La semana fue una maravilla, vi tanto y disfruté mucho. Lástima que lo bueno se acaba rápido.
Como una persona normal, tengo que regresar a mi vida cotidiana, no sé como haremos Iván y yo una vez que regresemos, que, para mi desgracia, es mañana.
Lavo mis manos, con la mirada puesta en la nada. El espejo muestra mi reflejo.
Aunque estoy un poco bronceada, aun debajo de mis ojos están un par de bolsas, que son mis ojeras.
Mi mirada ya no es la misma, lo sé, yo no me siento la misma.
Admito que Iván ha sido muy bueno conmigo, respeta nuestro acuerdo de dormir separados y también respeta mi silencio, no me ha forzado a nada en este poco tiempo y lo agradezco.
Enarco una ceja y muerdo un poco mi labio, está el hecho de que Iván desde que estamos aquí se ha estado comportando muy raro, cada vez que estamos los dos solos siempre está mirando su celular o desvía la mirada, o simplemente me ignora.
La verdad no me interesa, pero que al menos me dé una explicación sobre que rayos le pasa, no soy adivina, ni tengo una bola de cristal para saber lo que pasa por su cabeza.
Tomo una fuerte respiración y cierro los ojos, al abrirlos tomo mi maleta y salgo junto a Iván, él con la mirada fija en su celular y yo despidiéndome del hotel.
Ignoro la pequeña pelea infantil que quiere comenzar y miro hacia el frente, donde hay muchas personas sonriendo.
Sonrío un poco y sigo caminando, cuando llegamos a la recepción Iván entrega las llaves de la habitación donde nos estábamos quedando y habla un poco con el de recepción.
Dejo de escuchar cuando me concentro en una pareja joven, que no deben tener más de veinticinco años.
Se acercan a recepción riendo y piden su habitación con un acento español muy marcado, no entiendo nada de lo que dicen, pero supongo están pidiendo su habitación.
Lo miro mal y él solo se encoge de hombros con una mirada inocente.
Me sonrojo ante esa posibilidad, si llegaran a ser amigos está bien, pero si son hermanos juro que no sabría dónde meter la cabeza.
Él lo piensa un poco antes de soltar una risa maliciosa.
Finaliza y trago en seco.
A un principio me mira feo por la orden, pero luego solo se encoge de hombros y va hacia los jóvenes.
Silenciosamente, ruego porque sí sean pareja, porque odio la ropa mojada y no quiero un resfriado.
Rápidamente, saco mi celular de mi cartera y busco el traductor, yo no me voy a arriesgar a que me mienta. No, señor, Charlotte no será engañada hoy.
No termina de hablar porque yo le propino otro golpe más fuerte en el hombro, haciendo que se queje y yo sonría con autosuficiencia.