Destinados a encontrarnos

Capítulo II - El encuentro

El parque de Grant Park, era uno de esos lugares tranquilos en medio del bullicio de Chicago, donde el aire frío de principios de noviembre me calaba hasta los huesos. Las hojas caídas formaban una alfombra crujiente a mi alrededor, pero apenas me fijaba en ello. Todo parecía difuso mientras mi mente se sumía en pensamientos oscuros, la tristeza pesando en mi pecho.

Llevaba mi abrigo de lana gris oscuro, que me hacía sentir algo de calidez, pero no podía ignorar la sensación de vacío que me invadía. Mis manos, frías y nerviosas, asomaban por los puños, y mis ojos, hinchados de tantas noches sin dormir, trataban de evitar el reflejo de mi angustia en el vidrio del lago cercano.

De repente, un sonido interrumpió mis pensamientos. Levanté la mirada y me sorprendí al verlo de nuevo. Era el mismo hombre de hace un momento, se encontraba corriendo por el sendero del parque, con una figura atlética y una postura tan confiada que no pude evitar observarlo por unos segundos. Parecía que estaba dando vueltas. Me sorprendió que alguien tan seguro de sí mismo se cruzara en mi camino, cuando yo solo pensaba en cómo podía escapar de la realidad.

El hombre hizo una pausa y, antes de seguir su camino, me miró. No sé por qué, pero algo en su expresión me llamó la atención, algo más allá de la simple curiosidad. Me observó por un instante, y en su mirada había una mezcla de amabilidad y preocupación. Me sentí un poco incómoda, como si hubiera sido descubierta en medio de mi vulnerabilidad, pero no podía evitar sentir que había algo familiar en él.

Había pasado un largo rato desde que había llegado al parque, me estaba congelando. Ya era hora de volver. Me levanté de repente con los ojos hinchados de tanto llorar, pensando en lo mal que iban las cosas en mi vida. Aun tratando de recomponerme, caminé sin mirar y choqué de lleno con alguien.

El impacto me tomó por sorpresa, y mi bolso se deslizó de mi brazo, esparciendo su contenido por todo el suelo.

—¡Maldita sea! —dije en voz alta, arrodillándome para recogerlo todo.

—Perdón, no te vi —dijo una voz masculina, profunda y cálida. Al levantar la vista, me encontré con un hombre alto, con ojos verdes que parecían atravesarme. Por un instante, me quedé congelada. Era él, el hombre que hacia un momento estaba corriendo. Él también se inclinó para ayudarme a recoger mis cosas, con una expresión que mezclaba culpa y algo de diversión.

—No, fue mi culpa —respondí rápidamente, sintiendo cómo mis mejillas se encendían. Agarré mi billetera, mis llaves, y una botella de agua medio vacía—. Es solo que… no estaba prestando atención.

—Bueno, entonces somos dos despistados. —Sonrió, y su expresión se suavizó. Había algo en su rostro, una mezcla de amabilidad y confianza, que me descolocó.

Mientras me tendía un labial que no había visto que se había salido del bolso, nuestras manos se rozaron, y sentí una chispa que me hizo apartar la mirada.

—Gracias —murmuré, intentando mantener la compostura.

—¿Estás bien? Parecías... preocupada antes de que chocáramos. —Su tono era genuino, y eso me tomó desprevenida. La mayoría de las personas no se detienen a preguntar.

—Solo un mal día —respondí, intentando restarle importancia.

Él asintió, como si entendiera perfectamente lo que significaba esa frase.

—Bueno, si necesitas hablar con un extraño que accidentalmente desparramó tus cosas por el parque, aquí estoy —bromeó, provocando una risa inesperada en mí.

—Gracias, pero no quiero arruinarte el día también. —Sonreí por primera vez en horas.

Se presentó entonces, extendiéndome su mano.

—Soy Henry.

—Alice —respondí, estrechando su mano. Su apretón era firme, cálido, y por alguna razón me hizo sentir menos sola en ese momento.

Nos quedamos en silencio por un instante, ambos de pie, como si ninguno quisiera terminar ese extraño encuentro. Pero el momento fue interrumpido por el sonido de un teléfono. Era el suyo. Miró la pantalla del móvil y lo devolvió al bolsillo.

—Un gusto conocerte, Alice —Henry sonrió nuevamente— ¿querrías sentarte un momento? Estoy muerto.

—No soy buena compañía en estos momentos— dije sin mirarle a la cara, no quería que viera que estaba a punto de llorar otra vez.

—¿Sabes? A veces es bueno desahogarse, aunque sea con un desconocido. — su voz fue suave, pero no pude ignorar la nota de preocupación en ella.

Intenté sonreír, apurada porque no me viera en ese estado, pero la verdad es que estaba rota por dentro.

—Oh… estoy… estoy bien —respondí rápidamente, secándome las lágrimas con la manga de mi abrigo, aunque mi voz tembló al hacerlo.

Me miró durante un segundo, evaluando si debía quedarse o irse. Decidió acercarse y se sentó en el extremo del banco, dejando espacio entre nosotros. Era como si no quisiera invadir mi espacio, pero tampoco podía irse tan fácilmente.

—A veces, lo peor que uno puede hacer es fingir que está bien cuando todo va mal —dijo él, mirando al frente, como si hablara más para sí mismo que para mí.

El silencio se hizo pesado, pero en lugar de incomodarme, me hizo sentir algo de paz. Después de todo, en ese momento, todo parecía tan complicado que el simple hecho de escuchar a alguien más hablar de ello, aunque fuera de forma indirecta, me tranquilizó un poco.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.