Desliz en camino [nd1] (en físico)

CAPÍTULO 5

VIOLETTA

El agua cae en mi cuerpo e inevitablemente suelto un suspiro de gozo y sonrío. Está a una temperatura agradable para el frío que hace. Además, la comodidad de saber que estoy bañándome en el departamento en el que dormiré, absurdamente, es maravillosa y me hace sentir segura.

Este lugar es como lo he soñado y juro por mi vida que estos nueve meses que me quede aquí los aprovecharé al máximo. La culpabilidad tengo que dejarla de lado para tener un embarazo tranquilo, de lo contrario, también eso podría afectar al bebé.

Miro mi vientre plano y, sonriendo, pongo mi mano ahí, no obstante, rápido me arrepiento, negando con la cabeza.

Cabeza fría, repito una y otra vez en mi mente, y a eso me aferraré desde ahora. No me puedo encariñar, es peligroso encariñarse y yo no debo encariñarme.

Salgo del baño, envuelta en una toalla. No me he dado ni unos minutos para conocer el lugar así que ni siquiera he instalado mi ropa en el armario, por lo que la saco de la caja que me traje y, una vez que me pongo ropa cómoda, me voy a la estancia a esperar a Izan.

Saco mi teléfono para jugar PlagadoZ y distraer mi atención en otra cosa que no sea pensar en la ida al médico.

El juego trata de una invasión zombi justo ambientada en Hermosillo, y el objetivo es conseguir la cura para llevarla a una base que se encuentra en el Cerro de la Campana donde se esparcirá para que la infección no llegue a todo el mundo, todo, mientras evito ser mordida y mato algunos zombis a mi paso con las armas que se van recolectando en el camino.

Este juego me resulta entretenido no solo por la dinámica sino también porque tiene una historia interesante. Joan, el protagonista, lucha para salvar a su familia, por lo que decide participar en la misión. El jugador es Joan, o sea, yo ahora.

—¿En qué nivel vas? —Levanto la mirada, viendo a Izan que ha abierto la puerta y está recargado ahí con una pequeña sonrisa. Ni siquiera había notado ningún ruido más que el del juego, y eso que no lo tengo en volumen alto.

—No he podido pasar del diez, siempre me salen zombis de lugares inesperados casi al final, ¿algún consejo, señor programador? —Guardo mi partida y me salgo del juego. Me levanto para tomar mi bolso e irnos.

—Tiene un patrón —dice, aparentemente orgulloso. Luego parece emocionado—. Cada tres intentos, vuelven a salir del lado inicial y se repite de ida y vuelta. En izquierda, derecha, carro volcado y edificio en ruinas, del Oxxo y de reversa lo mismo. Una vez que crees entender el patrón, se te olvida.

—Sospecho que programaste eso con mucha cizaña. —Me acerco a la puerta para salir, él se hace a un lado.

—No con cizaña, pero me gusta añadirles dificultad a mis juegos para la emoción. —Cierro la puerta y por fin caminamos rumbo al ascensor—. ¿Has probado otras apps de ZaiPro?

—Solo ese juego y el programa para editar las fotografías que tomo antes de imprimirlas, son buenas apps por cierto, aunque me encantaría ver más recursos en la app de fotos.

—Prometo que las nuevas actualizaciones tendrán más cosas —dice acelerado y después aclara su garganta—. Estamos trabajando en eso, nos asociamos con algunos creadores de nuevos filtros y tipografías.

En el ascensor, volvemos a quedarnos en silencio.

Es tan extraño, y mis intentos de hallar alguna otra conversación se quedan en mi cabeza al recordar que no lo conozco, no sé cómo podría reaccionar a mis preguntas estúpidas, ni siquiera sé qué cosas pensé que quiero en la app, como siempre pensé en hacérselas saber al creador para que mejorara mi experiencia.

No obstante, logro sacar una pregunta decente.

—¿Qué edad tienes? —Me acomodo el cabello detrás de mis orejas como distracción.

—Tengo treinta y tres. —Se aclara la garganta, actuando igual de incómodo que yo—. Bueno, sé que tú tienes veintisiete gracias a Laura, los cumpliste en noviembre el día que dejó tu novio... ay, mierda, ¡perdón! No debí decir eso.

—Dios mío, Marina y Laura parecen empeñarse en dejarnos en vergüenza el uno para el otro. —Aun así, me río, pero trato de no sonar burlesca con lo siguiente—. Marina me contó que Laura le habló de la cirugía que tuviste y que esa te causa complejo... vale, yo tampoco debí decir eso.

La incomodidad aumenta y no sé ni dónde meterme.

—Con esas amigas, no sé qué esperaríamos de nuestros enemigos, ¿eh? —dice, como tratando de aligerar el ambiente y parece funcionar.

—En serio. —El ascensor por fin se abre y caminamos fuera—. Hagamos un trato, a ellas no hay que contarles más cosas privadas, chance y aún podemos salvarnos de sabernos más desgracias.

Llegamos a su carro cuando él me dice que es un trato. Subimos y él rápido arranca. Nuevamente estamos en silencio, es más que obvio que a ninguno de los dos le llama la atención preguntar ni hablar de nada. Solo le voy a parir a su hijo, por Dios, ¿qué se hace en estos casos? De pronto se me olvidó cómo conocer a las personas.

—¿Pero en serio tu novio te dejó en tu cumpleaños? —pregunta de repente, cuando vamos a medio camino.

Me siento expuesta pero trato de reírme de la situación. Ya pasaron dos meses, vale, ya ni lamentarse se me antoja.

—Sí, y me robó mis ahorros, lo descubrí cuando salí a festejar mi cumpleaños con Marina en un intento por no ponerme a llorar por la ruptura justo esa mañana. —Hago una mueca al recordar que me creí todo su palabrerío amable al terminar conmigo y luego descubrí sus verdaderas intenciones—. Todavía recuerdo al mesero decir “señorita, su tarjeta no pasó” y a los del banco decir “su dinero fue retirado esta mañana en uno de nuestros cajeros”. Y todavía, como si el destino me siguiera castigando, él subió fotos con su amante arriba de un avión con su “de viaje con el amor de mi vida” y fue lo primero que me salió al entrar a mis redes sociales.

—Pero qué imbécil. —Estaciona en una clínica que reconozco como privada y hasta se me olvida de qué hablábamos.




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