IZAN
Laura me da un zape, llamando la atención de Juan, su asistente y de Lina, la de Recursos Humanos. Estamos en la cafetería de la empresa.
—Ni me voy a disculpar por eso. —Da un mordisco a su sándwich, molesta, y luego me señala con él—. No lo había preguntado antes porque tú y Violetta se han encargado de actuar normal, y yo no quería incomodarla como me lo pediste. ¡Pero esto, hombre!
—Estamos bien con eso —me defiendo, sobando mi cabeza.
—¿Que están bien con eso, dices? —Está demasiado molesta—. Izan, Violetta está embarazada, es una mujer con las hormonas por el cielo, en ese estado puede ser capaz de llorar hasta porque se le caiga un casquillo de fotografía, por Dios, ¿y no han hablado de por qué llevan un mes cogiendo como conejos?
—No lo hacemos a diario —me sigo “defendiendo”, pero ella me da otro zape.
—Me vale madres, pero se suponía que hablarían de por qué lo hacen, aclararían cosas. Y yo creyendo que ya hasta eran novios porque incluso en la cena pasada en su departamento tú la abrazabas cada que tenías oportunidad, pendejo.
Toma una gran bocanada de aire para calmarse.
—Perdón. —Ahora sí se disculpa. Muerde su sándwich otra vez, comiéndolo con calma—. Es que te pasas, Marina ha estado alardeando lo feliz que es al ver a Violetta siendo feliz contigo después de pasarlo mal con su imbécil ex. Mi novia cree que ustedes dos van a vivir en una casa de jengibre con los bebés y nos mandarán postales navideñas vestidos de Santa y mamá Claus y ellos de duendes.
Me río, ganándome otro zape.
—Ya, Laura, hablaré con ella hoy —prometo. Pero en realidad no sé qué le diría a Violetta. Ni siquiera sé en qué nos hemos convertido en el último mes. Sólo sé que hemos estado cómodos así. Nos saludamos de beso en los labios, vemos películas, incluso ayer la llevé a cenar a un restaurante. He dormido en el departamento un par de noches a la semana y cuando no lo hago, si se le antoja algo que no tiene a la mano en la madrugada, me llama y yo voy a llevárselo sin quejarme. Es más, hasta hemos tenido conversaciones sobre los bebés y me mostró que ya hay un pequeño bulto al que he llenado de besos estos días.
Tenía años sin sentirme o actuar como un loco de amor y sin remedio. Lo que me gusta Violetta es lo más único y alocado que me ha pasado en mucho tiempo, negarlo es mi puerto seguro, pero también es malo no aclarar las cosas, así que haré mi mejor intento.
—¿Crees que yo le guste también? No quiero romperle el corazón si es lo que te preocupa, pero tampoco quiero que ella rompa el mío.
Laura levanta una ceja y se le quiere escapar una sonrisa pero no me dice nada porque mi teléfono suena. Es una llamada de Marina. Respondo, confundido. Ella nunca me llama. Ni para preguntarme por Laura.
—¿Hola?
—¡Izan! —Parece alterada porque hiperventila. Comienzo a preocuparme—. Estoy llevando a Violetta al hospital, se quejó de un dolor en el vientre y se me desmayó en pleno festival de primavera en el kínder.
Mi corazón comienza a latir como un loco.
—¡Voy para allá! —Le cuelgo y me levanto tan rápido que capto la atención de todos. Me dirijo unos segundos a mi asistente—. Leonardo, cancela todas mis citas.
Camino hacia la salida, creo que tiré un bote de basura a mi paso. Hasta Laura viene corriendo atrás de mí. Le explico entre mi nerviosismo lo que pasa y me arrebata las llaves de mi carro para ser ella la que nos lleve al hospital. Una vez ahí, Marina se nos acerca para abrazar a Laura, asustada.
—Ya la están atendiendo —dice, mirándome al separarse de Laura—. El doctor me dijo que no me preocupara, pero es que en el camino me vine temblando y sigo asustada. Todo estaba tranquilo, ella tomaba fotos, pero de repente la vi doblegarse de dolor, su cámara hasta se quebró cuando se desmayó. La tengo en el carro en tres partes.
Llora sin poder aguantarlo. Yo me siento más preocupado de lo que ya venía así que, en cuanto miro al doctor salir de la sala de urgencias a la de espera, me le acerco y le pregunto por Violetta.
—Aún debo hacer varios análisis, un ultrasonido para descartar si algo anda mal, pero pueda que solo sea alguna infección —dice de lo más tranquilo y agrega que pronto vendrá con más noticias.
Es la primera vez que me molesta que sea tan escéptico. Me quedo más desesperado que como llegué pero, sin poder hacer más, me siento en las sillas de la sala de espera, a un lado de Marina que justo Laura acaba de hacer que se siente para calmarla.
—Todo está bien con los bebés, ¿verdad? —me pregunta, esperanzada.
—Aún no lo sabemos. —Mi voz sale atorada. Aclaro mi garganta—. Apenas van a hacerle un ultrasonido, y análisis de sangre para ver si es una infección. Pero sé que estará bien, Marina.
Siento que voy a llorar pero me aguanto, si me ve mal, dudará de mis palabras.
—Tienen que estarlo, los tres tienen que estarlo. —Asiente, convenciéndose a sí misma de que estará bien y yo, asintiendo a su par, trato de hacerme entender que así será.
—El doctor dice que estará bien, pero se quedará toda la tarde mientras se acaba la medicación. Por fortuna, sólo era una infección en la orina —nos cuenta Laura, alegre. Ni Marina ni yo nos movimos cuando el doctor volvió a aparecer—. Los bebés están bien, no hay nada de qué preocuparse.
Respiro, aliviado, y le doy un abrazo a Marina. Ella sonríe y le pregunta a Laura si ya podremos verla.
—Dijo que en un ratito más, está comiendo. —Me da una palmada en la espalda—. Supongo que querrás entrar primero, ¿no?
—Ya sé que está bien, Laura. —Suspiro y miro a Marina—. Creo que Marina fue la que se llevó el susto, ya tendré tiempo para verla en casa.
Laura se me queda viendo con el ceño fruncido.
—Le pedí que se la llevara a su casa —le cuenta Marina. Me lo pidió mientras Laura se acercó al doctor—. Sé que esto pasó en su trabajo, pero, ¿y si pasa cuando esté sola en el departamento?