Mierda, empezamos mal una visita que se supone debía ser agradable para las dos.
No quiero que ella pelee con mi padre como siempre lo hacía cuando se veían en el pasado.
Antes de Camila mudarse a Colombia, cada que venía discutía con papá sobre cada cosa, siempre queriéndole llevar la contraria, es por eso que está vetada de ir a la mansión y no puede hablar con papá cara a cara.
Obvio que discutí con papá cuando tomó esa decisión, no me podía quedar de brazos cruzados, pero solo me gané un castigo de tres meses, super injusto.
No podía salir de casa sin compañía, mis clases las tomaba de manera virtual y solo podía estar en mi habitación.
Los tres meses más largos de mi vida.
Comienzo a contarle y ella se emociona cada vez más con cada palabra que digo.
Luego de unas horas de ponernos al día. Camila avisa que se tiene que ir. Le ofrezco posada en mi casa y ella se niega diciendo que ira a la vieja casa de su madre.
Se despide de mí dándome un fuerte abrazo y lanzándome un beso cuando está en el ascensor.
Como bien dije, no me gustan las muestras de afecto, pero con Camila me salen tan naturales, que no me doy cuenta en el momento que estoy abrazándola.
Cosas de mejores amigas, pienso yo.
Viendo en mi reloj que es muy tarde me pongo el pijama y voy una vez más a mi cama a dormir, hasta mañana.
Al día siguiente despierto por la alarma y con mucha pereza me dirijo al baño para tomar mi primera ducha del día y tal vez la última.
Hago pis y entro a la ducha que ya está preparada con el agua caliente.
No me pienso bañar con agua fría a las tres y media de la mañana, no señor.
Duro debajo de la regadera no menos de veinte minutos, salgo y me veo como todos los días en el espejo, fuera de mí.
Dicen que los ojos son la ventana del alma. Pues mis ojos y mi alma dicen que estoy cansa y necesito mucho más sueño de descanso.
Días terribles se acercan y no estoy ni en lo más mínimo preparada.
Al salir del baño envuelta en mi toalla voy a mi armario y me pongo algo abrazador.
Unos jeans anchos y un suéter que compre la semana pasada, que de hecho me queda super grande. Peino mi cabello en una coleta alta y pinto solo un poco mis labios.
Salgo de mi habitación directo a la cocina y prepararme algo ligero para el desayuno, unos cereales estarían bien, pero les agregaré unas fresas.
Desayuno mientras veo las noticias y dándome cuenta de la hora que es, llego tarde a mi primer día de trabajo luego de las vacaciones.
Me siento como cuando estaba en la escuela y siempre llegaba tarde, me tocaba rogarles a los profesores para que me dejaran entrar, obvio que esas llegadas tarde me costaron muchas idas a detención.
No es mi culpa que la escuela me quedara tan lejos.
Ese no es el punto, el punto es que estoy corriendo escaleras abajo sin esperar el ascenso porque está tardando demasiado y yo necesito estar antes de las cinco en mi laboratorio.
Justo hoy quería bañarme, que bonita idea. No lo haces los otros días para hacerlo hoy.
Con los ojos a medio cerrar y abrir llamo un taxi, tengo tanto sueño que no creo poder manejar, así como estoy, parezco borracha.
Ante todo, responsable ante el volante.
Estoy demasiado impaciente, el día de hoy es muy importante para mi carrera, no quiero llegar tarde y dar una mala impresión a los nuevos dueños de la compañía de ciencias forenses.
Ojalá y no sean igual que los pasados, pues los odiaba. Amo mi trabajo, pero odiaba a mis jefes, siempre gritando por todas partes exigiendo perfección.
Hace unos días me avisaron que una pareja de millonarios había comprado el juzgado, me sentía nerviosa de que echaran a todos en cuanto la adquirieran, pero por suerte no fue así.
Todos estamos en nuestros puestos, excepto los malvados de mis ex jefes.
Unos cinco minutos después de estar tan desesperada por un taxi, llega el que encargue y subo rápido a él.
Reviso la hora en mi celular y noto que son las cuatro y cincuenta, solo tengo diez minutos para llegar rápido.
El taxista arranca y yo muevo frenéticamente mi pie, ansiosa y verificando la hora cada que puedo, ósea cada segundo.