Destinados a no ser

Capítulo 1: Desde la nada

Decir que no había nada habría sido totalmente inexacto. En aquel espacio vacio, desprovisto de luz y color, semejante al pozo más profundo creado por la mente humana, una lluvia torrencial caía. Aquello que era tan amplio en el horizonte sin fin y a la vez tan asfixiante que se aferraba a la garganta, tenía la capacidad de inundarse producto de esa interminable agua que golpeaba como astillas incrustándose en lo más profundo del alma. No parecía haber nada.

Y, sin embargo, una voz cálida de mujer resonó suavemente.

—Domhnall —llamó melodiosamente en contraste con el paisaje.

Una espesa niebla se arremolinó lentamente con pesadez.

—¡Eso es hacer trampa, Dom! —canturreó risueña la voz femenina.

De la oscuridad misma una silueta se desprendió con forma humana, pero totalmente negra y una brisa caliente resopló alejando la neblina. Las gotas le atravesaban. La figura agachó la cabeza y se enfocó en sus propias manos, las cuales se transformaron como si fuera obra de un pincel. Manos humanas normales de carne y hueso, piel y uñas con palmas surcadas de arrugas, donde antes no había habido nada más que oscuridad. Visto lo visto, el experimento no quedó allí: pinceles invisibles ascendieron y descendieron hasta completar el aspecto de un hombre adulto. Su cabello pelirrojo prolijamente recortado y peinado resaltaba junto a sus ojos azul pálidos fríos como el hielo. Vestía impecablemente un traje negro y era muy apuesto, pero su semblante era triste.

—Dom, no importa dónde te escondas. ¡Te atraparé! —gritó la chica en la lejanía entre risas.

Él no pudo evitar que sus labios esbozaran una leve sonrisa y sus ojos brillaron como si hubiera despertado de un largo sueño a otro mejor.

—¡Kira! —respondió él al llamado.

—¿Dónde estás? —preguntó ella.

—Estoy aquí, Kira —exclamó levantando una mano, pero sin saber hacia dónde moverse entre la lluvia que ahora remitía.

—Allá voy, ¡no te muevas! —le pidió ella, mientras se oían unos pasos correr en la lejanía.

Él no pudo ver nada entre la oscuridad hasta que ella estuvo a escasos metros y cuando la chica de cabellos castaños despeinados apareció todas sus dudas sobre ese lugar desaparecieron inmediatamente. Ya no importaba, nada importaba.

Ella con su vestido blanco inmaculado se abalanzó a sus brazos y él la abrazó como si llevara mucho tiempo deseando esa oportunidad. Hubo alivio en la expresión de su rostro mientras mantenía los ojos cerrados concentrándose en no soltar a la joven. Él deseaba que ese abrazo fuera eterno, hasta que reparó en que ella estaba mojada por la lluvia. Sólo eso le permitió reunir fuerzas para romper ese anhelado momento y rápidamente se desprendió de su chaqueta para pasarla por los hombros de ella.

—Te vas a congelar —comentó él mientras trataba de cerrar un botón y ella puso su mano sobre una de las suyas para impedírselo.

—Estoy bien, no te preocupes, por favor —le dijo casi en un tono de súplica como si en realidad estuvieran hablando de otra cosa.

Domhnall acercó su otra mano a la mejilla de ella, acariciándola.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—He venido por ti.

Él observó alrededor toda la oscuridad que los envolvía, toda esa “nada”.

—No puede ser —le contradijo.

—¿Cómo que no puede ser? —le sonrió buscando su mirada con sus ojos castaños—. A veces logro cosas imposibles —le aseguró ella con una sonrisa dulce que le derritió.

—Pero hay cosas que —empezó tratando de reunir sus ideas— no pueden ser… —titubeó— posibles —finalizó inseguro.

—Podrían serlo —propuso ella— sólo… —comenzó— sólo si tú quieres —le reveló con voz sedosa.

Él abrió los ojos más allá de lo habitual y sus pupilas se dilataron.

—Kira, te extraño tanto —confesó—, no sé, no sé si pueda.

—¿Qué cosa?

—Esto —sentenció—, verte de nuevo así, ni siquiera en sueños.

—Pero ¿por qué? ¿he hecho algo malo? —preguntó confusa.

—No, he sido yo —expuso bajando la mirada—. Yo tengo la culpa de todo.

—Eso no es verdad, Dom, te lo juro —le perjuró tomando su mano y llevándola desde la mejilla que él había acariciado a sus labios.

—¿Cómo puedes decir eso? —inquirió abatido.

—Porque lo sé —resolvió ella sin un dejo de duda—, lo nuestro fue un amor real y tanto tú como yo lo sabemos. Aunque no fuera perfecto y aunque ya no estemos juntos, fue real y el hecho de que se terminara no es culpa de nadie.

—A veces no estoy tan seguro, no sé qué fue lo que pasó, por qué no me dijiste tantas cosas —divagó él finalizando con un suspiro desde lo más profundo de su ser.




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