Desliz en camino [nd1] (en físico)

CAPÍTULO 8

IZAN

—¿Te sientes bien? —pregunto, porque me parece que está roja y alterada. Intento tocarle la frente para verificar su temperatura, pero ella se aleja y asiente—. ¿Segura?

—Sí, sí, estoy bien, no te preocupes. —Se ríe de lo que a mi parecer son nervios—. Ya sabes, los achaques del embarazo suelen ser muy inesperados y absurdos, como los antojos.

—¿Se te antoja algo ahora? —La hago verme, tomándola de los hombros, que trae un poco descubiertos, pero de algún modo es como si mi tacto la quemara más de lo que está ardiendo—. Dios mío, estás ardiendo, te llevaré al médico.

Se vuelve a reír y trata de separarme pero no la dejo. Estoy preocupado.

—Créeme, Izan, no es nada médico lo que tengo, y si te alejas lo harás más fácil. —Baja la cabeza y trata de respirar con tranquilidad—. Maldito ascensor, está durando una eternidad.

Eso lo susurra, pero alcanzo a oír perfectamente. Entonces analizo a fondo lo que le pasa. Está ardiendo, no quiere que la toque, si no es fiebre... Dios, había leído sobre eso, estando embarazada, sus hormonas sufren muchos cambios.

—¿Estás... excitada? —pregunto con cautela y ella vuelve a soltar esa risita nerviosa.

—¿Por qué me preguntas eso? No tenemos esa confianza. —Logra alejarme y se comienza a echar aire con las manos y con la chaqueta que la abre y la cierra—. Esto no debería ser normal, nunca me había puesto tan así por nada ni nadie, qué vergüenza contigo.

El ascensor por fin se detiene en el primer piso y ella sale como de rayo. La sigo hasta llegar al carro y le abro la puerta. Dejo sus cosas en sus pies y finalmente me subo yo.

—Es normal, por el embarazo —le explico, calmado, para que no se sienta incómoda—. Tus hormonas se alteran, según leí en internet, el apetito sexual aumenta y es inevitable sentirlo, pero completamente normal, no debes sentir pena por eso.

—Caray, no menciones el sexo, por Dios. —Se cubre la boca y se ríe—. Solo ignórame, ignora esto, por favor, se me pasará en un rato y estaré bien, y conduce que no quiero llegar tarde.

Hago lo que me dice y solo entonces me doy cuenta que estaba intentando abrir una conversación que no me corresponde, como ella dijo, no tenemos esa confianza y yo terminé haciéndola sentir avergonzada.

Aunque, ¿por qué se habrá excitado? Me da curiosidad, para qué negarlo. Debió haber un detonante, algo que pudiera calentarla a ese nivel, un... no, eso sería absurdo.

¿Fui yo?

—¿Te excitaste por mí? —inquiero, una vez que me detengo en un semáforo en rojo—. Vale, no tiene nada de malo eso, es una reacción normal del cuerpo.

—No tengamos esta conversación, Izan, muero de vergüenza, por favor. —Está demasiado avergonzada. Saca de su bolso de mano una toallita de tela anaranjada y se seca el sudor. También parece pensar en la opción de quitarse la chaqueta o no.

Una parte de mí se siente orgulloso del descubrimiento. Así como también mi cuerpo reacciona a la información.

Acabo de excitar a una mujer y ni siquiera sé qué hice. Tenía meses sin experimentar esos escalofríos, creo que me estoy excitado yo ahora.

Aclaro mi garganta y sigo conduciendo cuando cambia el semáforo. Quizá eso no sea bueno, pero no negaré que la sensación es buena después de mucho tiempo.

Cuando venía de casa, estaba seguro que trataría de tener una conversación amena con ella, incluso planeé algunos temas que podrían interesarle como la mejora de la app que le gusta, a la que le puse más empeño del habitual.

Ahora de pronto no sé de qué hablar porque la inesperada erección que traigo me ha bloqueado los pensamientos y lo que quería decir se me ha atorado en la garganta.

Nos mantenemos en silencio hasta que llegamos a la fiesta. Mi hermana me saluda con un beso en la mejilla, mi sobrina con un abrazo y le entrego su regalo. Violetta me pidió dejarla a unas cuantas casas para caminar y tranquilizarse antes de entrar para comenzar con su trabajo así que entro solo.

—¿No vino Laura contigo? —pregunta Jossie, mi hermana mayor, mientras me lleva a donde están los demás invitados.

—Viene en un rato con la novia.

—¿Y ese milagro? —Se ríe y, finalmente, me ofrece una mesa para sentarme—. Aunque sería un milagro de verdad si tú también hubieras traído a alguien.

Se va, riéndose, a atender a los demás invitados, y yo, que tenía esperanzas de que no lo mencionara, tomo una gran bocanada de aire e intento no estresarme.

Desde mi divorcio, ella se ha encargado de mencionarme siempre lo solo que he estado y que necesito compañía. Incluso, cuando Laura salió del closet ante su familia y amigos, después de mí, claro, me decía que, sus esperanzas de verme con Laura, se habían esfumado para siempre.

A veces se me olvida que a ratos no soporto su necesidad de criticar, pero bueno, hoy estoy aquí por mi sobrina.

—Ya llegó la fotógrafa, Joss —habla el marido de mi hermana desde la puerta de entrada. Violetta se ve más calmada aunque la noto más cohibida que en la boda. Desde lejos, la miraba segura de sí, tomando fotografías de cada momento. Su vestido la hacía ver elegante y profesional, pero principalmente, hermosa.

Siento de nuevo esos escalofríos al recordar cómo se veía de pies a cabeza y me bebo el agua de Jamaica que me acaban de traer para esconder mi sonrisa tonta.

—Izan, ven, comencemos con las fotos. —Jossie me hace señas para que me acerque a la mesa decorada de Minnie Mouse con muchos globos rosas y blancos, y el número seis en grande hecho de madera y papel crepé.

Primero se toman fotos ella y su esposo con la niña y mis otras sobrinas. Luego me hace ponerme yo solo con la niña y yo sonrío para la cámara al tiempo en el que abrazo a mi sobrina, lo que hace que Violetta sonría también.

Laura y Marina llegan y también participan en las fotos. Ambas abrazando a la niña y besando sus mejillas.

Finalmente terminamos con eso y nos ofrecen sentarnos a comer. Marina arrastra a Violetta a la mesa en la que me encuentro para luego sentarse ella junto a Laura.




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