La esbelta morena estaba despidiendo al último grupo de rezagados. Atrás habían quedado las horas en que sus disfraces estaban en su momento de gloria. A quien no se le había corrido el maquillaje, le faltaba alguna pieza del vestuario o se había manchado con algún licor de extraña procedencia del cuál era mejor no indagar. Y el estado de ebriedad palpable no ayudaba, así que afortunadamente, la fiesta había ido llegando lentamente a su fin para todos o para la mayoría, al menos.
Helen echó un vistazo al desastre que había quedado en la improvisada pista de baile donde usualmente se encontraba su comedor. Su prometido había comenzado a recoger el regadío de vasos pláticos desparramados por los alrededores. Era un caos, pero a ella no le importó, sino que respiró inflando el pecho con orgullo cuando volteó a mirar a través del pasillo buscando la sala de estar en la otra punta del departamento. Lo había conseguido y chasqueó sus dedos para enfatizarse a sí misma aquel gran logro.
La morena no quería interrumpir por nada del mundo lo que estaba pasando en ese momento en su hogar, pero si se hubiera acercado…
Si se hubiera acercado, cruzando ese pasillo en penumbras hasta llegar al salón, allí donde las risas se arremolinaban, los habría encontrado charlando animadamente.
Kira no podía dejar de sonreír.
—Yo tan sólo tengo una hermana —confesó ella.
—¿Una? Ya ni recuerdo lo que es la vida con un solo hermano —bromeó Domhnall ligeramente inclinado hacia el lado donde ella se sentaba.
—Es que no es justo —exclamó caprichosa escondiendo una risa—. ¡Tú tienes cuatro! Yo siempre he querido tener muchos hermanos, la hermana que tengo me lleva tantos años que es como si no existiera para ella —se quejó Kira—. Encima tienes uno que acaba de nacer —se lamentó.
—Piensa que no tendrás que cambiarle los pañales —comentó divertido el pelirrojo—. De hecho, no has tenido que cuidar de tus hermanos menores como he hecho yo, ser el mayor siempre es una responsabilidad.
—Pero también creces con ellos —puntualizó Kira—. Crecer con alguien siempre es bueno.
Los ojos azules se iluminaron al observarla.
—De verdad, me hubiera gustado tener más hermanos —le reveló Kira en un murmullo—. Si bien mi padre falleció cuando era pequeña, él se separó de mi madre un tiempo antes —contó titubeando un momento como si estuviera buscando las palabras adecuadas para describir un sentimiento—. Cuando dices que es extraño ver a tu madre por ahí, en parte lo entiendo —recapituló antes de continuar—. Cuando mis padres se separaron, no fue nada terrible y casi podría decir que todo siguió igual —Kira frunció ligeramente el ceño—. Pero hay momentos en que los recuerdo juntos y se me hace extraño. Mis padres se querían tanto que, creo que si él estuviera vivo, ellos aún hoy se querrían —aventuró ensimismada—. Por eso, su separación, antes de su fallecimiento, se me hace extraña y, cuando pienso en ello, quisiera haber podido pasar más tiempo con ambos juntos cuando era niña.
Kira pestañeó como si acabara de salir un sueño.
—Padres… —soltó Domhnall—. Yo ya no intento comprenderles —aseguró él con un ademán denostando que tal vez no valía la pena intentarlo—. Los míos se quieren, pero no se hablan —le reconoció a ella con un dejo de dolor en la voz—. Mi padre siempre me cuenta que hubo muchísimos problemas después de mi nacimiento.
—¿Problemas? —inquirió Kira—. ¿Qué problemas podrían haber tenido? Yo no te veo ninguna oreja de más, ni siquiera parecieras tener lunares.
Ese último comentario se ganó una sonora carcajada del pelirrojo ante tal apreciación.
—Problemas de custodia, tenencia... —intentó explicar—. Mi madre no figura como mi madre, tuvo que renunciar para que yo pudiera estar con mi padre. Si me espías un poquito en las redes, sabrás que terminé mis estudios mucho más tarde de lo normal… verás que no estudié mucho cuando era más chico. Pasé mi infancia en lo pasillos del juzgado esperando la siguiente pericia psicológica que determinara con quién debía vivir —habló con tristeza—. Mi papá luchaba por poder tenerme a su lado, junto al resto de mis hermanos que afortunadamente no tuvieron que pasar por lo mismo. Hasta que finalmente —enfatizó con un dejo de esperanza—, cumplí la edad necesaria por la ley para poder elegir por mí mismo y eso, aunque no solucionó las cosas del todo, ayudó mucho. —Domhnall cambió el tono de voz a uno más alegre antes de proseguir—. Y, sin embargo, tengo dos orejas, una nariz —enumeró señalándosela— y lunares tengo varios, no te creas —rió de sólo pensarlo— ¿Te cuento algo curioso? —subrayó la última palabra con un dejo sedoso en la voz— A pesar de habernos visto y charlado toda la noche, aún no tengo idea de cómo eres.