Desde ahora decido yo

Una cita psicológica muy interesante

Desperté esta mañana con medio brazo dormido, dormir siempre de lado trae sus consecuencias.

Bostezo y me estiro para despertarme más. Tengo el presentimiento de que hoy no será mi día, comenzando por el hecho de que voy llegando tarde al trabajo.

Corriendo voy al baño y me doy una ducha corta, así lavando mis dientes y peinando mi cabello mojado en el proceso.

Elijo mi ropa rápido, no me detengo a pensar en nada, solo en que llego tarde, una y otra vez.

Bajo corriendo las escaleras, y obviamente, por la velocidad que uso casi me caigo en estas. Sonrojándome al pensar en la posibilidad que alguien me hubiera visto.

No desayuné esta mañana, en la oficina compraré un café bien cargado y no me quedará de otra que aguantar hasta la hora de almuerzo.

Subo al coche rápido, encendiéndolo y estando al pendiente de no atropellar a nadie por lo rápido que voy.

Haberme mudado a casa de Iván trajo una ventaja, y es que el trabajo me queda aún más cerca, a unos diez minutos, así que si conduzco rápido y no me quedo atrapada en el tráfico llego unos dos minutos antes.

Nadie notará que fui a la prisa de nuevo, como siempre.

    • Vamos — susurro.

Mi peor pesadilla se ha cumplido, me quedé atrapada en el tráfico y esos dos minutos que estaba pensando, se fueron a la basura, como mis esperanzas de llegar temprano.

Se suponía que hoy es un día importante, la nueva dueña al fin daría la cara, por lo que tenía que llegar temprano.

Estúpido despertador, era su única función.

Anoche me quedé hablando a muchas horas de la noche con mi hermana, poniéndome al día con ella y riendo un poco, actividad que no hacíamos hace un tiempo.

No voy a culpar a mi hermana de haberme dormido tarde y no haber escuchado el despertador, la culpa es mía después de todo.

Aprieto mis manos al volante del auto con frustración, luego de lo que pienso una hora, salgo del atasco, pero en realidad fueron solo diez minutos.

Conduzco a toda máquina, a una velocidad que está prohibida en cualquier país con leyes de tránsito.

Llego a la oficina, pero afuera no hay nadie, no me sorprende tal vez todos están ya en el auditorio en la reunión.

Corro hacia ese lugar, al entrar veo que mi teoría es cierta, efectivamente todos están ahí, pero sorprendentemente no hay nadie en la tarima.

En silencio me siento en las últimas filas y me encuentro con dos compañeros de trabajo con los que hablo de manera eventual.

    • Que suerte que llegaste — me susurra uno, Marc.

 

    • Estamos esperando aquí hace quince minutos, pero nadie aparece, todo se están desesperando.

Miro a mi alrededor y es verdad, algunos están moviendo la pierna de arriba abajo, mientras que otros solo ven su reloj de una manera casi desesperante.

    • Que irresponsables — susurra la otra chica. Gaby.

 

    • Bueno — carraspeo — no soy la más alta, para decir algo — digo con mis mejillas rojas.

Un sonido irritante que sale del micrófono hace que algunos arruguen sus rostros y otros, como yo, tapemos nuestros oídos.

    •  Lo siento — dice Carl — por el sonido y por la tardanza.

Todos comienzan a protestar y decir que llevan mucho tiempo sentados y con mucho trabajo como para estar aguantando otra media hora ahí sentados.

    • Lo sé, lo sé — dice Carl para calmar a todos — intentamos llegar lo más rápido que pudimos, pero vivimos muy lejos, había mucho tráfico.

Internamente, sonrío, no se dieron cuenta de que llegué tarde, estoy salvada.

    • Ahora si — dice con una gran sonrisa — Con ustedes la nueva jefa y dueña de estas oficinas.

Carl busca a alguien en los asientos con la mirada, hasta que se encuentra con la mía.

Él sonríe más y baja del escenario. Claro, eso no fue para nada sospechoso.

Estoy intentando pensar en el porqué de la actitud de Carl, hasta que escucho los tacones resonar contra el piso de madera de la tarima.

Dejo de pensar un poco y me concentro en la mujer, quedando totalmente espantada.

Asustada.

    • Hola a todos — dice con su sonrisa hipócrita.

Intento respirar, regular mi respiración, no quiero tener un ataque de pánico justo aquí, no por esa mujer, no por ella.

No quiero estar aquí, siento que todo el aire se me reduce, que las personas aquí cada vez son más y el espacio es reducido.

No quiero pensar en que es un ataque de pánico, así que solo saco una de mis pastillas de mi bolso e intento tragarla disimuladamente sin agua.

Mantengo mi mirada al frente, sin hacer un truco más, solo pensando en como debo calmar mi mente, en como no me puedo dejar dominar de las emociones, como siempre lo he practicado, como me ha servido hasta ahora.

Temporalmente, esta técnica me ha servido de algo, ahora me siento un poco más tranquila, pero sin poder mirarla a los ojos, sin poder dejar de recordar esa noche, esa en la cual mi vida cambió.

No puedo dejar de pensar en que, gracias a ella, yo estoy siendo medicada y mi hermana está siendo llevada a terapia cada semana.

Simplemente, no puedo.

Mi psicóloga me dijo una vez, que debería perdonar y dejar ir, pero no puedo. Mi corazón no tiene espacio para su perdón.

Por estar en mis pensamientos, me perdí más de la mitad del discurso y no me puede importar más poco.

¿Qué hace aquí? Me pregunto a mí misma, ¿Qué no se cansó de hacerme la vida miserable de niña? ¿Quiere más?

Sacudo mi cabeza intentado no pensar en ello, unos segundos después escucho los aplausos y a la mujer bajando del escenario, con ese porte que no recordaba tenía.



#19219 en Novela romántica

En el texto hay: amor, odio, dolor

Editado: 27.06.2024

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