4 de febrero del 2015
Rosario miraba a su hija con los ojos entrecerrados, preguntándose qué hacer para que aceptara ayudarla, llevaba días intentando convencerla para que lo hiciera y su respuesta siempre era negativa. Sí que le resultaba necia su niña en ocasiones.
—Maura, querida, es a la esquina, paso a paso, y este es uno muy pequeño, ¿por qué te niegas a hacerlo? —Resopla con malhumor hacia ella, buscando en su mente con qué podría chantajearla—. ¿Sí te hago una de esas faldas que tanto te gustan, me acompañas? Mira que estoy vieja y no me podrás aprovechar cuando estire la pata, ya no me quedan muchos años, debes saberlo.
—Mamá, no lo haré. Yo —se queda muda por unos segundos, hasta que una sonrisa débil y una voz nerviosa es lo que deja a la vista lo terrible que se encuentra nada más pensarlo—, no creo que pueda. Mis piernas se ponen como gelatina solamente poniendo un pie fuera de aquí. No es que quiera hacerte las cosas más difíciles, y que tu preocupación vaya a niveles infinitos, solo que... solo que yo —muerde sus labios no pudiendo continuar, su abuela la mira con ternura y se acerca a ella con lentitud.
—Mi niña hermosa, ya sé, sé que es difícil para ti, pero yo cada vez me vuelvo más vieja, no quiero dejarte sabiendo que aún no puedes manejar tu miedo hacia las personas, que no tienes a nadie que pueda sobrellevar eso contigo —acaricia sus mejillas con cariño, observando como ella agachaba la mirada ante sus ojos atentos—. Está bien, tengamos esta charla una vez regrese de entregar estos. Pero deberías dejar que Julio entre al menos, es el único que no se ha quejado de como mi hija lo asusta por venir en secreto e irse de la misma manera sigilosa sin ser vista.
—Sabes que no buscaba asustarlos, quería estar segura de que no te hicieran daño, aunque todos ellos son adobes y con agallas. Creo que eso fue lo que me mantuvo más alejada de la sala —comenta para sí misma, sin prestar atención a la sonrisa angustiosa que tenía su madre.
—De cualquier manera, llegaré hasta la noche. Recuerda tener la cena lista, mis manos no darán abasto para hacer más de dos cosas al día —Maura le sonríe con entusiasmo, sabiéndose útil, como siempre lo hacía al oír el pedido de su madre.
—¡No te preocupes! Estará lista para que llegues. Qué te vaya bien.
Su madre, con un gesto cariñoso, se despide de ella, pero sus pensamientos siguen en aquella posibilidad que la ha tenido decaída toda la semana. Suspira.
—Encontrarás una manera. La encontrarás. Solo piensa un poco más —se dijo, y echó a andar sus pies con poco ánimo y más renuencia que los otros días.
Por otro lado, en Acevedo Corporation solo se podía oler el malhumor de Luz, ella discutía a viva voz con algunos de sus empleados, tratando de controlarse, ya que, si explotaba, ella no era la única que pagaría las consecuencias.
—Dos veces Milton, ¡Dos veces! ¿Qué pasó con tu cerebro que no lo pudo captar a la tercera? ¿Ves que estamos en la secundaria, o en algún club en el que puedes cometer todos los errores que se te venga en gana? —Gruñe furiosa hacia él, ignorando el rostro de cordero que tenía desde que había captado de que esta vez no se salvaría—. Doy pocas oportunidades para que piensen y hagan las cosas como se les ordena y dejen de gastar la energía de los que sí trabajan, pero es el colmo de que ni de esa manera puedas tomarlo en cuenta.
—No sabía —tragó saliva ante la mirada penetrante de su jefa—. Lo siento, en realidad se me había pasado de que tenía que entregarle esos documentos, pensé que se los había puesto en el escritorio... pero es evidente de que no fue así —susurró esto último con voz nerviosa, evitando la cruda mirada que había aportado Luz.
—No. Está claro de que no lo hiciste Milton. Cuando se tiene en mente cualquier plan que no sea trabajo se van como si fuesen el correcaminos —sonríe de boca cerrada, logrando que esté supiese su sentencia sin que dijese nada más—. Quiero tu carta de renuncia en mi oficina, y tú —coloca sus dedos en su mentón, pensativa—. ¿Qué haré contigo? Ha sido tu primer error, creo que es más que suficiente darte cuenta de lo que te va a pasar si incumples tu trabajo. Y como hagas perder el tiempo como este inepto —sonríe de oreja a oreja—. Te irás directito a la calle.
Se dio media vuelta y continuó con su revisión matutina, pronto tenía que hablar con la fastidiosa de Eloísa, y eso era lo que más le hartaba de los miércoles; tener que verle el rostro, aunque no quisiera. Tras pasar varios minutos, y ver que todo se encontraba en tranquilidad, dirigió sus pies a su oficina, y sus ganas de arrancarle los sesos a alguien incrementaron no más entrar.
—Vaya, la jefa sin escrúpulos llegó. ¿Cuánto tiempo te toma destruir los sueños de tus empleados? ¿6, 2 minutos? Es impresionante que dures cada vez menos Luz, estás de racha —le sonríe con sorna, sin decir ninguna palabra. Se sienta con elegancia, mirándola sin reparo.
—¿Cuánto te toma a ti acostarte con Ramiro, Eloísa, querida? —Ella no se inmuta, pero su mirada lo comprobaba: era cierto lo que había visto. Se acomoda con más soltura, sonriendo alegremente—, así que estoy en lo cierto. ¿Sabías que el parqueo en estos días es bastante abierto? Allí cualquiera te puede ver. Más cuando eres la publicista de una empresa importante, cariño.
—No sabía que te encanta espiar a la gente. ¿Acaso es un requisito para convertirte en presidente, en estos días? De ser así te lo tienes bien ganado, Luz. ¿No lo crees? —Sonríe con altivez cuando ve como esta aprieta la mandíbula—. De todos modos, aquí están los diseños del nuevo perfume. Complace a tus ojos de una buena vez, y deja de hacer sufrir a los demás. No todos son adictos al trabajo como tú.
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Editado: 15.02.2021