Todo estaba oscuro, mi cuerpo dolía y mi corazón latía aceleradamente. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?
Dios mío ¿Qué hice yo para merecer esto?
El olor a humedad era insoportable y no me podía mover, mis manos estaban atadas, hasta el punto de que la cuerda me quema solo con el roce, al igual que mis pies, mis ojos estaban tapados por una venda y no sé desde cuando.
¿Cuántos días llevo aquí? Para mí el tiempo se me ha hecho una eternidad. Mi estómago ruega por comida y mi garganta clama por agua, no ha venido nadie en todo este tiempo. Solo he estado yo y mi soledad, mi fiel mejor amiga desde siempre.
Mientras pensaba, no escuché como la puerta fue abierta, solo pude escuchar los pasos y como se detuvieron justo enfrente de mí.
— ¿Quién está ahí? — dije con temor en mi voz. Esta se escuchaba rasposa por todo el tiempo que estuve sin agua, quebrada por no haber dicho palabra alguna y temblorosa por mis ganas de llorar.
Nadie dijo nada.
— Por favor, déjame ir. No hice nada malo como para merecer esto — me quebré y comencé a llorar — haré lo que sea — supliqué.
— Así te quería ver — dijo esa voz que por tanto tiempo había escuchado — suplicando por tu vida, no sabes la satisfacción que siento ahora mismo.
— Camila — un susurro, eso fue lo único que pudo salir de mi boca.
No lo puedo creer, supe de su aventura con mi padre, supe que llevan años viéndome la cara a mí y a mamá, supe que cuando decía que se iba a Colombia, en realidad iba a unas vacaciones pagadas por James.
Corté toda relación con ella, no la había visto desde ese entonces, hasta ahora.
— No sabes como he deseado tenerte aquí, justo enfrente, arrodillada ante mí.
— No entiendo — bajé la cabeza — ¡¿Qué te hice?! — grité quebrándome.
— No te hagas la que no sabes, maldita — el rencor era reconocible en su voz.
— ¡No lo sé! Te lo juro.
Con fuerza la venda fue arrebata de mis ojos y me costó un poco acostumbrarme a la poca luz que había en el lugar, un cuarto muy pequeño, sin ninguna ventana, un colchón al fondo, se notaba que no había nadie habitando ese sitio.
— Qué estúpida e inocente eres, siempre estando en tu mundo donde la única que sufre eres tú. Siempre fuiste egoísta, pero no creí que tanto.
— Déjate de tantos malditos rodeos y habla.
Mi cabeza giró hacia donde escuché la tercera voz, una voz masculina, grave y muy reconocible para mí. Karl.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi garganta se cerró, no podía considerar que estas dos personas hayan conspirado en mi contra de esa manera, haciéndome confiar en ellos, hasta el punto que los llegué a considerar.
— Qué asco — dije en un susurro.
— ¿Qué dijiste querida? — me preguntó Karl, viéndome muy fijamente bajó los tres escalones que lo separaban de la habitación.
Recién me había dado cuenta de la puerta que había en este cuarto y las escaleras, supongo que estoy en un sótano y arriba está la casa.
— Dije, qué asco — dije con la mirada baja y con determinación — ustedes dos me dan asco.
No lo pude pensar cuando sentí que Karl me agarró por la mandíbula haciendo que lo mirara, se veía furioso, me estaba haciendo daño.
— Cuida tu boca, porque ahora estás bajo mi poder y no dudaré en usarlo. — me soltó con fuerza.
Luego de eso solo pude sentir el ardor en mi mejilla y como mi cabeza se volteó por el golpe, Camila me había pegado una cachetada.
Sentí como la sangre corría por mi mandíbula y el sabor metálico se metía por mi boca, haciéndome escupir. Me dolía y mucho.
— Quiero contarte una historia — se sentó justo frente a mí — había una vez, una niña inmigrante y su mamá, quienes tuvieron que escapar de su país por una guerrilla llamada ELN, no tenían nada, nada de comer, ningún lugar donde pasar la noche. Nada. Por causas del destino, la niña y su mamá llegaron a casa de unos riquillos, donde tuvieron una buena hospitalidad, pero la condición era clara, solo una semana. La madre de la niña hizo todo lo posible esa semana para encontrar trabajo, pero por más que lo hizo no encontró nada, la pobre dueña de la casa se compareció y la contrató como su ama de llaves, las mujeres tendrían donde quedarse.
— La historia se trata sobre ti — dije y recibí otra cachetada de su parte.
— No te atrevas a interrumpirme de nuevo — dijo con autoridad — la pequeña no entendía nada, después de todo ella solo tenía tres años. Los años pasaron y la niña siempre era discriminada por su color de piel, por su falta de dinero, su nacionalidad y su poco dominio del inglés. Pero un día mientras estaba llorando en el parque conoció a una niña, se hicieron amigas muy rápido, era una amistad de niñas, sin morbo alguno. Los años pasaron y la niña fue aún más discriminada, no era aceptada por nadie, tanto así que un día decidió quitarse la vida ¿Qué sentido tendría si ella seguía viviendo? Igual le estaba haciendo un favor al mundo.
Camila solo frenó y se quedó callada por unos minutos, su voz se había roto y su mirada estaba quebrada.
— La niña, que para ese entonces tenía trece años solo buscaba una salida a sus problemas, mientras su mejor amiga vivía la mejor vida del mundo, ella nunca se preocupó por la niña, nunca estuvo ahí para ella, solo pensaba en sí misma y en sus problemas. Afortunadamente, alguien pasó y salvó a la niña de tan terrible decisión.
Nuevamente, se quedó en silencio, como si estuviera reviviendo ese día.
— ¿Sabes? Yo solo quería que alguien me ayudará en mis tiempos más difíciles, tú nunca estuviste ahí para mí. Luego de eso solo pude pensar en que te odiaba, mientras yo estaba asunto de saltar de un puente, tú estabas en casa, disfrutando de tu maravillosa familia. Ese día decidí que alguien tenía la culpa y ese alguien eras tú, así que decidí vengarme.
— Eso no fue culpa mía — dije con dureza.