Saco el pudin del horno, lo dejo enfriar, me quito los guantes y me doy la vuelta para darle de comer al gato antes que mi padre traiga a Triana de regreso.
Todavía estoy adaptándome a la idea de ser madre y de tener una casa. Si Triana no hubiera llegado a mi vida, probablemente no habría descubierto la infidelidad de mi ex esposo y seguiría casada con mi ex idiota, posponiendo mis sueños y creyendo que todo con él sería diferente.
No sabía que estaba pérdida ni lo sola que me sentía viviendo en Grecia con un esposo ausente hasta que Triana llegó a mi vida y me mudé a Quuensland para ayudar a papá con los viñedos, y desde hace unas semanas me trasladé a Perth con la idea de abrir un restaurante. Elegí este lugar porque me gusta y es donde papá pasa mucho tiempo debido a su esposa y la familia de esta.
Mientras me ocupo del restaurante, seguiré ayudando a papá en las oficinas comerciales de aquí. Y me gusta la playa y el clima, aunque no me alejaré de los viñedos por completo.
No me arrepiento, adoro a Triana y sé que papá es feliz teniéndonos cerca y aceptando ayuda con los viñedos para poder pasar más tiempo con su esposa Sophia. Los dos hacen una hermosa pareja.
Me gusta que mi padre haya encontrado el amor tras la muerte de mamá y me gusta todavía más que haya sido de la mano de una mujer independiente, divertida y de carácter como Sophia. Gracias a ella, puedo decir que tengo tres hermanos y tres cuñadas fantásticas con las que debo pasar más tiempo para no ahogarme en el trabajo y en mi papel de madre. Claro que ha sido difícil porque ellos tienen sus trabajos y sus hijos.
Apenas llevo un par de semanas aquí y he estado bastante antisocial, excusándome con el período de adaptación.
Ya pasó un año del divorcio y me cuesta aceptarlo. No por seguir queriendo a mi ex esposo, sino por haber fracasado cuando pensaba que me casaría una sola vez y sería para toda la vida.
No me iba a convertir en esas mujeres que se quedan con su esposo por las apariencias o por temor a quedarse sola, sin amor, respeto y fidelidad; no sirve de nada.
Triana llegó en el momento indicado y fue la caricia en el alma que necesitaba para dejar esa etapa atrás. Me aferro a eso y al futuro.
Cambio el agua del gato y lo llamo para que venga a comer. A Triana le encanta perseguirlo y el gato huye de ella sin importarle el amor que ella quiere darle.
—¡Tosti! ¡Ven aquí, Triana no está!
Lo busco en la casa, no se encuentra en ninguno de sus escondites.
Me asomo por la ventana y lo veo sentado en la ventana del vecino como si fuera el amo y el señor. Mierda. No es buena idea que esté ahí.
No conozco al vecino, no sé si es amante de los gatos o los odia al punto de envenenarlos.
Yo particularmente no soy fan de los gatos, siempre preferí los perros, hasta que Tosti apareció en la casa un día, no se quiso ir, me dio lástima y terminé alimentándolo, eso solo provocó que se quedara y terminé llevándolo al veterinario, comprándole juguetes que usa más Triana que él, y una cama que no usa porque ama acostarse en mi cama o en cualquier parte.
Tosti es mío y a pesar de que me da dolores de cabeza, lo quiero y no podría verlo asesinado por un vecino odia gatos, si bien el vecino nunca está o no lo he visto, solo escuchado su auto cuando llega o se va.
Salgo de mi casa y me acerco a la cerca llamando a Tosti. El gato del demonio me mira sin moverse y parece que está disfrutando de mi enfado llamándolo.
—Ven aquí, Tosti, ahora.
Él maúlla y se queda ahí muy cómodamente.
¡Estúpido gato!
Podría golpear la puerta y pedirle permiso al vecino para sacar a mi gato, pero correré el riesgo que no le gusten los gatos y la próxima vez que aparezca lo convierta en gato asado.
El auto del vecino no está a la vista. Esta mañana lo escuché salir y no ha vuelto, o no presté atención.
Miro a mi gato y, antes de arrepentirme, trepo la cerca y salto hacia el otro lado cayendo con firmeza sobre mis pies. Al menos los años donde fui gimnasta sirvieron para equilibrio y aunque hoy no practico el deporte, me ayudó en el equilibrio y hago Pilates, lo que me da fuerza.
Sacudo la cabeza dejando de pensar en ello y camino con seguridad hasta la ventana en busca del maldito animal.
Tosti se levanta y maúlla justo antes de saltar al interior de la casa.
No puede ser.
—No sé para que te adopté y gasté dinero en el veterinario si eres un mal agradecido. Ya me vas a buscar cuando quieras tus croquetas y no te daré nada—espeto acercándome—. Ven aquí, ahora.
Tosti maúlla pasando su cuerpo por la silla del interior.
—Ven, es propiedad privada y no deberíamos estar aquí. Si alguien nos ve, puede llamar a la policía y yo terminaré en la cárcel y tú en una protectora de animales o en la calle. Tengo una hija de casi dos años, no puedo dejarla a la deriva. Ven, ahora.
Tosti se acuesta en el piso y me observa con sus ojos verdes.
Asomo la cabeza por la ventana, miro a un lado y luego al otro. No hay nadie, aunque no debería dejar la ventana abierta. Tal vez salió apurado y se la olvidó.