Tensión.
―Lo siento, señor. Su hija ha sido transformada. Darius intentó asesinarla y…
―Ya veo ―interrumpió ignorándolo su respuesta―. Siempre fue un estúpido.
―Le he fallado, señor. La perdimos ―dijo afligido, bajando aún más la cabeza.